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La cultura del encuentro en un cambio de época

Foto del escritor: Llamas, J.M.Llamas, J.M.

Aquí tienes la ponencia en varios formatos.







Introducción

Un cambio de época es un periodo de varios siglos en los que una civilización que ha implantado su cultura entra en crisis, va deshaciéndose, implosionando o transformándose en otra u otras que, al final, surgen de entre los escombros culturales de la anterior.

Esto es lo que estamos viviendo hoy en día, desde hace ya varios siglos: quizás se podría poner la Revolución Francesa (finales del XVIII) como marco de inicio de la crisis de la modernidad; en cualquier caso, yo reconozco un semáforo claro en el romanticismo del siglo XIX. Los cambios económicos, políticos y sociales que hemos vivido tras aquellos síntomas han conducido al Occidente moderno, una de cuyas claves ha sido la configuración cultural de cristiandad, a una crisis que ya, bajo mi punto de vista, no tiene vuelta atrás. Como ejemplo, una noticia que salió no hace mucho en televisión y por las redes sociales: la Parroquia San Antonio de Padua, en Bruselas, un edificio imponente neogótico que estaba en peligro de derrumbe, ha sido convertida en un rocódromo social. Algo muy parecido debió pasar en la Malaca del siglo IV-V: el teatro de la ciudad, un edificio imponente en peligro de derrumbe, fue convertido en un saladero de garum.

Dentro de estos cambios de época se da un fenómeno curioso: se abren los puentes culturales, y se produce un encuentro entre culturas diversas. Trataré de describir con brevedad estos procesos de encuentros de culturas, concretando en algunos personajes del primer cambio de época de la era cristiana, verdaderos maestros del diálogo con su cultura, y luego aplicaré esas pinceladas a nuestro tiempo, para preguntarme qué tienen que enseñarnos ellos, en concreto, a nosotros.

Dos cuestiones que me parecen esenciales para comprender la importancia de la cultura del encuentro en un cambio de época. Primera: es imposible analizar los fenómenos sociales de una forma absolutamente objetiva, como si estuviéramos fuera. Formamos parte de la sociedad, compartimos nuestra cultura y nuestra forma de comprender el mundo, el ser humano y las relaciones personales y colectivas, y esto configura nuestra visión. Por tanto, no debemos hablar de “la sociedad” como algo externo a nosotros, porque es falso y absurdo. Segunda: debemos poner en cuestión todo, desde nuestra perspectiva creyente, menos lo que pertenece de una forma inequívoca a la Palabra de Dios o al contenido de la fe, para poder descubrir qué fundamentos culturales, de los que vivimos, son parte del encuentro entre culturas, cuáles son una apropiación cultural convertida en una carga que es mejor soltar, y cuáles entran dentro de una cultura del encuentro que nos sirva, como remo, para navegar en esta tormenta.


1. Encuentro, apropiación cultural y cambio de época

En primer lugar, ¿por qué se produce este encuentro de culturas dentro de un cambio de época? Al desdibujarse y abrirse las fronteras de una civilización, como consecuencia de su intención de controlarlo todo y, al mismo tiempo, de su incapacidad, a través de ellas van entrando otras realidades culturales que se muestran más fuertes frente a la debilidad de la sociedad que pierde pie.

Este derrumbe de la civilización “saliente” tiene unas claves que se repiten, si bien se concretan de forma diferente en las distintas épocas de la historia: económicas, temporales, políticas, geográficas, socioculturales o religiosas. Grandes crisis económicas que se van volviendo sistémicas, cambios socioculturales y geográficos, desplomes de la natalidad, epidemias, decadencia en las claves culturales en las que se enraizaba la civilización, vaciamiento de la religiosidad propia de tal cultura, modificaciones radicales en la concepción del tiempo y en el calendario, deterioro de los sistemas políticos, y otras causas, síntomas y procesos que forman parte del cambio de época1.

Esto provoca, por tanto, una apertura de puentes de diálogo. Normalmente son las culturas que llegan a quienes les es más fácil abrir los puentes de encuentro y diálogo; por contra, a la civilización que está en retirada le cuesta más dialogar, ya que se siente amenazada por lo nuevo y, como consecuencia, trata de defenderse.

En este proceso se va provocando un intercambio que, por una parte, enriquece a la cultura o culturas entrantes y, por otra, transforma paso a paso la civilización hasta sus mismas raíces. Esta transformación resulta inesperada para quienes viven dentro del cambio de época, y se sufre con la amargura de “un mundo que se va” por parte de las personas que se sienten pertenecientes a la civilización en ocaso. Por decirlo de otra manera, la civilización va cambiando desde dentro, de tal forma que sus características esenciales son transformadas por las sucesivas generaciones, que llegan con universos culturales muy diferentes de los que eran “dominantes”, hasta hacer que las claves anteriores resulten irreconocibles.

Ahora bien: este encuentro entre culturas, que se hace especialmente vivo en el cambio de época, es distinto a la apropiación cultural, que se suele producir dentro de la cultura que sustituye a la anterior, y que consiste en apropiarse de las claves culturales de esa etapa anterior para utilizarlas como fundamentos de su propia civilización, sin que haya habido un proceso de inculturación previo.


2. Encuentro de culturas en la crisis del Imperio romano

Apliquemos estas claves a la época clásica y su transformación, acelerada por dos causas claras: la irrupción de las culturas del norte y del este, y la secularización que trajo el cristianismo.

En primer lugar, la misma estructura social del mundo clásico llevó a esta transformación. Quizás se puede afirmar, como causa política, que el paso de República a Imperio fue necesario ante una crisis que amenazaba con desestructurar el mundo romano. Luego llegó la utilización, por parte del poder, de las claves religiosas que se extendían, como una telaraña, por toda la sociedad, hasta el punto de hacer que el emperador fuera el pontifex maximus, y de requerir la inserción de su persona dentro del mundo divino, a través de la veneración imperial conectada con su genius. Esto es una apropiación cultural, por parte del emperador, de claves religiosas existentes en su ambiente.

Mientras todo esto ocurría a nivel religioso, surgía, desde dentro del propio Imperio recién estrenado, el cristianismo, que negaba los fundamentos de lo sacro social: la existencia de los dioses, la necesidad de los sacrificios, el tiempo y el espacio sagrados, la división socio-religiosa de las clases sociales, e incluso la estructura misma del mundo urbano, cuyo origen era la ciudad templar, o la relación entre los vivos y los difuntos, que en la sociedad politeísta debían permanecer fuera de las ciudades2. La secularización cristiana fue de tal calibre que amenazó las mismas claves del Imperio y, en el siglo III, surgieron tres grandes persecuciones globales contra el cristianismo, que, además de ser una religio illicita, se convirtió en un peligro para la supervivencia del Estado.

Tenemos aquí, por tanto, dos estructuras religiosas que chocan entre sí: por un lado, la religiosidad politeísta, que configuraba toda la sociedad y que trataba de integrar cualquier religión dentro de esta “romanidad”, algo que resultaba imposible con el cristianismo; por otra, este último, que negaba esta configuración socioreligiosa.

Sin embargo, y esto es lo curioso, el cristianismo dialoga con su propia cultura, o más bien podemos decir que los cristianos buscan, dentro de las claves culturales en las que viven, fundamentos que les ayuden a comprender mejor el misterio que creen y anuncian. Surge así, por ejemplo, la teología del Verbo, o el monarquianismo, como claves interpretativas de la Palabra de Dios que bucean en el mundo cultural clásico y tratan de abrir puentes entre el Misterio y la cultura, a nivel teológico.

