(Si quieres tener esta obra de teatro como libro electrónico, aquí abajo está)
Y por aquí, el tráiler de la primera (y única, que sepamos) representación de esta obra, en la parroquia Nuestra Señora del Carmen, en El Perchel de Málaga.
(Basada en Lc 15, 1-32, y en los personajes de
The Big Lebowski, de los hermanos Coen)
Se abre el telón. En escena una barra de bar con dos tipos sentados. Uno de ellos, El Nota, tiene melena desgreñada, barba descuidada, una bata, una camiseta, unas bermudas y unas sandalias. El otro, don Fabián Mecoxtli, va muy bien vestido, con traje, pulcros zapatos y el pelo repeinado con gomina. Ante ellos, dos vasos sobre posavasos, llenos hasta la mitad de ‘ruso blanco’, una bebida hecha con vodka, café o, en su falta, licor de café, leche y nata, y con hielo picado muy menudo. Don Fabián Mecoxtli hace como que habla a El Nota, que lo escucha con una mezcla de atención, compasión y hartura. Suena la canción Tumbling Tumbleweeds, de Sons of the Pioneers.
Narrador:
Érase una vez un tipo apalancado en la barra de un bar en una carretera perdida cualquiera. Su nombre no nos importa mucho, porque él se hacía llamar «El Nota». Era una persona… ¿Cómo decirlo? «Buena gente» quizás sea la palabra exacta. O quizás no, qué sé yo. Desde luego, está claro que cerca de El Nota siempre pasaban cosas asombrosas. Pero esta que nos disponemos a ver podemos enmarcarla dentro de esas casualidades de la vida que no son tan casuales como pueden parecer. Y ahí estaba El Nota, escuchando, como siempre, en ese momento y ese lugar, como el viento, que nunca se sabe de dónde viene o adónde va. Pues bien, a ese sitio se había acercado, mirad ustedes por dónde, don Fabián Mecoxtli, un personaje que, en principio, no parecía pegar mucho con aquel antro tan poco glamouroso, por decirlo de alguna manera. Pero veamos lo que estaba pasando, veamos. Atentos, no perdáis detalle…
Don Fabián Mecoxtli:
… Ser cumplidor. He ahí la clave de la vida. O por lo menos eso creía yo hasta esta mañana. Mira, yo soy de los que me levanto todos los días temprano, yo salgo a trabajar, yo cumplo con mis horarios, yo traigo un sueldo de vuelta a casa, yo obedezco las leyes a rajatabla, yo no me salto un semáforo, menos, claro está, esos que han puesto ahí a mala leche que parece que te están esperando. Con esos procuro tener sentido común, que, por otra parte, es el menos común de los sentidos para el populacho. Pero bueno, eso no viene ahora al caso. El caso es que ahora llegas tú y me dices lo de que todos somos iguales. Pues no, mira tú. Todos no somos iguales. Ese listillo que ha estado viviendo del cuento no es igual que yo. Para nada. Nanay de la china.
El Nota:
(rascándose la melena y tocándose la frente, como no sabiendo muy bien qué contestarle) Pero hombre, yo qué sé. Es que a lo mejor todo no es tan simple, ¿no? Digo yo, que las cosas tienen sus dimes y diretes, y…
Don Fabián Mecoxtli:
(con el dedo índice alzado, como queriendo enseñar una lección) Que no, Nota, que no. Que estoy ya harto de ser de los que siempre están ahí al pie del cañón. Desde luego, no se te ocurra compararme con ese zarrapastroso que se ha dedicado toda su vida a lo mismo, a rascarse el ombligo y a ir de acá para allá… Porque yo estoy a otro nivel, ¿sabes?
