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  • Foto del escritorLlamas, J.M.

Los muertos de Jalogüin

Actualizado: 30 oct 2021


Los muertos de Jalogüin

Breve reflexión, en forma de artículo, acerca de las raíces de la noche del 31 de octubre, para el diálogo con nuestra sociedad.



La ignorancia es muy atrevida.

Está de moda Jalogüin (adaptación española de Halloween, si se quiere ser fiel al original), y está también de moda oponerse frontalmente a Jalogüin en determinados ambientes sociales y/o eclesiales. Dejémoslo claro desde el principio: lo difícil, en cualquiera de las dos opciones, es que se sepa realmente lo que se está haciendo. Porque, particularmente en el segundo caso, me temo, se nos va la cabeza tratando de buscar razones contrarias a esta “noche de los difuntos” secularizada que ha invadido nuestros otrora fértiles suelos de cristiandad, que se llenan actualmente de chavales y no tan chavales disfrazados de bruja, Frankenstein, Drácula, máscara de Scream, Cazafantasmas o Eleven pidiendo chocolates y caramelos.

¿Qué? ¿Que a un cura le parece mal la crítica a Jalogüin? ¡Dónde vamos a llegar!

Pues depende, la verdad. Porque escuchar, incluso por parte de personajes eclesiásticos supuestamente doctísimos, que Jalogüin es la fiesta del culto a la Muerte, con mayúsculas, o que en las raíces de este horripilantemente herético carnaval macabro están las malvadas religiones celtas o incas anteriores al cristianismo que se dedicaban a celebrar el día de la última cosecha a base de tajadas como pianos (= ciegos como piojos), magia negra y sacrificios humanos de propios familiares (y esto no me lo estoy inventando. Puedes encontrar algo así, junto a otras lindezas, haciendo click aquí), me parece tan ridículo como aquellas críticas que se elevaban contra los cristianos en los tres primeros siglos de nuestra era, en las que se decía que los seguidores de Jesús montaban orgías secretas y sacrificaban niños durante las Eucaristías (Minucio Félix, Octavius 8,4, o Tertuliano, Apologeticum 7,1), o veneraban la cabeza de un burro crucificado (Frontón, Oratio 9).

En fin: voy a intentar apuntar algunos errores de bulto que se suelen cometer en las críticas a Jalogüin, procurando navegar hasta las ancestrales raíces del culto a los difuntos, para después dar algunas humildes recomendaciones que puedan servirnos de cara a vivir estos días con alegría y paz.

Primer error: Jalogüin es un ataque a nuestra tradición.

Este primer error de bulto está basado en un desconocimiento profundo de la cultura religiosa de la humanidad. ¿Por qué? Porque precisamente en nuestra tradición occidental hay algo muy anterior a la fiesta de Todos los Santos: el culto a los difuntos.

¿Cómo? ¿Estás de cachondeo, o qué? ¡Estos curas nos van a quitar la fe!

Pues bien: respecto al Día de Todos los Santos, la Iglesia al principio solo daba culto a los mártires. Después, a finales del siglo IV, se tienen algunas noticias del culto a ciertos santos, sobre todo del mundo monástico o episcopal, diferentes a los mártires. Durante los siglos V y VI se fue extendiendo este culto, se fueron construyendo santuarios, se multiplicó la veneración de las reliquias… pero todavía no había un Día de Todos los Santos instituido como tal, aunque se celebraba en diversos lugares y fechas. Hay que cabalgar hasta mediados del siglo IX para encontrarlo, instituido para toda la Iglesia, el 1 de noviembre, por el papa Gregorio IV.

Si nos ponemos a investigar el culto a los difuntos, en particular los banquetes fúnebres, nos encontramos con una sorpresa mayúscula: pertenece a la estructura de las primeras tradiciones religiosas de la humanidad, animistas en su mayor parte. La finalidad, que cambia poco a lo largo de los siglos, era doble: nutrir a los difuntos, y estrechar los vínculos de amistad de los vivos entre sí y con los antepasados.