Además, el cristianismo se define desde sus inicios por una característica esencial: la universalidad. Podemos encontrar un enorme catálogo de citas de la Escritura que señalan en esta dirección, con el mandato de Jesús en el momento de la ascensión como fundamento claro3. Los cristianos no son de una raza determinada, no son de una clase social específica, no son de una cultura concreta… Además, Dios, que ha creado el mundo entero, está presente de alguna forma en su obra, desde el inicio. Por tanto, hay muchos cristianos que hacen el esfuerzo de bucear en su propia cultura y en su historia para ver esas marcas divinas en todo lo bueno que ha existido desde el inicio de los tiempos. Ya Pablo en el areópago de Atenas señala esta dirección4, que después retomará Justino5 y, tras él, un río de pensadores cristianos que dialogan con su cultura tratando de encontrar en ella «semillas del Verbo». Este es precisamente el sentido que le doy yo a la cultura del diálogo.

Sin embargo, el politeísmo, con el paso de los siglos, se va quedando encerrado en posiciones tradicionalistas, elitistas y superficiales, y considera que aquella nueva religión es una amenaza para su supervivencia, es decir, que el cristianismo está ‘secularizando’ o destruyendo su sociedad religiosa. Esto es lo que lleva en primer lugar a la ridiculización del cristianismo, desde una concepción elitista de la cultura, algo que criticarán duramente Justino, Clemente de Alejandría, Orígenes, Tertuliano y otros muchos. Al fracasar esto, pasarán directamente a la persecución y a tratar de prohibir semejante ‘secularismo religioso’. Tampoco esto funcionó, y entonces se optó por la integración social del propio cristianismo, en el siglo IV. Esto llevó a la asunción de muchas de las claves de la “romanidad” religiosa politeísta hasta llegar a la “cristiandad” moderna, en la que se dio un proceso de apropiación cultural que es, me permito afirmar, contrario a la inculturación e incluso a la aculturación6, y que nos ha conducido a la crisis que vivimos en la actualidad.


3. Apropiación cultural en la cristiandad moderna

Este proceso me parece fundamental para poder comprender el momento histórico en el que estamos, y las propuestas que plantearé al final de estas pinceladas que quieren ayudar a desarrollar una cultura del encuentro en mitad del tiempo que nos toca vivir.

La época moderna se ha planteado y desarrollado como una copia del mundo clásico, sobre todo la sociedad romana, cambiando la clave religiosa social politeísta por la cristiana, en muchos ámbitos, como veremos a continuación con algunos ejemplos. Esto ha supuesto pasar de la inculturación, que nos señalarán en el siguiente punto algunos Padres, o de la aculturación, que se llevó a cabo fundamentalmente desde el monaquismo en el ámbito celta y germánico7, a la inmersión en la estructura politeísta de las ciudades templares, contraria a los primeros siglos de la historia de la Iglesia, y al Nuevo Testamento.

Objetivamente hablando, este proceso no ha sido un encuentro entre la cultura clásica y el cristianismo, sino una apropiación cultural, por parte del cristianismo histórico, de las claves culturales clásicas que se suponían desaparecidas, pero que estaban muy vivas en el sustrato social, y que hay que unir a una tendencia, siempre pecaminosa, a ‘construir el Reino de Dios en la tierra’, tentación que siempre ha estado presente en nuestra Iglesia, y que ha llevado a confundir los reinos supuestamente cristianos con el Reino de Dios. Sin embargo, hay una diferencia esencial entre esta apropiación cultural moderna y la aculturación en sentido romano que he señalado antes, y que ocurrió a partir del siglo IV-V. Los autores más importantes de aquella época son conscientes de que, aunque la Iglesia debía vivir dentro del mundo, jamás debía tener el más mínimo punto en común con una teocracia terrena, con un mundo constituido cristianamente, y esto debía ser una defensa contra cualquier fácil tentación de poder terreno8. Sin embargo, la llegada del Renacimiento significó el paso hacia una apropiación cultural por parte del cristianismo, algo que, bajo mi punto de vista, ha sido un error mayúsculo, y nos ha conducido hasta esta crisis que vivimos. Pongo varios ejemplos que me parece que describen bien este proceso.


Los edificios

La pretendida globalización moderna llevó a creer que el centro de todo es el ombligo de la grandeza de la humanidad que se ve todopoderosa. Pero la Iglesia ha formado parte, en cierto modo, de esta época: como ejemplo se puede poner la moderna grandeza del Vaticano con su “IN HONOREM PRINCIPIS APOST. PAULUS V BURGHESIUS ROMANUS PONT. MAX.”. Las basílicas modernas han copiado la estructura de los templos clásicos incluso en sus líneas arquitectónicas. Se puede decir que la estructura de los edificios religiosos católicos cambió, a partir del Renacimiento, desde la concepción de lugar de reunión para la asamblea cristiana, o basílica, a lugar para el sacrificio, o templo, y que muchos de sus elementos interiores se han transformado para imitar al politeísmo. Incluso el mismo título de “Pontífice Máximo” hace clara referencia a una religiosidad politeísta, por mucho que hayamos tratado de enmascararlo dentro de unas claves cristianas. Voy más allá: también los edificios deportivos, o dedicados a artes varias, han sustituido a los anfiteatros, teatros, coliseos, circos, etc. Pero todo es una copia actualizada de aquella época politeísta, aunque se haya insistido en darle un barniz cristiano9.

Un ejemplo de todo esto que me parece de una horripilante grandiosidad: la Villa del Este, en Tivoli, cerca de Roma. He estado allí un par de veces o tres. Y reconozco que es de una belleza deslumbrante, hasta que me pongo a pensar en lo que significa: un niñato eclesiástico al que le regalaron una mansión con un jardín interminable que fue llenando con estatuas de lo más politeísta que imaginarse pueda y fuentes de una fantasía que no reparó en gastos, para revolcarse con sus amoríos y pergeñar negocios variados, signo de una estructura eclesial ciertamente corrupta en la que Jesús y el evangelio están justo en el extremo contrario. A eso me suena la Villa del Este de Tivoli. Y me asombra que asombre, para bien, a tanta gente dentro de la Iglesia, porque creo que es un ejemplo atroz de la cristiandad moderna. Ahora ya, gracias a Dios, es un museo, como cada vez mayor número de los edificios eclesiásticos modernos.


La religiosidad popular moderna

La piedad popular católica tomó un nuevo rumbo a partir del Concilio de Trento. Este no supone el nacimiento de la religiosidad popular moderna, pero en su periodo de aplicación encontramos tendencias que marcan el sendero de una sociedad de cristiandad como la de los siglos XV y XVI. Entre estas tendencias está la estructura de las cofradías modernas, que, como los edificios, copia la religiosidad popular del Imperio romano. Esto está claro en las mismas imágenes, que buscan un realismo que nunca había tenido la imaginería cristiana anterior, y que copian los modelos clásicos, olvidando las claves que surgieron de la controversias sobre las imágenes, y que Juan de Damasco clarificó nítidamente10. Y llega hasta los ornamentos e instrumentos que portan las cofradías, y que son una revisión o adaptación de elementos oficiales de aquella época: los bastones, las mazas, las bocinas, los estandartes o incluso los “SPQR”. También encontramos atavíos como los trajes de nazareno, que están basados en los “sambenitos” que usaban los penitentes católicos para mostrar público arrepentimiento por sus pecados, y más tarde fueron adaptados por la Inquisición para señalar a los condenados: se vacían de aquel significado, y se convierten en signo cofrade esencial cuyo origen parece haberse olvidado.