El Nota:
(con desgana, después de darle un trago a su ruso blanco, con el bigote manchado) Pues mira, no sé yo qué decirte, tío. ¿Y entonces qué haces aquí, si estás a otro nivel? Porque te digo yo que el nivel del bareto este, en fin, no soy un experto en garitos, entiéndeme, pero te digo yo a ti que…
Don Fabián Mecoxtli:
Enfadado vengo, ¿sabes? Muy enfadado con mi señor padre. Porque no hay derecho. Es que no hay derecho. «Este hermano tuyo», va y me dice. ¿Ese hermano mío? ¡Y una mierda como el sombrero de un picador! Todo lo que ha hecho es imperdonable. Imperdonable del todo. ¡Culpable, señoría! ¡Y va y le mata el ternero cebado! ¿Pero qué señor de una casa hace algo así?
El Nota:
Tío, no te pongas de esa manera conmigo, ¿vale? Que yo no tengo culpa, ¿no? Además, de verdad, no creo que sea para tanto, que parece que te vaya a dar un parraque. ¿Quién sabe? A lo mejor este hermano tuyo lo ha pasado regular, ¿no? Porque, no sé, por lo que me has contado antes, imagínate que ha cogido la sífilis o una gonorre…
Don Fabián Mecoxtli:
¿Que lo ha pasado regular? ¿Él? ¡Yo, cada día trabajando como una mula de sol a sol todos estos años, y sin quejarme a mi señor padre! ¡Yo sí que me merezco el ternero cebado! ¡Y no ese Adán! Seguro que tú me comprendes, ¿no? ¡Yo he cumplido, cada día, cada mes, cada año, como un puñetero sirviente, ahí en casa de mi señor padre! ¿Y no me merezco nada?
El Nota:
(mirando a izquierda y derecha) No sé, tío, de verdad, a lo mejor te has equivocado de colega para contarle tus penas, ¿sabes? Entiéndeme, yo te escucho y eso, pero no sé si soy quien tú crees que soy. Vamos, que a lo mejor no soy tu tipo. Si me echas un vistazo así rápido seguro que te das cuenta, ¿verdad? Ahora, eso sí, te lo digo así como lo siento: ¿de verdad es necesario que le digas “mi señor” a tu padre? ¿Él te llama a ti “mi esclavo hijo”, o algo así? (la escena se pausa, y suena la música).
Narrador:
Aquí tenemos que hacer un inciso, perdonad que me entrometa. Porque El Nota ha tocado una tecla muy peligrosa. Cuando uno se dedica a cumplir, las relaciones acaban convirtiéndose, se quiera o no, en las de un señor y un esclavo. Y eso puede pasar en todo: los padres con los hijos, los hijos con los padres, los curas, los matrimonios, las parejas, las monjas, los empresarios y sus empleados, los perritos y sus dueños, Dios y la persona religiosa… A lo mejor me meto donde no me llaman, como siempre. Pero, ¿cómo es tu relación con la gente que te rodea? ¿De esclavitud, o de algo más, por ejemplo, hermano o hermana? En fin, no hacedme caso. Sigamos con El Nota y su 'enritado' compañero…
Don Fabián Mecoxtli:
(poniéndose muy tieso) ¿Pero qué me estás diciendo? ¿Importa eso mucho? ¡Hay que tener un respeto, hombre, por Dios! Aunque si te digo la verdad, hoy, para soltarme eso de (con retintín) «este hermano tuyo» me ha dicho «hijo, todo lo mío es tuyo», eso sí. Quién sabe si me lo dice siempre, no me acuerdo. ¡Pero no debería ser así! ¡Así se acaba perdiendo el respeto, como ha hecho ese hijo suyo, Adán!
El Nota:
(chasqueando los dedos) Ahí quería ir yo, tío. ¿Adán se llama este hermano tuyo?
Don Fabián Mecoxtli:
(señalándolo, con la mano temblándole) ¡Ja! ¡«Este hermano tuyo», eso, tú también! No digas su nombre. ¡No lo pronuncies!
