Tenemos aquí la mejor película de animación del pasado año, con pocas dudas al respecto. La productora Laika, responsable de James y el melocotón gigante o Los mundos de Coraline, lo ha vuelto a hacer: crear una obra de arte en “Stop-Motion” de una belleza, profundidad, imaginación y seriedad difícilmente alcanzables en este tipo de cine.
Claro: se trata de tomarse en serio a los niños, no de creer que son simples o, peor aún, pequeños adultos a los que hay que convencer de nuestras tonterías ideológicas de mayores a través de la animación, dos tentaciones demasiado presentes hoy en día (especialmente en Disney). En esta película conviven la comedia, la tragedia, el terror o la aventura sin dar tregua, y expresados con una riqueza de texturas, colores y fondos tan minuciosa y tradicional, y a la vez tan sofisticada y actual, que es difícil dejar de asombrarse durante el metraje.
La historia transcurre en un Japón legendario. Cerca de un pueblo de costa, Kubo, un niño, vive tranquilo, separado de la gente, con su madre, a la que debe cuidar, ya que tiene una extraña enfermedad que le impide comunicarse con normalidad. Todos los días Kubo va al pueblo y cuenta a los vecinos, al ritmo de figuras origami animadas, una historia que nunca parece llegar a su fin. Eso sí: antes de que el sol se ponga, Kubo debe regresar a la cueva que es su casa. Hasta que una noche se le hace tarde, y se encuentra, de repente, siendo el protagonista de la historia mítica de samuráis que cada día narraba en el pueblo, y que lo llevará a luchar contra dioses y monstruos para poder salvar lo que más le importa: su familia.
Los valores de esta película: la relación entre padres e hijos, el más allá, la oración por los difuntos, la redención, la educación, la lucha contra el mal, la búsqueda del bien, el sentido de los cuentos y los mitos, la protección de los débiles, el ansia de poder, el amor, la reconciliación con el pasado...
Una historia conmovedora, grandiosa y sencilla, que se zambulle hasta el fondo en la tradición japonesa para hablarnos de lo que todas las culturas compartimos, cada una a nuestra manera. Una aventura con figuras de papel que cobran vida, un samurái hechizado, un mono parlanchín que se convierte en guía, un escarabajo gigante de lo más cómico, una coraza mítica… Todo ello al servicio de una lección de humanidad y buen cine con tonos de poesía melancólica, sueños y pesadillas al más puro estilo Edgar Allan Poe. Imprescindible.