Particularmente me resulta muy curioso que se haya copiado casi punto por punto una estructura de religiosidad popular politeísta que, a comienzos de la era cristiana, formaba parte de todo aquello que se debía abandonar como consecuencia del bautismo. En realidad se trata de una apropiación de un mundo absolutamente contrario al del cristiano, aunque supuestamente vaciado de su significado, con el fin de convertir el cristianismo en la nueva “religiosidad social”. Sin embargo, la inevitable consecuencia es una tendencia propia al politeísmo que, de hecho, se revela como tentación muy clara dentro de la religiosidad popular actual. Además, las tendencias sociales suelen repetirse, y en la actualidad estamos más cerca del tradicionalismo nacionalista de la religiosidad politeísta de los siglos III y IV: ellos eran entonces quienes intentaban mantener las claves de un Imperio que se desfondaba, y acusaban a los cristianos de estar socavando los cimientos de la sociedad con su negativa a participar de la religiosidad tradicional11.


La socialización de los sacramentos

Esta clave de la cristiandad moderna es, bajo mi punto de vista, uno de los errores de estrategia más graves de nuestra época. Antes de la modernidad no existía una socialización de los sacramentos como la que se produjo tras Trento: ni en el matrimonio, ni en el bautismo, ni siquiera en el orden sacerdotal. Todo esto llegó con la conciencia cada vez más clara de ser la religión que tenía el deber de configurar la sociedad en todos sus aspectos, proceso que alcanzó su culmen en la edad moderna.

¿Cuál ha sido la consecuencia? Que los mismos sacramentos comparten la crisis de la modernidad, y han sufrido la tendencia de ser vistos como contratos sociales, a pesar del esfuerzo por preparar bien a las personas que piden recibirlos. Y nos hemos contagiado de esa espiral burocrática que en nada ayuda a la fe, sino más bien todo lo contrario: los procesos corren el peligro de ser ahogados entre papeles y leyes.

Si esto era ya así en plena época moderna, no hay duda de que su evolución ha mostrado una crueldad histórica enorme, que estamos sufriendo en la actualidad. El fin de la modernidad nos está cogiendo con el paso cambiado, y comprobamos, con desilusión, que los sacramentos sociales se parecen cada vez más a un circo de tres pistas en el que se sabe que los animales son de pega, las cuerdas son incapaces de sostener a los trapecistas y los payasos ya no hacen reír a nadie. Esto lo contemplamos en general, con sus excepciones, en las “primeras comuniones”, en las confirmaciones (mucho más en nuestro caso malagueño, donde, después de un período de “de-socialización” hemos entrado en una espiral de nueva socialización en la que poca gente identifica siquiera el sacramento, reducido a un simple ticket para poder “hacer la primera comunión” o “ser padrino o madrina de bautismo”), en los bautismos, las bodas e incluso el orden sacerdotal, con algunos modelos presbiterales que poco tienen que envidiar a los príncipes eclesiásticos modernos, signo de un nuevo clericalismo que, como nos recuerda el papa Francisco, da pena y produce escándalo, con pases de modelos de sacerdotes jóvenes en las sastrerías eclesiásticas romanas a base de sotanas, sombreros, albas y roquetes con encajes12.


La identificación de la Iglesia con el poder, y sus consecuencias

Hoy día quizás esto nos suene a agua pasada, pero los hechos nos muestran que todavía no es así. De hecho, algunas de las mayores críticas cinematográficas a la cristiandad, incluso las que ridiculizan más nuestro entorno, tienen esta clave como premisa fundamental: como ejemplo, Amanece que no es poco, de José Luis Cuerda13, que merece la pena ver para caer en la cuenta de lo ridículas que resultan a veces nuestras formas desde fuera.

Nunca como en la modernidad se había dado una identificación tan exagerada entre Iglesia y poder civil. Incluso en la Edad Media, cuya estructura feudal está basada, en parte, en el mundo del monaquismo, había cierta distinción. Pero el ansia de la modernidad por copiar la cultura clásica trajo esta unión que tanto daño ha hecho, me parece, a la Iglesia. Todavía vemos normal este abrazo entre los poderosos y la Iglesia, e incluso lo buscamos en ciertas circunstancias y ocasiones. Me pregunto: ¿cómo se puede llegar a la conclusión, leyendo el Nuevo Testamento, de que está bien unirse a los poderosos? ¿De verdad nadie ha pensado que estamos poniéndonos a los pies de Herodes o Pilato, imitando a los fariseos, a los saduceos y a la estructura religiosa frente a la que se colocó Jesús, el Hijo de Dios, y que fue una de las razones, legalmente hablando, de su muerte en la cruz?

El colmo de esta unión lo hemos vivido, y esto sí que es asombroso y tenebroso a una vez, durante los siglos XIX-XX: por mucho que digamos, ha habido cercanía cierta14 entre estructuras eclesiales y muchos de los penúltimos regímenes autócratas. Y esto ha supuesto dos cosas fundamentales: la pérdida de la libertad por parte de la Iglesia, cayendo en aquella tentación de «Todo esto te daré, si te postras y me adoras» (Mt 4,9), y la enemistad e incluso oposición contra las revueltas y revoluciones con las que entró en crisis la modernidad.

Esa falta de sabiduría para no llegar a comprender que «no se puede servir a Dios y al dinero» (Lc 16,13), o que «si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya» (Jn 15,19), nos ha conducido a una crisis eclesial de dimensiones astronómicas, y nos ha identificado como parte íntegra de la modernidad que ahora cae sin remedio. Y todas las estructuras eclesiales que he descrito, y que forman parte de este encuentro amatorio entre la cultura moderna y la Iglesia, están desmoronándose, y van a seguir deshaciéndose porque así ha pasado en todos los demás cambios de época: los edificios, la religiosidad popular moderna, la socialización de los sacramentos y la identificación entre Iglesia y poder van a acabar cubiertas por la arena de la historia en este espacio-tiempo que estamos viviendo. Por eso me resulta tan llamativo que haya algunos hermanos nuestros que sueñen con la vuelta de esa identificación entre Iglesia y poder político-ideológico, que tan nefastas consecuencias ha tenido para nosotros y también para la sociedad.

Estos ejemplos creo que dejan muy claro que lo que hemos vivido en nuestra época moderna no ha sido una “sociedad cristiana”, sino una religiosidad de estructura politeísta pintada con un barniz cristiano, dentro de la que muchos cristianos han vivido su fe con coherencia, claro está: entre ellos, mis abuelos. Pero una cosa no quita la otra.


4. Pinceladas tradicionales de cultura del encuentro

Llegados a este punto, y después de haber identificado la apropiación cultural del mundo moderno, en la que también hemos caído como Iglesia, podemos preguntarles a los Padres de la Iglesia qué entienden ellos por «cultura del encuentro». Yo particularmente he acudido a algunos que conozco, que tampoco son tantos. De cada uno de ellos he sacado algún hilo que nos puede enseñar diversas dimensiones de esta cultura del encuentro tan necesaria para anunciar la alegría del evangelio desde dentro de las propias claves socioculturales.

Repasemos, muy brevemente, seis Padres de la Iglesia para comprobar, en concreto, cómo se da esto de dialogar con la propia cultura, abrir la mente y el horizonte, y salir del encerramiento en el que a veces tendemos a meternos bajo la excusa de la tradición.


Clemente de Alejandría y la universalidad del cristianismo

Nuestro primer autor me parece que refleja muy bien la universalidad que atesora el cristianismo, lejos de ideologías particularistas que evolucionaron hasta las herejías prácticas que, especialmente en el mundo moderno e incluso hoy día, usan el catolicismo para admitir la superioridad de unas razas sobre otras, para rechazar a los inmigrantes o para aferrarse a absurdos nacionalismos decrépitos15:

Escuchad, pues, los que estáis lejos (cf. Is 57, 19), escuchad los que estáis cerca (cf. Ef 2, 17). El Logos no se oculta a nadie, es una luz común, brilla para toda la humanidad. No existe ningún cimerio16 en el Logos; corramos hacia la salvación, hacia la regeneración. […] La unión El almade muchos, una vez recibida la divina armonía de muchas voces y de pueblos dispersos, resulta una única sinfonía, que sigue al Logos, único jefe de coro y maestro, y descansa en la misma verdad, diciendo: Abba, Padre (Mc 14,36). Dios acoge con afecto esta voz sincera, cosechando el primer fruto de sus hijos17.
El Cristo total, por así decirlo, no está dividido; tampoco es bárbaro, ni judío, ni griego, ni es varón, ni mujer; es el nuevo ser humano de Dios, transformado por obra del Espíritu Santo. […] Recibe a Cristo, recibe el poder ver, recibe tu luz: para que conozcas bien tanto a Dios como al ser humano (Homero, la Ilíada, V, 128)18.