El Nota:
No, tío, si lo has dicho tú. Es que verás, me explico: no hace mucho estuve de cháchara con un tal Adán, aquí precisamente, porque yo vengo mucho por aquí, ¿sabes? Por el bareto este, «Las almas perdidas». Y hace cosa de, yo qué sé, un par de semanas había ahí, justo donde estás tú sentado, un tío que se llamaba Adán. Que me lo dijo él, ¿eh? Vamos, que no es que yo sea adivino. Aunque tengo unos sueños a veces que no sé cómo puedo darle esas vueltas al coco cuando me duermo. Pero esa es otra historia. Total: que estaba ahí, hecho polvo, con un careto de tristeza y un pestazo a guarro que tiraba para atrás. Y me dice: «Que no sé si pegarme un tiro o tragarme una garrafa de lejía». Y yo le dije que tío, qué te pasa, no será para tanto, y entonces me contó una historia de algo que no tendría que haber hecho nunca en la vida, y de lo que estaba tela de arrepentido, y de todo lo que le pasó después, que, ¡madre mía!, es que da para una película de llanto de esas de los sábados por la tarde. Y la historia se parecía una jartá a lo que tú me has contado antes, la verdad, que por eso te lo estoy diciendo. Y, en fin, le dije: «Pues yo qué sé, tío. Yo que tú regresaba a la casa de mi padre. Porque un colega que te ha dado tu parte de la herencia así en plan ahí la llevas, de verdad te lo digo que no puede ser mala gente». Y lo invité a un ruso blanco, ¿sabes? Como este al que te he invitado a ti (la escena se pausa, y suena de nuevo la música).
Narrador:
Vamos a pararnos otro momento aquí, justo antes de que don Fabián pierda los papeles. Este Nota, que siempre está ahí, en su sitio, donde tiene que estar, me da en la nariz que conoce al padre más de lo que está diciendo, ¿no os parece? Como si, yo qué sé, tuviera una conexión directa con él… Pero eso no es lo que iba a deciros, que a veces se me va un poco la olla. Lo que de verdad os quería comentar es que en Adán, el hermano pequeño de don Fabián, yo creo que nos podemos ver tú y yo reflejados, ¿verdad? Es como decir que cualquiera de nosotros podría estar ahí, sentado junto a El Nota, con su ruso blanco, y El Nota diciéndonos que regresemos a la casa del padre. ¿No os lo imagináis? Bueno, que a lo mejor es una tontería. Sigamos, sigamos.
Don Fabián Mecoxtli:
(rojo de furia, primero cogiendo al Nota por las solapas de la bata, y después agarrándose con desesperación el pelo) ¿Me estás diciendo… que tú fuiste el que le dijiste a ese bastardo que regresara? ¿Que tú eres el culpable de todo esto? ¡Otro arrastrado de la vida, otro que no se merece nada, otro que aquí me las pongan todas! ¿Dónde está la gente digna, como yo? ¿Dónde han quedado los cumplidores, los que se merecen que alguien les pague lo que llevan haciendo toda la vida? ¡No, hale, matemos también un ternero gordo para ti, vete allí a la casa, seguro que te invitan a otro banquetazo!
El Nota:
Pero tío, Fabi, que el que estoy invitando a la copa soy…
Don Fabián Mecoxtli:
(gritando desaforadamente, y, si es posible, echando espumarajos por la boca) ¡Que no me llames Fabi! ¡Que soy don Fabián! ¿Me has entendido?
El Nota:
De verdad, no te pongas así, tío. En fin, yo lo que estoy pensando es que me voy a ir a la fiesta esa que dices que ha hecho tu padre. Porque tengo ganas de estar ahí con él, ¿sabes? No sé, me da a mí en la nariz que tiene que ser un colega de esos con los que te puedes echar una partidita de parchís en la plaza del pueblo, de esa gente que se puede confiar en él, no sé si me explico. Bueno, a lo mejor no me explico. Pero Fabi, ¿te puedo decir una cosilla? Así en plan tranqui, como un consejo.
Don Fabián Mecoxtli:
¡Te he dicho que no me llames así! ¡Que tengo mis títulos, y mis ahorros, y mis influencias, y mis normas, y no soy como ese Adán ni como… ni como tú!
