Es necesario que el sacerdote sea una persona normal, humana: capaz de gozar con los demás, de reírse, de escuchar en silencio a un enfermo, de consolar, de hacerse cercano y alejarse de forma correcta, de disfrutar jugando un partido de fútbol...
Cf. Papa Francisco.
Encuentro con sacerdotes y seminaristas que estudian en Roma.
16/03/2018.
Pues sí. No lo digo solamente yo, que soy, como saben, ferviente seguidor del Málaga C. F., y que disfruto y sufro con el fútbol como un chaval. Lo dice el Papa, que son palabras mayores. Saber echar un rato de balompié es un signo, entre otros muchos, de madurez humana, porque el deporte es, además de competición, escuela de vida y de humanidad: habría que estar ciego para no ver esto.
Y lo mismo que se dice del fútbol se puede afirmar, yo qué sé, del ping-pong, el baloncesto, los dardos, el fútbol sala, el ajedrez, el waterpolo, las damas, el dominó o la petanca: lo importante es saber compartir la vida, «sacarle todo el jugo a la vida, para no descubrir, en el momento de mi muerte, que no había vivido», como decía el gran Henry David Thoureau. Antes que él ya lo dijo, con otras palabras, Jesús de Nazaret: «¡Imbécil! Esta misma noche se te va a reclamar la vida, ¿para quién va a ser todo lo que has acumulado?» (Lc. 12,20); «vosotros, no andéis buscando qué comeréis ni qué beberéis; no estéis ansiosos» (Cf. Lc. 12,29). Pues eso: que hay que saber vivir con sabiduría, y a mí personalmente el fútbol también me ayuda.
Una vez hecha esta primera reflexión, muy en consonancia con el titular de la crónica, ya que, más allá del resultado, lo importante es el ratito fraterno que se echa antes, durante y después, porque el post-partido se ha convertido este año en un momento de convivencia y encuentro, si cabe, más divertido que el rato de fútbol en sí, vayamos a lo que nos ofreció la última hora balompédica del Colegio Español en la liguilla de la Clericus Cup 2018.
Estábamos preparados. Con ganas. Gustavo Gatto, nuestro colosal entrenador, había pensado hasta el milímetro una estrategia que, en principio, parecía perfecta: ellos tienen un jugador, el 10, rápido, con un toque de balón espectacular y una capacidad de meter goles acongojante para el equipo contrario. En resumen, su Messi particular, polaco de origen. Miguel Ángel, uno de nuestros centrocampistas, una roca, quedaba libre, en el centro del campo, con el único objetivo de convertirse en su sombra dentro del esquema con el que salíamos, un 4-4-1-1.
Comenzó el partido, y desde el principio quedó claro que la estrategia no estaba funcionando. ¿Por qué? Porque, si bien su 10 es un espectáculo, su 9, su 11 y su 8, por poner tres ejemplos, tampoco son cojos: más jóvenes, con más técnica y más escuchimizados que nosotros. En definitiva: ha sido el mejor de los tres equipos a los que nos hemos enfrentado. Y, la verdad sea dicha, en el primer cuarto de hora nos pegaron un baño superior al que el cielo nos había regalado los dos domingos anteriores. Hablando del tiempo: estaba nublado, pero no llovía. «¡Dios de la lluvia, apiádate de las bestias y de mí!» (El Último de la Fila, Como la Cabeza al Sombrero, 1988), se escuchaba desde nuestro banquillo, porque, oiga usted, con lluvia las diferencias se notan menos. Pues no: no cayó ni una gota.
En estas, llegó el único gol del partido, aunque yo, que hacía de utillero en el citado banquillo a causa de una lesión leve que me hice durante la semana en la liga de fútbol sala, en la que también participamos (y de la que, en estos seis años, llevamos dos copas de campeón, otra de subcampeón y otra con el cuarto puesto, que no es moco de pavo), me temía que nos iba a caer un saco, por lo que se estaba viendo. Nos estaban superando en todas las líneas, especialmente por las bandas. Messioniusz (nombre inventado para su delantero 10, menos difícil de pronunciar que el original) cogió un rechace, dribló, tiró y el balón se coló mansamente junto al palo izquierdo. Nada pudo hacer Isaac, tapado por uno de nuestros defensas. Un churro, pero un churro que subió al marcador, que es lo que importa al final.
Entonces, pasado solo un cuarto de hora, el míster pidió un tiempo muerto, hizo un cambio, Juan Pablo por Jaime, y le dijo a Miguel Ángel que dejara de perseguir a su Messijktila particular y se anclara en el centro del campo junto a Lucas. Efectivamente, la cosa mejoró para nosotros. Sus jóvenes africanos seguían corriendo tela marinera, pero la Roca Roja resistía en defensa mucho mejor, con Jesús, Marian y Juan Andrés como bastiones que no dejaban pasar una. Poco después vino el segundo cambio en nuestras filas: Luis de Galicia entraba por Luis de Valencia, buscando más salida de balón. ¡Y vaya si la hubo! Eso sí: nos estaban friendo a fueras de juego (más de quince nos pitaron en todo el partido), algunos de ellos reales, pero otros imaginados por el bueno del juez de línea, que seguramente debe padecer estrabismo. Si es así, se le perdona, porque, oiga usted, cada uno tenemos nuestros problemas oculares: lo dice alguien con nueve dioptrías en cada ojo.