Tertuliano y la psicología

Tertuliano no es un autor que se distinga por el diálogo de consenso con su cultura, sino más bien por la crítica, a veces llena de sarcasmo, contra las claves del politeísmo y la religión romana. Su actitud ante la filosofía es de desconfianza, ya que no la cree capaz de alcanzar la verdad. Particularmente considera que Platón es un peligro, pero no porque sí, sino porque los herejes de la época se basan en este autor; a nivel antropológico su visión del ser humano está en las antípodas, por ejemplo, del dualismo platónico.

Sin embargo, no renuncia a dialogar con la filosofía, y esto lo vemos particularmente presente en su obra El alma, que se puede considerar el primer libro de psicología cristiana de la historia. Su originalidad está en potenciar, apoyado en los filósofos, aunque sea desde la crítica, el estatuto del alma humana, basándose en Platón y en los escépticos para colocarse en contra de la infravaloración tanto del alma como del cuerpo19. Aquí tenemos un ejemplo de su visión sobre la filosofía, que después aplicará a la configuración de la persona humana en un proceso de diálogo y discusión muy interesante.

No negaremos que a veces los filósofos han pensado como nosotros, los cristianos; una prueba de la verdad es, también, su propio éxito. Alguna vez, incluso en una tempestad, con las señales del cielo y del mar alteradas, por un feliz error se encuentra un puerto; alguna vez, incluso en la oscuridad, por una ciega buena suerte se descubren ciertas entradas y salidas; pero la mayor parte de las cosas son también suministradas por la naturaleza, por medio, por así decirlo, del sentido común, con que Dios se ha dignado dotar el alma20.

Orígenes y la búsqueda de la verdad

Un caso muy distinto es Orígenes, un autor cuya reflexión filosófica y teológica está ‘en la cuerda floja’: presenta hipótesis, abre diversos caminos posibles, desarrolla múltiples teorías ante la profundidad de los misterios de la fe… Él lucha fundamentalmente contra los gnósticos21, pero utiliza su mismo lenguaje, e incluso se sumerge en su mundo y su mitología para negar las premisas y las conclusiones que estos proponen.

Por ejemplo, para afirmar la capacidad y la necesidad del ser humano para preguntarse por el sentido de las cosas y descubrir el amor que hay en el fondo de todo, se basa en Platón, Aristóteles o Teófilo.

En efecto, tal como en aquellos oficios que suelen ser realizados a mano, sin duda se encuentra un propósito en la mente del artesano: qué hará, de qué calidad y con qué utilidad, pero la realización de la obra se desarrolla por el servicio de las manos; así también, en las obras hechas por Dios, se debe pensar que el propósito y significado de las obras visibles, hechas por Dios, permanece oculto. Y tal como nuestro ojo haya visto lo que ha hecho el artesano, si ha examinado algo fabricado con especial maestría, inmediatamente arde el ánimo por indagar […]; incomparablemente más arde en la mente un inefable deseo por conocer la razón de ser de las criaturas hechas por Dios que examinamos. Creemos que ese deseo, ese amor, sin duda ha sido insertado por Dios en nosotros; y tal como el ojo de forma natural busca la luz […], así nuestra mente contiene un deseo propio y natural de conocer la verdad de Dios y de conocer las causas de las cosas22.

Gregorio de Nisa, el neoplatonismo y la mística

Gregorio de Nisa es otro ejemplo de profundo diálogo entre la cultura y la fe. Basándose en una cita paulina, Fil 3,13-1423, propone un modelo de ascenso espiritual que será después empleado en la mística durante toda la historia de la Iglesia. En el fondo de su discurso hay claves sacadas de Platón y, sobre todo, de Plotino, pero recolocadas para señalar el progreso en la fe y en la vida cristiana, y la estructura del deseo aplicada a la búsqueda de Dios.

El alma que mira hacia Dios y concibe aquel buen deseo de la belleza inmortal, posee dentro de sí un deseo de la realidad suprema que es siempre nuevo, y nunca apaga su búsqueda con la saciedad. Por este motivo no deja nunca de lanzarse hacia lo que está por delante, no deja de abandonar aquella condición en la que se encuentra, y de penetrar siempre más al interno, en aquella realidad en la que todavía no ha entrado; y aquello que por ley aparece siempre admirable y grande, ella lo considera más bajo que aquello que alcanza sucesivamente, en cuanto que aquello que encuentra una vez y otra es seguramente más bello que aquello a lo que se ha aferrado precedentemente. De este modo también Pablo moría cada día (Cf. 1 Cor 15,21), porque cada vez pasaba a una vida nueva24.

Agustín de Hipona y el diálogo con todo y con todos

Agustín de Hipona es, junto con Orígenes, el autor más importante de toda la patrística. De él se puede estar hablando años de un modo siempre nuevo, pero aquí me voy a fijar, con brevedad, en sus primeros diálogos filosófico-teológicos, que son un asombroso ejemplo de conversación con la cultura. Estos diálogos son obras de alguien que se acaba de convertir al cristianismo, que busca respuestas a las preguntas sobre el ser humano y sobre Dios, y las busca en la fe cristiana, pero también en su tradición filosófica, tratando de encontrar ideas y doctrinas que no estén en contra de la propia fe25. Esto es, precisamente, la cultura del encuentro.

«Pues para que sepas, madre», dije, «este nombre griego de filosofía, en latín vale lo mismo que amor a la sabiduría. Por eso nuestras divinas Letras, que estimas tanto, mandan se evite no a todos los filósofos, sino a los filósofos de este mundo (Col 2,8) […]. Quien reprueba indistintamente toda filosofía condena el mismo amor a la sabiduría. Te excluiría, pues, a ti de este escrito si no amases la sabiduría; te admitiría en él aun cuando solo tibiamente la amases; mucho más al ver que la amas tanto como yo. Ahora bien: como la amas mucho más que a mí mismo, y yo sé cuánto me amas, y has progresado tanto en su amor que ya ni te conmueve ninguna desgracia ni el terror de la muerte, cosa dificilísima aun para los hombres más doctos, y que por confesión de todos constituye la más alta cima de la filosofía; por esta causa yo mismo tengo motivos para ser discípulo de tu escuela». Aquí ella, acariciante y piadosa, dijo que nunca había yo mentido tanto26.

Juan Crisóstomo y la crítica a la cristiandad

Para terminar, pongo una feroz crítica de Juan Crisóstomo a algo que, por desgracia, se ha hecho común en la Iglesia moderna, aunque siempre ha existido, y que está volviendo con fuerza en ciertos ambientes eclesiales actuales: la apropiación cultural de la identificación de la Iglesia con el poder y las riquezas, y sus consecuencias, que hemos visto.

