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  • Foto del escritorLlamas, J.M.

La muchedumbre líquida

Actualizado: 1 ene 2022


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Sentimientos a flor de piel traspasan los poros y unen a los miles de congregados en el concierto. El líder del grupo de pop-rock, extasiado ante la muchedumbre, dirige los coros de gargantas y palmadas entregadas a la comunión. Mismo espíritu, misma voz, misma onda, mismos golpes de batería y bajo que hacen retumbar cada vello del cuerpo.

Suena el tema estrella, el single que todos han aprendido de memoria, la canción que los hace uno solo y el mismo. Suben los decibelios. Gritan contra el poder establecido, contra los corruptos, contra aquellos que pretenden manipular la felicidad de todos, contra los enemigos de la belleza y la bondad. Todos, en bloque, levantan los puños para proclamar que basta ya, que no tienen miedo, que la calle es suya y la vida les pertenece. Libertad, libertad, extender las alas, volar más allá de las trampas oscuras de los negros cuervos que los juzgan sin compasión, ser uno, hablar el idioma del amor de un modo nuevo.

Llega el final del concierto, con sus papelillos de colores y sus Otras, sus No os vayáis, sus Sois los mejores. Suena música enlatada, se encienden las luces del recinto, regresa la realidad con vasos de plástico rotos, calzado deportivo lleno de polvo, camisetas chorreando sudor. Debería ser el momento de mirarse, asentir y correr a poner en práctica lo gritado. De hacer vida las esperanzas que han saltado como carneros enfurecidos dispuestos a la batalla.

Pero la muchedumbre, silenciosa, camina en la misma dirección sin levantar la vista, como río de corderos que vuelve al redil tras haber soñado que saltaba verjas y conquistaba la granja de los inquisidores poderosos. Algunos continúan tarareando, pretendiendo revivir lo que han llegado a rozar durante horas, pero pronto lo dejan estar. “La vida”, piensa uno de aquellos tantos, “no tiene que ver con esto. Mañana debo volver a trabajar por cuatro cuartos para sobrevivir. Si alguien pudiera cambiar esto… Pero ya hemos visto a los que nos han prometido liberación, y ni uno solo de ellos ha hecho nada para mostrar que quiere realmente cambiar las cosas. Todos son un insulto parlante”.

“Yo sería capaz de seguir a alguien que mereciera la pena”, le dice una joven a su amiga mientras se sacude las piernas. “¿Pero quién? Unos me doran la píldora para que haga lo que quieren, con esa sonrisita de lobo vestido de abuela, para después devorarme y devorar a los que me importan. Otros me advierten, con el dedo en alto, de que Cuidado con lo que haces, como si me pudieran meter ese miedo que tan bien funcionaba en otras épocas. Luego están los que hablan de cosas rancias con un lenguaje que ni ellos entienden, o si lo entienden son tan estúpidos que no me lo saben explicar. Y yo… Yo les digo a todos: que les den”.

También yo acompaño a la anónima muchedumbre líquida que se escabulle por cada grieta de lo que una vez fue sociedad. También yo he cantado y bailado. Miro a mi alrededor y me pregunto por qué creen que nosotros, que una vez fuimos dichosos anunciadores de un mundo mejor, hemos llegado a convertirnos en enemigos de la felicidad y la alegría y el amor y la esperanza. Por mucho que me pese, no dejo de pensar que, si quiero ofrecer algo nuevo, tengo que pasar página, o nadie de esta generación, a la que acompaño, querrá escucharme. Con toda la razón: si yo fuera esa joven que marcha de la mano de su amiga, no querría, desde luego, saber nada con alguien que pretende que cambie y no comparte mi camino.

Compartir sus sendas. Conocer sus tristezas, sus dolores, sus desesperanzas. Caminar con ellos para buscar, juntos, el remedio, la alegría, la cura, la esperanza.

Vamos allá.


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