Llamas, J.M.

8 de dic de 20191 min.

El algarrobo

Actualizado: 26 de abr de 2021

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El algarrobo vigilaba, durante todo el curso, el patio del colegio. Antes de que fuera construido el edificio, cuando aquel terreno era un parque, él había sido testigo de la vida, las idas y venidas, los amores y desamores, odios y reconciliaciones, sombras y luces, angustias y esperanzas, risas y llantos de la gente que, cada tarde, pasaba por allí. En su tronco, como tallados sellos mudos de historias extraordinarias o insignificantes, iniciales, nombres, signos. La copa se extendía acogiendo la vida en sus ramas y bajo su sombra. Las raíces abrazaban lo profundo. El viento sacaba sinfonías tenues de las miles de hojas danzantes.

Y una vez más, otro verano, su música, su callada presencia majestuosa, su abrazo fraterno se despedía saludando levemente mientras los niños seguían creciendo, aprendiendo a vivir, buscando horizontes fuera de aquel patio y aquellas vallas.

El conserje salió, cerrando la puerta con un crujido y guiñando un ojo, diciendo adiós hasta el final del estío. El viejo algarrobo respondió sutilmente, al ritmo de la brisa, y quedó allí, con su pasado, esperando el inesperado futuro.

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