Escuchad: están aquellos que, haciéndose a la fuerza con innumerables bienes de los demás, creen justificarse del todo si ofrecen diez, o cien, monedas de oro. Cristo no quiere ser alimentado con la codicia, no acepta este alimento. […] Quien no solamente roba, sino que también hace violencia y no devuelve a quien ha robado, sino a otro, y no cuatro veces más, sino ni siquiera la mitad, piensa cuánto fuego va amasando sobre su cabeza… Además: por vuestra culpa y por vuestra deshumanización, están a disposición de la Iglesia terrenos, casas, créditos inmobiliarios, medios de transporte, arrieros, mulos y una gran cantidad de cosas de este género. Ahora, en la preocupación por estas cosas, nuestros obispos han superado a los administradores, los economistas y los mercaderes; mientras deberían preocuparse y dar cuenta de vuestras almas, en vez de eso se desgastan por los mismos negocios que se afanan los recaudadores de impuestos, los cobradores, los revisores de cuentas o los tesoreros. […] Esta deshumanización nos vuelve, junto a vosotros, objeto de burla porque, habiendo dejado de lado la oración, el anuncio del evangelio y los otros oficios sagrados, estamos en continua lucha unos con los vendedores de vino, otros con los mercaderes de grano, otros con traficantes de mercancías varias. […] Incluso a los sacerdotes se les dan títulos más propios de las casas terrenas, mientras tendrían que ser llamados en base a las funciones que establecieron los apóstoles, es decir, el sustento de los pobres, la defensa de los oprimidos, la cercanía con los inmigrantes, la ayuda a aquellos que son acosados, el cuidado de los huérfanos, la asistencia a las viudas, la protección de las vírgenes; deberían dividirse estos servicios en vez de preocuparse de terrenos y de casas27.

5. Propuestas actuales para la cultura del encuentro

¿Qué podemos aprender de estos y otros muchos Padres de los primeros siglos? En este último punto me atrevo a dar algunas propuestas para caminar por el sendero de la cultura del diálogo en nuestro hoy. Porque me temo que en la actualidad tenemos el peligro de ser nosotros aquellos politeístas del siglo IV y V que se quejaban de que el Imperio estaba desapareciendo porque la gente había dejado atrás las tradiciones; o, traducido a nuestra época, que nuestra sociedad está fatal porque ha abandonado la fe. Personalmente me harta mucho este discurso, porque es absurdo en sí mismo, no tiene ninguna validez histórica, nos inyecta el veneno de la melancolía y nos vuelve ciegos para mirar al futuro.

Es completamente mentira que la sociedad de nuestros padres y nuestros abuelos fuera mejor que esta. ¡Por Dios, dos guerras mundiales, una guerra civil y una dictadura! ¿A eso lo llamamos «sociedad cristiana buena»? Por supuesto, entonces había cosas buenas que hemos perdido, y no existían algunas realidades negativas que hemos añadido. Pero también al revés: en esta sociedad hay cosas buenas que hemos ganado, y no existen algunos elementos negativos que hemos perdido, gracias a Dios.

Aquí están, por tanto, mis propuestas, que son bastante pobres, lo reconozco, y que requieren ser completadas.


Derribar los muros de la cristiandad: que corra el aire

Acogiéndome al último texto, el de Juan Crisóstomo, y al punto 3, me parece que debemos pulir, arrancar o sanar todo aquello que la modernidad nos ha pegado y se ha convertido en una costra que nos está arrastrando acantilado abajo. ¿A qué me refiero? Pongo a continuación cuatro ejemplos, aunque seguramente se pueden encontrar otros tan importantes o más.

Lo sacro y lo profano

Basta ya de dividir el mundo en aquello que es sacro, que es sagrado, y aquello que no lo es. No existe el suelo sagrado, por mucho que queramos reinventarlo una y otra vez, copiando el politeísmo religioso clásico. Y si decimos que existe el suelo sagrado estamos negando lo que afirma la Palabra de Dios en el Génesis, y estamos falseando al mismo Jesús en el evangelio. En todas las cosas se puede encontrar a Dios, todo nos puede hablar de Dios28. Todo, menos las ansias de poder, de riquezas y de honores: eso nos habla del diablo.

Conclusión: anunciemos que Dios lo hace todo nuevo y que, por tanto, la realidad no está fuera de Dios. En todas las cosas está la misericordia de Dios trabajando.


La Iglesia y el poder

Basta ya de besitos y abrazos entre la Iglesia y el poder. Porque eso es una herejía moral que nos esclaviza. Aunque no lo digamos en público por vergüenza, los curas sabemos perfectamente cuándo hemos perdido la libertad con la excusa de conseguir algo. Sí, probablemente lo podamos justificar de muchas maneras. Pero en el momento en que cruzo la línea y me arrodillo ante las ansias de poder, da igual que me ofrezcan pintar el templo o todos los reinos del mundo. He perdido la libertad, y se acabó: he vendido al Señor por treinta monedas, o por dieciocho millones de €. Este pecado de la cristiandad del que nos ha hablado el Crisóstomo, y que hemos arrastrado durante tantos siglos, nos pesa profundamente. A veces es imposible dejarlo fuera de las decisiones que nos toca tomar, pero tenemos que ir sacudiéndolo de nuestras vidas si realmente queremos anunciar la buena noticia de Jesús como Él y con Él: con libertad.

Conclusión: desatémonos los lazos del poder, aprendamos de la libertad de Jesucristo y, como ciudadanos normales, sin ningún privilegio ni ninguna búsqueda propia, anunciemos la alegría del evangelio a nuestro alrededor.


La piedad popular cristiana

Basta ya de modas politeístas que aplaudimos con energía en los ámbitos cofrades. Si nuestras procesiones se han convertido en un calco de las que había en Alejandría o en Malaca en el siglo III, las de Isis, Osiris y familia, ¿nos podemos quejar de que la gente venga a rezarle a las imágenes y no se ponga delante del sagrario? Nosotros hemos sido los que hemos abonado el campo de las formas politeístas copiadas del mundo clásico, y luego hemos sembrado y regado. ¿De verdad tiene sentido lo que estamos viendo hoy, sacerdotes montando cofradías con más tonterías ‘paganas’ que un mueble-bar? No sé. Me parece que nuestra tarea es otra: hacer un camino con la piedad popular, para que en nuestras estaciones de penitencia se vea reflejado el Misterio Pascual, y en las de gloria se transparente el amor de Dios presente en la resurrección, en María o en los santos. Y no sé si hemos dado pasos hacia adelante, o hacia atrás. O hacia ningún lado.

Conclusión: dejemos a un lado todas las cargas politeístas que hemos acogido en nuestra religiosidad popular, y caminemos con la piedad de la gente sencilla para señalarles el misterio de la misericordia de Dios, que se hace presente especialmente en el Misterio Pascual.


Los sacramentos – ticket

Basta ya de esta carga que nos hemos echado a las espaldas en la pastoral, la utilización social de los sacramentos como puros medios para conseguir algún ‘papelito’ o celebrar una fiesta de socialización sin nada más allá. La gente viene a pedir sacramentos, y, por supuesto, tenemos que tratar bien a las personas, y procurar ofrecerles en todo momento y circunstancia un encuentro o un reencuentro con Cristo en la Iglesia. Pero eso es una cosa, y esta burocracia sacramental absurda a la que hemos llegado es otra muy distinta. Si queremos escapar de esta churrería de sacramentos que, por otra parte, cada vez tiene menos masa, debemos tomar algunas opciones. Si no, acabaremos lamentándonos porque «ya no vienen los niños a hacer la Comunión». Y eso sería tristemente absurdo.

¿Qué podemos hacer? Tomar opciones diocesanas que hagan posible que este circo de los sacramentos se vaya transformando en un caminar con los niños, jóvenes y adultos que quieren ser cristianos o madurar en su fe. Algo estamos haciendo, desde las parroquias y con nuestras pocas posibilidades. Se trata de que las opciones diocesanas nos ayuden a ello. Y, desde luego, rebajar la edad de la ‘Primera Comunión’ o poner la confirmación como ‘fiesta de la caída de los dientes de leche’ me parece que no ha ayudado a eso.

