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  • Foto del escritorLlamas, J.M.

“El jinete pálido”. Clint Eastwood, 1985

Actualizado: 18 feb 2021


Intro. Cuando se trata de cine religioso, no se puede uno fiar demasiado de la calidad final de una película, ya que se suelen encontrar muy buenas intenciones en frascos píos, aburridos y, en resumidas cuentas, infumables cinematográficamente hablando. Aquí tenemos todo lo contrario: una película muy religiosa, y uno de los mejores westerns de las últimas décadas. De hecho, es la interpretación, en clave cristiana, de un clásico del género, Raíces profundas. Su tratamiento de las escenas de acción, del color, sobre todo en los ambientes interiores, en los que se opta por la iluminación natural, y los planos y contraplanos son de maestro, y preparan su gran obra cumbre, Sin Perdón. Al mismo tiempo, dos citas bíblicas sostienen el guión y lo hacen avanzar: el Salmo 23, y el capítulo 6 del Apocalipsis.

Lo que cuenta. La historia comienza con el ataque de un grupo de esbirros del cacique de una zona montañosa de California a un grupo de colones mineros. Lahood es el dueño de todas las explotaciones mineras de los alrededores menos de la aldea en la que trabaja este grupo de mineros, y, naturalmente, quiere hacerse con ella. Estos están a punto de abandonar sus tierras tras el ataque. Megan, una joven a la que le han matado el perro, eleva una plegaria al cielo, y en la ciudad aparece un forastero, un predicador, que defiende a Barret, uno de los líderes de los colonos, al que estaban dando una paliza los esbirros de Lahood. El misterioso y frío predicador decide quedarse en la aldea minera y ayudar a los colonos, enfrentándose directamente a Lahood.

Los valores. Atención a la estructura de la película, porque su tono, sus conversaciones e incluso ciertos planos dicen mucho más de lo que parece en un visionado superficial. Aquí están algunos de los puntos fuertes que pueden servir para el diálogo.

  • Todo el film está montado como una plegaria y una respuesta, desde el principio, en el que se mezclan la oración de Megan a partir del Salmo 23 con la llegada del predicador a la ciudad, o la lectura de Apocalipsis 6 (la aparición del caballo pálido y su jinete, la muerte) con la llegada del predicador a la colonia minera, hasta la última escena, verdaderamente icónica. El predicador es un personaje sombrío, con un pasado misterioso del que no se puede desprender, y que, al parecer, lo ha traído de la muerte a la vida para ayudar a los indefensos.

  • La avaricia es una de las claves fundamentales. La conversación entre el predicador y Lahood, que lo intenta sobornar, es sublime, y recuerda a las tentaciones de Cristo en el desierto: no se puede servir a Dios y al diablo de la avaricia, dice el predicador, en un diálogo que también recuerda al de Francisco de Asís cuando le ofrecen tener sus propias propiedades. El diablo de la avaricia es, por supuesto, Coy Lahood, para el que todo se mide por el dinero, y al que acaba preguntándole el predicador: ¿cuánto cuesta mantener la conciencia tranquila?.

  • Otro de los pilares es la familia y la comunidad social, que requieren la dignidad personal y la unión. Ambas cosas se contraponen a la avaricia de Lahood, que tiene dos armas: su dinero, y su violencia. Por tanto, a los colonos se les plantea una diatriba: si se venden, pondrán precio a su dignidad de pueblo; si se separan, caerán bajo la violencia del cacique. Solamente unidos podréis vencer a todos los Lahoods del mundo, no lo olvidéis, les dice el predicador.

  • El amor y la tensión romántico-sexual son también otros puntos sobre los que la película ofrece buenas escenas. Hay un triángulo amoroso, formado por la adolescente Megan, su madre Sarah y el predicador, que se va resolviendo gracias a la frialdad y las claves morales de este, basadas en su oscuro pasado, que nunca se desvela del todo. Al final, en la película se opta por la concepción del matrimonio como alianza de vida común, que ofrece a Sarah el líder de los colonos, Barret. Es, sin duda, genial la conversación entre Megan y el predicador sobre el enamoramiento. Otro punto esencial es el equilibrio con la tierra, propio de los colonos, que tratan de encontrar oro en el río sin golpear el ecosistema que les rodea, y que Lahood quiebra, destrozando el monte por pura avaricia.

  • La conciencia es también central en la película: conciencia libre, o esclava. Conciencia manipuladora o manipulada. Falta de conciencia, o lucha por conciencia. Las reflexiones de los colonos sobre este tema, sobre todo de Barret, son muy interesantes.

  • El reverendo, también por conciencia, debe volver a su antigua vida de pistolero para poder ayudar a la gente a la que animó a recuperar la dignidad, renunciando al camino que había tomado como predicador. Las decisiones son firmes, claras, y se ven en los hechos, no hay palabras que las expliquen. Es algo muy particular del cine de Eastwood: los personajes toman sus decisiones sin dar justificaciones ideológicas, y es el espectador el que debe juzgar.

  • El hombre de la esperanza es, sin duda, Barret. Esperar, dejar otro día, otro paso, luchar hasta el siguiente amanecer por la tierra… Al final será él el que, desde su timidez, se convierta en el jefe espiritual del grupo. La fe y la esperanza son armas fundamentales de la comunidad, que Lahood quiere eliminar, y que terminan por salvar a los colonos.

El final de la película, de puro cine de acción y con uno de los duelos más apabullantes que se hayan visto, es impresionante. No se deja nada al azar: el predicador, convertido en pistolero, encarna perfectamente al jinete del caballo pálido del Apocalipsis, la Muerte, seguida de cerca por el Infierno (Ap. 6,8). Por tanto, conviene ver toda la cinta desde la simbología bíblica que queda clara en su primera parte, y que se aplica en la segunda. En resumen, una de las películas más icónicas del cine del Oeste, dirigida de forma magistral por Clint Eastwood, un autor del que merece la pena repasar toda la filmografía, porque, desde luego, está llena de obras maestras como esta o mejores.

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