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Había una vez un bosque tan oscuro que los animales que en él vivían no sabían lo que era la luz; todos estaban tan acostumbrados a estar así que no creían que se pudieran ver las cosas de otra manera. El zorro, que parecía el jefe, había hecho un montón de normas: la principal de ellas decía que nunca se podía poner en duda la forma de vida que llevaban sus congéneres o las demás normas que él y sus secuaces mandaran cumplir; los demás vivían atemorizados por las amenazas del dictatorial zorro, y obedecían ciegamente lo que decía.
Pero un buen día llegó al bosque un búho, aleteando pausadamente, y se posó en una rama de un viejo roble. Los animales escucharon el nuevo ruido, sin saber qué podía ser, y la voz del pájaro les atronó los oídos:
- ¿Qué estáis haciendo?
El zorro tomó la palabra:
- Ya lo ves: estamos perfectamente así. Vivimos en paz y no necesitamos nada.
- Os sugiero que abráis los ojos. Si lo hacéis veréis qué sorpresa os lleváis: el mundo es demasiado bonito para tener los ojos cerrados.
Entonces el zorro mandó que capturaran al extraño animal que había osado desobedecerlo y lo mataran; y sus secuaces así lo hicieron.
Pero de vez en cuando un ratoncillo, que no estaba contento con el zorro, se atrevía a abrir los ojos sin que éste se diera cuenta, y le contaba al que tenía más cerca las maravillas que veía. Y parece que hay algunos que quieren rebelarse contra el zorro y liberar a todos...