Conclusión: anunciemos a cualquiera que llegue la Buena Noticia de Jesús, y acompañemos a quienes quieren ser cristianos o madurar en su fe, para que puedan encontrarse con el Señor en la Iglesia. Y dejemos de agobiarnos con los sacramentos-ticket, porque son un motivo de Primer Anuncio que podemos aprovechar mientras, Dios lo quiera, vayamos tomando otras opciones diocesanas.


Escuchar los latidos de Dios bajo la cultura

De nada nos servirá lo anterior si nos encerramos en nuestros cuarteles de invierno y nos seguimos lamiendo las heridas. A mí me parece que es importante que afinemos el oído del corazón para escuchar los latidos de Dios debajo de la cultura actual. Yo voy a dar unas pinceladas sobre la música, el cine y la literatura. Se pueden añadir muchas más cosas, y es bueno que se hagan porque cada uno tenemos un particular universo cultural.

Por tanto, propongo que abramos, o sigamos abriendo, puentes de diálogo con nuestra cultura. Pero debemos prestar mucha atención, porque tenemos el peligro de encerrarnos en claves culturales politeístas, es decir, ese tufillo que huele a cultura de élites trasnochadas que se miran el ombligo. Encuentro patética esta definición de cultura, ese «Yo es que tengo gran cultura», porque siempre es ideológica, en una esquina o la contraria, y siempre huele a alcanfor, ya sea con aroma de incienso o de hierba de la risa.

Yo, desde luego, no me considero una persona culta desde las claves culturales ‘culturetas’ elitistas occidentales: no tengo la más remota idea de música ‘clásica’ y me importa un pimiento, aunque cuando la escucho reconozco su valor; no sé cómo se ponen los cubiertos en una cena de gala y, cuando me lo explican, los uso al revés; nunca he visto un programa de Master Chef; nunca he utilizado los títulos esos copiados del mundo inglés, de Rvdo., Rvdmo., D., Vuesencia, y me parecen chalaúras egolátricas. En cuanto a la cultura eclesial, muy pocas veces, por ejemplo, he escuchado un disco entero de un artista cristiano, me aburre soberanamente el cine ‘religioso’, y soy incapaz de aguantar un concierto de música sacra tradicional porque no me ayuda a rezar. Yo estoy más de acuerdo con la definición de cultura que da el papa Francisco.

Cada pueblo es el creador de su cultura y el protagonista de su historia. La cultura es algo dinámico, que un pueblo recrea permanentemente, y cada generación le transmite a la siguiente un sistema de actitudes ante las distintas situaciones existenciales, que esta debe reformular frente a sus propios desafíos29.

Además, a mí me gusta mirar hacia fuera, en cuanto a la cultura, y ver qué signos de presencia divina puedo encontrar más allá de las fronteras eclesiales. Ahí me siento cómodo, me veo realizado y, al mismo tiempo, creo que forma parte de mi vocación: anunciar la alegría del evangelio en medio de este espacio-tiempo en el que vivo, y reconocer la presencia de Dios ahí donde está. Por eso me ha sorprendido tanto encontrarme con Padres de la Iglesia que, a su modo, han hecho lo mismo en su época.

Voy a dejar algunos nombres de algunos músicos, directores de cine y libros de literatura donde yo he visto a Dios presente. Seguro que se os ocurren muchos más ámbitos culturales o personas: os invito a buscar, y a disfrutar.


Música

Rosalía fue, para mí, un descubrimiento que me dejó con la boca abierta. La primera canción que escuché de ella fue su versión del Cantar de la Alma, de San Juan de la Cruz, Aunque es de noche. Pero es que en todos sus discos habla de Dios, y mucho: Dios nos libre del dinero, El redentor, Bagdad, A ningún hombre, Saoko, G3N15, Sakura, Diablo, Como un G… Está claro que no es una ‘cantante católica’ con sello eclesial, pero la muchacha cree en Dios a su manera, y tiene intuiciones, por lo menos en las letras y en la música, que pueden ayudar a la gente, a muchos jóvenes, y que son, me parece, semillas de bondad y de Dios. Aunque no sea mi estilo de música, reconozco su grandeza.

5 frases:

• «A ningún hombre consiento que dicte mi sentencia. Solo Dios puede juzgarme, solo a Él debo obediencia»30;
• «Sol y luna se eclipsaron, temblaron los elementos cuando expiró el Redentor»31;
• «Sé quién soy, a donde vaya, nunca se me olvida: yo manejo, Dios me guía»32;
• «En primer lugar, siempre está Dios; y después la familia»33;
• «Dinero quiere dinero, yo no lo quiero pa’ ná: los reyes y presidentes con la carita cortá. Dios nos libre del dinero»34.

U2 es otro de esos grupos que sorprende porque se le escapa Dios en muchas de sus canciones. Aparte de que hayan hecho algunos de los mejores singles de rock de la historia, a mí me ayudan a rezar. Aunque sea en inglés. La primera canción que me sorprendió de ellos fue 40, que es el salmo 40. Otras en las que late Dios: Gloria, With a Shout, Sunday bloody Sunday, In the name of love, I still haven’t found what I’m looking for, One, Beautiful day, I will follow, Peace on Earth, Miracle drug, Magnificent, Unknown caller, Staring at the sun, Wake up dead man, Lights of home, Get out of your own way, Love is bigger than anything in its way, Window in the skies, The wanderer, Yahweh, One step closer, Vertigo

5 frases:

• «Escuché pacientemente al Señor, Él se inclinó y oyó mi llanto»35;
• «Tú rompiste las cuerdas, soltaste las cadenas, cargaste la Cruz y mi vergüenza»36;
• «Salí buscando un buen hombre. Un espíritu que no se doblase o rompiese, que pudiese sentarse a la derecha del Padre»37;
• «Si tú te vas, yo me voy… Te seguiré. Vengo aquí para rendirme a tu Amor… Oh, Dios, tú me tienes, pero yo nunca te he tenido»38;
• «Toma mi alma, encallada en esta piel y estos huesos; toma mi alma y hazla cantar. Yahweh, aún estoy esperando el amanecer»39.

Björk: no sé si esta cantante islandesa cree en Dios o no, pero, sin duda, es un ejemplo de esa conexión con todo, de búsqueda de la universalidad, de comunión con la naturaleza, de ir siempre a contracorriente… a mí me gusta compararla con Orígenes. Y, sin duda, su papel en la película Bailar en la oscuridad, y su canción New World, que habla sobre la muerte como paso hacia el Más Allá, me parece que le hacen tener un hueco aquí. Este año ha hecho una canción con Rosalía, por cierto.

5 frases:

• «Si vivir es ver, contendré mi respiración. Me pregunto con admiración: ¿qué pasará después? ¡Un nuevo mundo, un nuevo día que contemplar!»40;
• «Aurora, diosa brillante, lánzame más allá de este sufrimiento»41;
• «Vivo junto al océano y, durante la noche, me sumerjo hasta el fondo y echo el ancla: aquí es donde me quedaré»42;
• «Gustaré el sol en mi boca, y saltaré al viento, viviendo, cerrando los ojos para lanzarme contra la oscuridad»43;
• «Tiro todo lo que me sobra antes de que despiertes; así puedo sentirme más feliz de estar aquí a salvo contigo»44.