Durante los primeros siglos de nuestra era, este culto a los difuntos era algo universal dentro del Imperio Romano, como muestran los textos y monumentos. Se extendieron al culto de los mártires todas las tradiciones de estos cultos que no eran incompatibles con la fe cristiana. Poco a poco se corrigió o completó aquello que “rechinaba”, sustituyéndolo con prácticas típicamente cristianas, pero se puede decir que, en general, se siguió observando el culto de los difuntos en todo aquello que no era contrario a la fe, y que este culto fue evolucionando poco a poco hasta la siguiente etapa.

Un ejemplo claro de esto son las libaciones y los banquetes fúnebres que los cristianos de Roma celebraban por sus difuntos, sepultados cerca de la tumba de Pedro, o por los mismos apóstoles Pedro y Pablo. En España sucedía algo parecido, mientras que en África Tertuliano (De testimonio animae 4,3-6) y otros criticaban esta tradición. Todavía a fines del siglo IV, en la basílica de San Pedro en Roma se seguía observando este culto en forma de banquetes fúnebres, e incluso a principios del siglo V: de hecho, Ambrosio y Agustín (Epistula 22, 3) hacen campaña contra esta tradición (cf. V. Saxer, Culto de los mártires, de los santos y de las reliquias, 1377-1378).

¿Y qué pasó después? El culto a los difuntos se adaptó al cristianismo como religión oficial, y fue adoptando formas diversas en versiones totalmente cristianizadas. Los banquetes fúnebres sobrevivieron en muchos lugares; en otros, se redujeron a visitas a los cementerios y oraciones o celebraciones precisamente el mismo día. Como ejemplo del primer caso, tenemos el Día de los Muertos, en México, una celebración mesoamericana propia, que se mezcló con las tradiciones europeas a partir de estos banquetes fúnebres; en el segundo caso, nuestra tradición de visitar a los difuntos en los cementerios el Día de Todos los Santos. Como culmen de todo esto, y parece que teniendo en cuenta que estos banquetes fúnebres gozaban de especial importancia en el mundo celta, se instituyó universalmente el Día de Todos los Santos respetando precisamente las fiestas del Samhain de aquella parte de la cristiandad. ¿Que qué es el Samhain? Seguidamente lo vemos.

Segundo error: Jalogüin es (solo) una importación yanqui.

Esto es, efectivamente, falso. No es plan de explicar aquí con todo lujo de detalles el origen celta (que se puede consultar ampliamente en la versión inglesa de la Wikipedia bajo la palabra Samhain), particularmente irlandés, de la tradición que dio origen a Halloween, pero básicamente se trataba de la fiesta del fin de la cosecha y, por tanto, el inicio del año, a finales del actual mes de octubre (aunque, dependiendo de las zonas, el día concreto podía variar). El pueblo se reunía, los druidas hacían celebraciones dentro de las que se ofrecían las primicias de los frutos, y se abría la barrera que separaba el mundo de los vivos y el mundo de los espíritus. Estos, por tanto, regresaban esa noche para poder cenar con aquellos; se les hacía un camino de luces para que no se perdieran en su retorno momentáneo, y se compartía la comida con ellos. Aparte, se ponían nabos, vaciados e iluminados por dentro, a las afueras de las viviendas como protección contra los espíritus malignos.

Hay una rica mitología acerca de estas fiestas del Samhain (que en Galicia recibe el nombre de Samaín), transmitida oralmente y luego escrita por monjes católicos irlandeses (si queréis ver una película sobre este tema, os recomiendo «El secreto del Libro de Kells» (Tomm Moore, Nora Twomey, 2009), una maravilla de la animación, y una obra de arte y de inmersión en la historia), que contiene héroes, reyes, monstruos, guerreros, demonios, espíritus del bosque, el ídolo pétreo de Crom Cruach e incluso sacrificios humanos, pero hay que distinguir mitología e historia: la fiesta histórica consistía básicamente en lo explicado, con variantes en distintas tradiciones.


