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Foto del escritorLlamas, J.M.

Amando con María

Actualizado: 27 dic 2021


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(Monólogo interior de Timeo, el lechero de Nazaret).

Texto base: Lc. 1,26-38.

No me gusta este pueblo. Sí, soy de aquí, y no, no pienso irme, entre otras cosas porque no tengo a dónde ir. Pero, claro, ¿quién puede querer vivir en un sitio del que, según la gente del sur, no puede salir nada bueno? En fin, seguramente hoy me he levantado con el pie contrario. Yo qué sé. Esta mañana parecía que ni las ovejas querían dar leche: me las he visto y me las he deseado para sacar por lo menos la que me hace falta, si quiero que mi familia no pase hambre. Sí, lo sé: ya no tengo aquellas aspiraciones de ser un grande de Nazaret. Las he cambiado por la supervivencia de los míos. Así están las cosas.

Aunque, si lo pienso bien, no me puedo quejar de los vecinos de la calle, desde luego. De hecho, la gente de por aquí no es mala. ¡Qué va! Piensa, por ejemplo, en Joaquín y Ana. Un matrimonio bueno; pero bueno, bueno de verdad. Son de lo que no hay: gente sencilla, humilde, con la que es imposible enfadarse.

Precisamente ayer, cuando iba a dejarles la jarra de leche fresca y un poco de queso que me habían pedido, vi una cosa de lo más extraño. Estaba su hija, una zagala que, según dicen, aunque de las cosas que se dicen no puede uno creerse la mitad, está prometida con José el carpintero, también buena gente. En fin, que María, así se llama, estaba dentro de la casa, con la puerta medio entreabierta, y yo me colé sin llamar, porque, la verdad, en esa casa no hace falta llamar: siempre estás invitado a entrar. Antes de pasar vi una especie de luz clara que se colaba por la rendija, me pareció raro, y metí la cabeza.

No vi nada del otro mundo, simplemente a María de rodillas, que tampoco es raro, porque la mozuela es piadosa. No, no es de esa gente que está todo el día viendo visiones con los ojos vueltos, que parece que le ha dado un aire: es una mocita alegre, lista como ella sola y clara como el agua, pero también le gusta rezar. En fin, que me pierdo: que allí estaba ella, de rodillas, con aquella luz rara, y escuché que decía: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. De repente, se fue la luz, y yo carraspeé y le dije que si podía dejar la leche por allí.

No sé qué fue aquello. Esa luz… Hablaba con el Altísimo, eso está claro. Y esa manera de pedirle que se cumpla su voluntad es… sorprendente, por lo menos para mí, que estoy harto de suplicarle todos los días que me toque una herencia inesperada o encuentre un tesoro o me paguen la leche a precio de oro para poder largarme de este pueblo. “Aquí está el esclavo del Señor, que se haga en mí tu palabra”. Ojalá fuera yo capaz de decir eso cada día. Bueno, o por lo menos hoy, tampoco vamos a empezar tirando por largo.

¿Qué será de esta joven? Lo mismo se hace famosa. ¿Te imaginas? Conocida en todo el mundo, por haber dicho que sí a lo que el Altísimo quiera de ella. La gente agachando la cabeza ante la que se puso de rodillas para decirle que sí a Dios, y aclamando a la que se puso a disposición de lo que quisiera el de Arriba.

Y yo, mientras, pensando en mí. En fin, a seguir haciendo queso, que voy tarde y ya mismo está aquí la niña de Santiago el del horno de pan. Debería rezar algo más, a ver si se me quita la cara de avinagrado que tengo por las mañanas…


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