Shinova es un grupo de música rock que no sé si tienen fe o no, pero que me suenan a divino, es decir, que me parece que tienen semillas de Dios que, por supuesto, hay que interpretar. Porque eso es lo que me parece más genial de esta búsqueda: poder interpretar presencias de Dios allí donde no está claro. Algunas canciones donde veo a Dios presente, y bailando, son Qué casualidad, Ídolos (los mejores momentos), Ser espiritual, Para cambiar el mundo, El país de las certezas, El álbum, Solo ruido, Si no es contigo, Te debo una canción, Los días que vendrán, Antes de que todo acabe, Aurora

5 frases:

• «Es solo ruido, tan hipnótico y constante que estuve a punto de olvidarme: lo que no seas Tú es solo ruido»45;
• «Qué casualidad: alguien ha encendido el faro cuando iba a naufragar»46;
• «Que los mejores momentos sean los que están por llegar. Que no se agote la fe y que la suerte nos venga a buscar»47;
• «Ahora que las puertas se han quebrado comprendemos que, si vimos sombras, es que siempre hubo luz»48;
• «Si hay un inicio, habrá una última vez: si mereció la pena, así debía ser»49.

Viva Suecia es un grupo que ha surgido a los pies de Second, en Murcia, y que suenan a profundo, con letras que después hay que interpretar, pero que a mí me ayudan a dirigirme al Amor de Dios y a la Misericordia que se derrama, aunque ellos no sepan si llamarla Dios o no. Algunas canciones que me suenan a eso: Lo siento, Gracias, Parar la Tierra, Algunos tenemos fe, A dónde ir, El milagro, El nudo y la esperanza, Los años

5 frases:

«Ven a verme un día, yo te espero de por vida: sé que nadie tiene claro a dónde ir»50;
«Algunos tenemos fe: y hacemos memoria en favor de la historia que nos queremos creer»51;
«Fuera se abre el cielo, ahora entiendo qué hago aquí. Dentro es tan perfecto todo lo que se refiere a ti…»52;
«Justo cuando el mundo apriete, mejorando lo presente, puedes agarrarte a mí»53;
«Me quedo con la mano que sé que no me dejará caer»54.

Cine

Para mí el cine, además de ser un modo de descansar y de abrir horizontes, significa una búsqueda de hilos de trascendencia. No puedo evitarlo. Yo tengo algunos directores que me gustan especialmente y, entre ellos, en estos que pongo a continuación y en otros que no he añadido, por no alargarnos, encuentro especialmente referencias que me ayudan a buscar a Dios, o también a desenmascarar falsas imágenes de Dios.

Steven Spielberg55 me parece uno de los mejores directores de la historia, entre otras cosas porque yo fui niño en los 80. Lo que a mí me llama particularmente la atención de este director es su manera de expresar la crisis del mundo occidental, y también sus referencias trascendentes y morales, que suele dejar en casi todas sus películas. Familias y personajes quebrados que se reencuentran con lo esencial (Los Fabelman, Hook), la bondad del corazón como clave de interpretación (ET, Mi amigo el gigante, La terminal, La lista de Schindler, Encuentros en la tercera fase, El puente de los espías, Los archivos del Pentágono), distopías de ciencia ficción (Minority Report, Ready Player One, Inteligencia Artificial) o de terror (El diablo sobre ruedas, Tiburón, Parque jurásico) en las que podemos ver reflejado lo que está pasando en nuestra sociedad, o incluso Dios como una mujer (Always, Para siempre).

Alfonso Cuarón56 es otro de mis directores de cabecera. Ya ha ganado un Oscar, y en todas sus películas hay referencias trascendentes. Para mí, sin duda, la más clara es Gravity, que yo interpreto desde los signos del bautismo, pero su distopía Hijos de los hombres me parece una auténtica maravilla, porque refleja el momento que estamos viviendo, y deja un camino de esperanza abierto. La dureza con la que describe la crisis actual en Y tu mamá también, Grandes esperanzas o Roma nunca dejan de lado ese hilo que, aunque tenue, permanece y señala un camino de luz.

Lars Von Trier57 es uno de los directores más extravagantes de la actualidad. Es creyente, a su manera, pero es otro de los que señala la crisis de cambio de época de una forma más clara. Una muestra de lo primero es Bailar en la oscuridad, cuya protagonista, por cierto, es Björk, Rompiendo las olas, o Melancolía. Y respecto a lo segundo están Dogville, Manderlay, Los idiotas, Anticristo, La casa de Jack, El jefe de todo esto

Martin Scorsese58 también es creyente. Y lo refleja en su cine, sin necesidad de poner un cartelito ni de ir por ahí dando lecciones. Y, desde luego, pocos hay que, como él, hayan diseccionado esta crisis de época que vivimos. Todo eso lo podemos ver especialmente en Silencio, Al límite o La invención de Hugo, pero en todas sus películas encontramos lo peor de esta época, y dilemas morales que tumban: Taxi driver, Gangs of New York, Casino, Uno de los nuestros, Los asesinos de la Luna, Malas calles, Infiltrados, Shutter Island

Francis Ford Coppola59 es otro de esos directores de ascendencia italiana que no puede evitar que le salga el creyente que lleva dentro, para bien y para mal. A mí hay tres películas suyas que me parece que reflejan muy bien la misericordia que viene de Dios: Drácula, de Bram Stoker, en la que pone del revés la novela original; Legítima defensa, y Jack, en donde la bondad de sus protagonistas te abraza desde la pantalla. En cuanto a su crítica feroz a esta época moderna, ahí están La ley de la calle, o la mejor trilogía de la historia del cine: El padrino.

Frank Capra60. Termino con él como culmen, porque me parece que es quien mejor refleja que para ser creyente no hace falta el proselitismo, algo propio de la cristiandad. Da igual la película que pongamos: Qué bello es vivir, Vive como quieras, Un gánster para un milagro, Juan Nadie, Caballero sin espada, Sucedió una noche, El secreto de vivir… Incluso Arsénico por compasión. Un terciario franciscano que cuenta historias siendo cristiano, y en el centro de ellas late Dios aunque no esté en primer plano. Pues eso es, sin duda, la cultura del encuentro.


Literatura

Dejo aquí también algunas novelas que particularmente me han dado mucho que pensar, y que considero que son puentes entre nuestra cultura y la trascendencia, cada una a su manera.

La Historia Interminable, de Michael Ende61, fue una de las primeras novelas que leí en mi vida, y me dejó una huella tan profunda que todavía me acuerdo de los nombres de muchos de sus protagonistas. Pero lo que más me impresionó, y me sigue asombrando, es la profundidad de una historia que no es para niños aunque esté escrita a modo de novela juvenil. Ahí aparecen grandes claves de la fe y de la psicología entremezcladas con un mundo de una imaginación desbordante: la mentira del mundo moderno como causa de la desaparición de la cultura y de los cuentos, el deseo egoísta como causa del olvido de la fraternidad y de la historia, la entrega y el amor concreto como claves de la salvación, la tristeza como un pantano en el que la persona se hunde sin remedio, la maternidad como necesidad básica de toda persona, el poder autárquico que desemboca en locura… A mí esta novela, junto con Momo, me parece una genialidad de la cultura del diálogo para toda persona que quiera buscar algo debajo de las páginas de una historia.

Los Miserables, de Victor Hugo62. Creo que esta es la mejor novela de la historia, o al menos la mejor que yo he leído. Victor Hugo fue capaz de trasladar la experiencia de San Pablo al mundo moderno, y de reflejar, al mismo tiempo, los primeros pasos de la transformación social que nos conduce al final de nuestra época. La profundidad de las historias de todos sus personajes, y la radicalidad de Bienvenido, el obispo que enlaza todas las historias, pone en jaque, sin duda, el concepto de cristiandad que hoy está tan de moda nuevamente. Dejo aquí simplemente su dedicatoria, escrita el 1 de enero de 1862, porque me parece que refleja muy bien el porqué de que la haya metido como ejemplo fundamental de cultura del encuentro.

Mientras, a consecuencia de las leyes y de las costumbres, exista una condenación social que cree artificialmente infiernos en plena civilización, y enturbie con una fatalidad humana el destino, que es divino; mientras no se resuelvan los tres problemas del siglo: la degradación del hombre en el proletariado, la decadencia de la mujer por el hambre, la atrofia del niño por las tinieblas; mientras en ciertas regiones sea posible la asfixia social; en otros términos, y desde un punto de vista más dilatado aún, mientras haya ignorancia y miseria sobre la tierra, los libros de igual naturaleza que este podrán no ser inútiles.