Después de que los pueblos celtas entraran en el Imperio Romano, y a pesar de la desaparición de los cultos druidas, esta tradición de la noche de Samhain se mantuvo, incluso posteriormente dentro del cristianismo, y se extendió, en el mundo medieval, por los pueblos de origen céltico, adaptándose a las tradiciones particulares de cada lugar. Eso sí: en esta adaptación, en los pueblos de lengua inglesa se cristianizó también el título de la fiesta, pasando de ser “Samhain” a “la víspera de todos los santos”, es decir, “All Hallows’ Eve”, origen de la palabra “Halloween”. Durante la modernidad, llegó a Norteamérica con los emigrantes irlandeses y se inculturó entre los pueblos indígenas, aunque fue muy reprimida por las autoridades luteranas de Nueva Inglaterra. Entre estas adaptaciones, se sustituyeron, por ejemplo, los nabos por calabazas.

Tercer error: Jalogüin es la fiesta de la Muerte.

Por tanto, nada más lejos de la realidad que esa crítica tan remarcada en algunos círculos catolicísimos: Halloween es la fiesta del culto a la Muerte, contra el Día de Todos los Santos, que es la fiesta de la Vida. No sé de dónde se ha podido sacar que Jalogüin (hablamos ahora de su versión hispana) sea eso, a no ser que se haga una interpretación sesgada y, por tanto, ideológica de los datos históricos.

Durante el siglo XX, en Norteamérica esta fiesta perdió prácticamente cualquier connotación religiosa. Acusar de “pseudo-satánica” o “adoradora de la Muerte” a la fiesta de Halloween es como acusar a la Semana Santa del sur de España de ser politeísta: un error garrafal. Si no estás convencido/a, te invito a ver la segunda temporada de Stranger Things, cuyo tráiler te mira justo desde ahí arriba. Está situada, efectivamente, en la fiesta de Halloween, pero, ¡oh, sorpresa!, los cuatro niños protagonistas van disfrazados de Cazafantasmas. Ya me dirás lo que tienen los Cazafantasmas de oscuro o satánico. Eso sí: en esta serie podemos ver una perfecta aplicación de la secularización de lo religioso, porque en el centro de su guion hay una adaptación científica del Samhain en una línea que separa nuestro mundo del “mundo del revés”, abierta por una grieta en el espacio-tiempo. Los espíritus malos pasan a ser aquí monstruos que, de no reparar la brecha entre los dos mundos, atacarán el nuestro. Como se ve, el parecido con lo que hemos explicado antes es particularmente cercano...

También te sugiero que eches un vistazo, justo abajo, al film que está en el origen de la extensión de la “moda Jalogüin” por todo el mundo: Pesadilla antes de Navidad, ideada por el gran Tim Burton. Si alguien encuentra en esta genial película, ejemplo perfecto de secularización de la cultura, algo que recuerde a satanismo, a culto al Demonio o a la Muerte, es que no ha comprendido absolutamente nada de ella.

¿Y entonces? Esta fiesta no es sino la vuelta de un culto anterior al cristianismo, que pasó por varios grados de inculturación en los siglos de tradición cristiana, y que ha terminado secularizándose, como tantas otras cosas de nuestra propia cultura cristiana.

  • La comida con los espíritus de los difuntos se ha sustituido por el “Trick or treat”,

  • los espíritus que visitaban a las familias o que amenazaban han pasado a ser disfraces de la más amplia variedad,

  • y la protección lumínica de los hogares ha evolucionado hasta calabazas de plástico con bombillas dentro.

El que quiera ver algo más allá, es libre de verlo. Pero yo digo como Sancho: Mire vuestra merced que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento (Miguel de Cervantes, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, cap. 8).

Algunas pistas para el diálogo y el anuncio del Evangelio.