Llegó el descanso. En el banquillo nos temíamos que la segunda parte, teniendo en cuenta nuestro sufrimiento y su juventud, se nos iba a hacer muuuuuuuuy larga. Nos volvimos a equivocar.
Otro cambio al inicio de la segunda mitad: Ionut, nuestro killer franciscano, por Pedro. Y empezamos a jugar como los ángeles. El centro del campo comenzó a funcionar, con Miguel Ángel cortando balones, Lucas repartiendo juego y Samuel dando pases. Las bandas corrían, y los que se empezaban a cansar eran sus centrocampistas. Su defensa, eso sí, era muy buena, y despejaba todos los balones con una facilidad cabreante. Cabreante para nosotros, claro.
Entonces llegaron los dos últimos cambios. José Manuel, que estaba ya echando la higadilla por la boca, dejó su sitio a Juan, y Luis de Galicia, después de recibir un codazo en plena columna vertebral que lo dejó sin respiración, tuvo que ser retirado por José. Fue solo un susto, pero ¡vaya susto!
Hemos alcanzado los últimos diez minutos del encuentro. Puede parecer increíble, pero acorralamos en su campo a un equipo lleno de jóvenes con buen toque y velocidad. Balones al área, pases geniales, paredes… Sin embargo, al final no pudo ser. Entre el juez de línea con su manía del fuera de juego y la falta de puntería, esta vez no conseguimos ningún gol. Nos quedamos a las puertas de los Cuartos de Final en la, sin duda ninguna (lo dice alguien que ha estado en el equipo desde el principio), mejor participación del Colegio Español en la Clericus Cup. Nos merecíamos más. Pero el fútbol es así.
Antes de terminar estas Crónicas de la Clericus Cup, unas notas finales. Finales e importantes, por supuesto.
1. Todos los jugadores hemos pisado el césped dentro de algún partido a lo largo del campeonato. Eso dice mucho del equipo, del entrenador y de la fraternidad entre nosotros. No lo puedo asegurar, pero no creo que haya pasado en ninguna otra escuadra. Está claro que los mejores han jugado más, como es normal, pero los que, como yo, somos polivalentes porque, nos pongan donde nos pongan, jugamos lo mismo de malamente (cf. Chirigota “Los Rockeros de la Puebla”, Final Carnavales de Cádiz 2008), hemos tenido nuestro ratito de vestir la camiseta. Y nadie lo ha hecho mal, por supuesto.
2. En los seis años que llevamos jugando, nunca habíamos marcado cinco goles, y, lo más importante, nunca habíamos recibido solo cinco goles. Ha sido, lo repito con satisfacción, la mejor Clericus Cup de todas las que hemos jugado hasta ahora. Porque otros años hemos sido un equipo de chichinabo, la Cenicienta que todo el mundo deseaba en su grupo, pero esta vez hemos estado muy bien. ¡Pero que muy bien!
3. Este campeonato, eso sí, hemos echado de menos a la afición. ¡Ole por los pocos que han acudido, un gran aplauso para ellos! Quizás haya sido la lluvia, o quizás el frío que está haciendo en pleno mes de marzo, o… Sea lo que sea, lo cierto es que hemos sentido la falta de ese empuje de otros tiempos, no hace tanto: recuerdo, hace tres o cuatro temporadas, cuando la mayoría del equipo directivo del Colegio Español, más de la mitad de los compañeros de estudios, la gente de cocina y el equipo de limpieza estaban en la grada, portando banderas, vuvuzelas, triángulos y panderetas… ¡Más de cuarenta personas gritando y animando como si no hubiera un mañana mientras al equipo le caían seis o siete goles! Hace cuatro años incluso se nos consideró la mejor afición de la competición. Pero en fin: todo no se puede tener. Este año, que hemos hecho un fútbol de calidad, nos han acompañado algunos valientes del Colegio Español, de la Iglesia Española de Montserrat, y un par de amigos o tres más. ¡Bravo por ellos!
4. ¿Esto ha acabado? ¡Nada de eso! Todavía nos queda la parte más tradicional de la Clericus Cup: la bar-ba-co-a, que haremos, seguramente, a la vuelta de las vacaciones de Semana Santa, donde y cuando podamos. Eso también es poner toda la carne en el asador. Eso también es fraternidad sacerdotal. Eso también es compartir, ¿verdad? Nada más. Encantado de haber podido sacar una sonrisa y comunicar un poquito de emoción futbolera a quien haya leído estas pobres líneas. ¡Nos vemos por esos mundos de Dios!
Llamas, J.M.
Once inicial y cambios: esquema 4-4-1-1. Portería: Isaac. Defensa: Jaime (Juan Pablo), Marian, Jesús, Juan Andrés. Centro del campo: Luis de Valencia (Luis de Galicia – José, por lesión), Lucas, Miguel Ángel, José Manuel (Juan). Enganche: Samuel. Punta de ataque: Pedro (Ionut).
Un último regalito: galería final de nuestro fotógrafo, Albert.