El Nota:
(mirándolo de arriba abajo) No, si eso ya lo veo, hermano. En fin: que te iba a decir yo que si para ti ser feliz es ser cumplidor no vas a ser feliz nunca. Pero qué sé yo. Hale: me voy a la fiesta. Además, ¡ternero cebado gratis! Gratis del todo, como esa copichuela que te estás metiendo entre pecho y espalda, que te ha salido también por la patilla. Y si quieres otra porque te quedan ganas de seguir maldiciendo y castigándote la bilis, aquí tienes (deja unos billetes en lo alto de la barra). Total, que si quieres vente, y verás como se te pasa el cabreo, “don Fabián”. Que este hermano tuyo, Adán, es un poco capullo, pero como todos. ¿Verdad, Fabi? En fin, yo aquí te dejo. A no ser que te vengas, claro. ¿Te vienes a la fiesta? ¿O no te vienes? (El Nota le da un golpecito en la espalda, y hace mutis por el foro mientras don Fabián Mecoxtli sigue sentado, y va haciendo lo que seguidamente dice el narrador. Vuelve a sonar la canción Tumbling Tumbleweeds).
Narrador:
Pues sí, porque ya para nosotros don Fabián es Fabi, aunque él no quiera que lo llamemos así. Y porque en Fabi, como en Adán, también nos podemos ver reflejados tú y yo, ¿verdad? Y aunque a don Fabián Mecoxtlile estuvieran rechinando los dientes de rabia y saltándole las lágrimas de ira, El Nota sabía que más tarde o más temprano lo seguiría, si quería ser feliz. Y digo precisamente esto, «lo seguiría», porque El Nota se unió a la fiesta en la que, como solía pasar siempre en aquella casa de puertas abiertas, nunca faltaba el vino, el pan sabía a hogar, y el dueño de la finca, que vosotros y yo sabemos que es el padre misericordioso, esperaba sin descanso, con paciencia infinita y misericordia eterna, a que su hijo mayor, Fabi, que también era pródigo, aunque este se había perdido dentro y no afuera, como Adán, regresara para encontrarse con su hermano. En fin, ahí os dejo. Pero no os dejo solos: os quedáis con el eco de las últimas palabras de El Nota: «¿Te vienes a la fiesta? ¿O no te vienes?». Decidas lo que decidas, pregúntate el porqué.
Se cierra el telón.
N.B. del autor: por si te estás preguntando qué significan los nombres y los personajes.
―«Don Fabián Mecoxtli»: Fabián significa «cumplidor», y el apellido está hecho a partir del apellido «Lebowski», pero sustituyendo las consonantes por la siguientes que aparecen en el diccionario. Es un guiño cinéfilo, pero también un signo de su “sentirse un poco más digno” que su hermano menor.
―«Adán». Es el hermano menor, y la oveja perdida, que para los Padres de la Iglesia es Adán el ‘primer hombre’, cuya caída representa a toda la humanidad. Se le ha puesto «Adán» para que, como dice el narrador, todos nos podamos ver reflejados.
―«El Nota»: su personaje, claramente basado en el protagonista de la cinta de los hermanos Coen, también está ligeramente inspirado en el Espíritu Santo, que desde dentro va conduciéndonos, «como el viento, que nunca se sabe de dónde viene ni adónde va».
―«El ruso blanco»: es la curiosa bebida que toma Jeffrey Lebowski, El Nota, en la ya citada película The Great Lebowski. Otro guiño cinéfilo que, en este caso, nada tiene que ver con la guerra que, atónitos, estamos sufriendo.
―«El narrador»: es el narrador. Pero al romper la ‘cuarta pared’, dialogando con los espectadores, también nos invita a darle alguna que otra vuelta al coco con sus preguntas, que son, por otra parte, como ese dedo que se mete en el ojo y da vueltas hasta que uno dice «ome pofavó, déjame ya, que no me molesta, pero me da corahe».
Comments