Llamas, J.M.

17 de may de 20162 min.

El hortelano

Actualizado: 27 de dic de 2021

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La tormenta, implacable, dura, blanca, había durado toda la noche. El rugir de los aviones y los helicópteros, el silbar de las bombas y las balas, el estruendo ensordecedor de las explosiones acababa de acallarse. Un infernal rocío incandescente bajaba del cielo y quemaba la vista.


 

El hortelano seguía temblando, escondido entre las ruinas de un edificio, sin atreverse siquiera a mirar por encima de la pared desnuda. A su derecha, dos niños, a los que no había dado tiempo a huir, descansaban ya en paz. Había intentado llorar por ellos, pero no le quedaban lágrimas que derramar. Mil veces se había preguntado por qué Alá los había abandonado, y mil veces se había quedado sin respuesta.


 

Al fin alzó la cabeza entre las volutas de humo negro, y miró en torno. Muerte, sólo muerte, lo rodeaba. Ante él, la fosa común era el único testigo de las matanzas de una libertad duradera sólo para los asesinos. Su campo se había convertido en un campo de cadáveres, víctimas del odio.


 

El primer rayo de sol asomó, rojo, cortando el horizonte. Unas voces llegaron desde el camino. Mujeres, envueltas en el burka, subían gritando, y cayeron de rodillas al llegar ante la fosa. Pero, como si algo nuevo estuviera surgiendo de entre las ruinas de la ciudad, una luz iluminó el páramo. Y el hortelano escuchó, mientras observaba cómo las mujeres desnudaban su cara, estas palabras:


 

- No temáis. Ya sé que buscáis a los Crucificados. Pero no busquéis entre los muertos a la Vida. Que la paz sea con vosotras.


 

Un extraño consuelo lo invadió. Dos gruesas lágrimas cayeron por sus mejillas. Se puso en pie, de un salto, dispuesto a ver el nuevo amanecer, desafiando la tormenta. Todas las tormentas...


 

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