Por tanto, y ya voy terminando, creo que he mostrado suficientemente que Jalogüin no es una fiesta contraria al día de los Santos, porque en nuestra propia cultura ha sobrevivido la tradición precristiana del culto a los difuntos y los banquetes fúnebres, en la visita a los cementerios; que no es solamente una fiesta yanqui, porque tiene un origen muy anterior al cristianismo; y que no es una fiesta de la Muerte, porque a nivel global ha perdido el sentido religioso que tenía, como consecuencia del proceso histórico de secularización que estamos viviendo. Además, la fiesta de Jalogüin que nos ha llegado es una muestra clara de la globalización, que ha venido para quedarse, al menos en las próximas generaciones. Si se quiere rechazar esta, a mí no me parece mal, pero espero no sorprender a estos anti-Jalogüin antiglobalización bebiendo Cola, comiendo hamburguesas, viendo películas americanas o utilizando tecnologías yanquis. Ya lo sé: suena absurdo. Es realmente absurdo.

Cuatro recomendaciones, y me voy yendo.

En primer lugar, sugiero no hacer el ridículo, y algo mucho más importante: no obligar a hacer el ridículo a tus hijos. Esa chorrada de “Holywins” (disfrazar a los niños de santitos, con aureola incluida, para oponerse a Jalogüin) me parece un error mayúsculo, porque supone que no se ha entendido absolutamente nada de todo lo anterior, y que no se comprende ni se es capaz de interpretar la historia. Allá cada uno con sus decisiones, pero luchar contra enemigos inexistentes a base de concursos de disfraces surrealistas es, en este caso, además de muy ridículo y probablemente traumático, completamente inútil. Además, estamos repitiendo justo el modelo de acción-reacción de los politeístas contra las costumbres cristianas en los primeros siglos de cristianismo, lo cual nos lleva a una paradoja curiosa: ser el tradicionalismo que lucha inútilmente contra "lo nuevo", que en nuestro caso tampoco es tan nuevo. A este respecto hay otro artículo que puede ser de sorprendente utilidad: Fequivocación.

En segundo lugar, debemos dar a las cosas la importancia que tienen. Si alguien quiere inventarse una fiesta satánica contraria al cristianismo en la que niños y jóvenes salen la noche del 31 de octubre a realizar macabros cultos demoníacos invocando a la Muerte, es libre de hacerlo. Pero acusar de eso a la noche de Jalogüin, como si estuviéramos dentro de la película «El Cuervo» (Alex Proyas, 1994) es de tremendos ignorantes o, peor aún, de hipócritas malvados.

En tercer lugar, procuremos buscar lo bueno en todas las cosas. Esto es esencial. ¿No sería mejor explicar a la gente que nos rodea el origen real de Halloween, y aprovechar para enseñar también el origen de nuestra costumbre de visitar los cementerios el Día de Todos los Santos? Seguro que hacer esto el 31 de octubre sería mucho mejor que poner cara de gazpachuelo cortado cada vez que vemos una calabaza con el rostro de Jack Skellington o un niño vestido de la criatura de Victor Frankenstein por la calle. Por cierto: Frankenstein, la novela de Mary Shelley, tampoco tiene nada que ver con el demonio, con brujas ni con el culto a la muerte. En serio.

En cuarto lugar, procura anunciar el Evangelio hagas lo que hagas, si eres cristiano, claro. Esto es verdaderamente necesario. Pongo un ejemplo: yo me disfrazaría del monstruo de Frankenstein (ya que ha salido el tema, y prácticamente solo me haría falta una gomilla detrás de las gafas, porque el careto lo llevo incorporado), iría a una fiesta de Jalogüin, y le diría a los que estuvieran allí varias cosas a propósito del disfraz.

  • Que hay muchos en nuestro mundo que, igual que la criatura de la novela, son despreciados, abandonados a su suerte, señalados como raros, inexistentes para la mayoría.

  • Que para Jesucristo ellos son los más importantes.

  • Que los Frankensteins, Dráculas, Elevens, Quasimodos o Brujas de nuestro mundo, que están malviviendo en nuestras calles, y con los que quizás nos tropezamos cada día sin verlos, o de los que nos reímos en el patio del colegio… son los preferidos del Buen Dios.

  • Que Jesucristo iba rodeado de ellos por las Afueras de Galilea y Judea.

  • Que, por eso mismo, quiero que sean también mis preferidos.

¡No me dirás que esto no es un pedazo de jugadón, muy arriesgado, pero muy parecido al Evangelio!

Disfruta de la Vida. De verdad de la buena.


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