Cuentos, de Edgar Allan Poe63. Para mí, Poe es uno de los escritores más importantes de la historia, y el que más me ha influenciado. En su colección de cuentos encontramos una manera de narrar historias tan radicalmente distinta a lo que se conocía como «cuento» con anterioridad, que sin duda se puede decir que inventó una nueva forma de escribir. En él se ve el reflejo de la crisis de la modernidad, del espíritu atormentado del final de una etapa histórica, del desfondamiento de lo subjetivo como eje central de estos siglos. A través del terror, el humor, la mística, la paranoia o la simple descripción de sueños sin horizonte claro, Edgar Allan Poe nos embarca en un torbellino, el de su propio corazón, que nos hace desembocar en estos momentos que atravesamos. Su única novela, La narración de sir Arthur Gordon Pym, es toda una declaración de intenciones: la modernidad cae por un precipicio sin dejar nunca de aferrarse a su propio egocentrismo.

Los hermanos Karamazov, de Fiodor Dostoievski64. Esta novela está considerada una obra maestra de la literatura. La leí hace ya años, y me dejó un extraño sabor de boca. Por una parte, es una visión tremendamente pesimista sobre la modernidad, a través de un parricidio y las complicidades e implicaciones de sus hijos en la muerte. Además, la profundidad del drama espiritual del conflicto moral entre los hermanos es de una grandeza que deja helado. El racionalismo ateo, la fe y la moral, el libre albedrío y los traumas forman una tela de araña dentro de la que una sociedad en declive parece darse cuenta de que acaba una era. El juicio con el que culmina la obra es, sin duda, la muestra más clara del cambio de época que viven y sufren sus protagonistas. Ha influido mucho en autores de lo más diverso, como Freud o Camus.

Frankenstein, o el Moderno Prometeo, de Mary Shelley65. Tenemos aquí una muestra de terror moderno que, sin embargo, no está pensada como novela de terror, sino como crítica a la modernidad. Personalmente me gusta más que la obra de Bram Stoker, aunque ambas coinciden en el formato de novela epistolar. El sueño de la vida eterna, el creador que renuncia a su criatura, la criatura que se ve despreciada y reducida a la soledad, la inocencia y la violencia como dos caras de la antropología humana, la venganza contra el “Creador relojero” de la modernidad… En esta novela podemos encontrar todas estas capas que, como es normal, revelan también la psicología y la historia de su autora.

Conclusión

Para terminar, quiero simplemente dejar algunos pensamientos que me parece que nos pueden ayudar.

Primero: ser conscientes del tiempo en el que estamos es esencial para poder caminar. Podemos querer o no querer estar en un cambio de época, pero eso no va a cambiar nada: aquí nos vemos, y este es el sendero que hay que recorrer, lo queramos o no.

Hay ciertas cosas que van a caer, hagamos lo que hagamos. Todo lo que forma parte de la cristiandad moderna está llamado a desmoronarse, antes o después. Y no lo digo yo, lo dice Jesús en el evangelio cuando le estaban enseñando las edificaciones de Jerusalén: «¿Veis todo esto? En verdad os digo que será destruido sin que quede allí piedra sobre piedra» (Mt 24,2). Ha pasado una y otra vez, y volverá a pasar. Yo no tengo la más mínima duda. Caerán los edificios cristianos modernos (de hecho, ya están cayendo) y la falsa idea del suelo sagrado, se vendrá abajo la clave politeísta de la religiosidad popular moderna, desaparecerán los sacramentos–ticket, se desconectará esa unión entre Iglesia y poder…

Ahora bien, tenemos dos opciones: o quejarnos amargamente y convertirnos en los últimos de Filipinas, con cara de gazpachuelo cortado, o aprender de aquellos que nos enseñaron a escuchar a la cultura, dialogar con ella y expresar el núcleo de nuestra fe, que es el misterio de Cristo, dentro de los universos culturales actuales.

Para ello hay un primer movimiento que debemos hacer, y en el que me parece que vamos ya muy tarde: escuchar al mundo de hoy. Escuchar para poder reconocer esos hilos, esas inscripciones al dios desconocido (Hch 17,23) que hay a nuestro alrededor. Sin escuchar es imposible dialogar y proponer.

Por último, siempre debemos tener claro que no hay que confundir la fe o el evangelio con una cultura concreta, porque si lo hacemos estaremos metiendo la pata en el mismo lodazal que la metieron nuestros antepasados modernos. Los primeros cristianos tuvieron una gran crisis cuando se plantearon si debían anunciar el evangelio con todo el entramado cultural judío que tenían ellos mismos. En el primer concilio de la historia se llegó a la conclusión de que no hacía falta (Hch 15,22-29), y por eso estamos nosotros aquí. El peligro de confundir la fe con una cultura determinada siempre estará ahí, y siempre tendremos que evitarlo si queremos ser testigos del Señor hasta en los confines del mundo.

Los ejemplos culturales que he puesto me ayudan, a mí en concreto, a ver que se puede dialogar, que se puede encontrar a Dios latiendo bajo el mundo que hay más allá de las puertas de nuestros templos, y que es posible salir más allá de nuestras fronteras a caminar junto con gente que no comparte mi fe, pero sí mira al mismo horizonte que yo. Ahí es donde yo escucho y aprendo, y aporto mi razón y mi fundamento, que tiene un nombre concreto: Jesús, el Hijo de Dios encarnado, que me está salvando y me está enseñando a vivir.



Notas

1-Cf. J. M. Llamas Fortes, El fin del mundo (tal y como lo conocemos) - Padres de la Iglesia y cambio de época, Málaga, Anarol, 2023, 9-29.

2-Cf. Ibid., 31-60.

3-Cf. Mt 28,16-20 («Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos»); Mc 16,15 («Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación»); Lc 24,46-48 («A todos los pueblos, comenzando por Jerusalén»); Hch 1,7-8 («seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra»).

4-Cf. Hch 17,22-31.

5-Cf. Justino el Filósofo, Apología II, en AA.VV., Padres apostólicos y apologistas griegos (s. II), traducido por Daniel Ruiz Bueno, Madrid, BAC, 2009, 1073-1085: n.o 7 (8); 1078-1079.

6-Cf. B. Luiselli, Inculturación y aculturación, en A. di Berardino et al. (Eds.), Diccionario de literatura patrística, Madrid, San Pablo, 2010, 896-912: 897. La inculturación es la atención del cristianismo a las lenguas y culturas locales, para poder expresarse a través de ellas; la aculturación, la absorción de la cultura de una civilización prestigiosa o hegemónica por parte de otros pueblos que viven en contacto con ella.

7-Cf. Ibid., 901-910.

8-Cf. M. Simonetti, L’antico mondo cristiano (Scritti minori), editado por G. M. Vian, Roma, Institutum Patristicum Augustinianum, 2022, 115.

9-J. M. Llamas Fortes, Fequivocación, 2021.

10-Cf. H. R. Drobner, Manual de Patrología, Barcelona, Herder, 2012, 595-599 Las imágenes representativas son solo referencia y recuerdo de la realidad representada, similares a esta, pero deben ser esencialmente distintas.

11-Cf. Zósimo, Nueva Historia, en A. Goldsworthy, La caída del Imperio Romano. El ocaso de Occidente, traducido por Teresa Martín Lorenzo, Madrid, La esfera de los libros, 2009: lib. 4, 59, 3; 337.

12-Francisco, Discurso en la 18° Congregación General de la 1a Sesión Ordinario de la fase universal del Sínodo 2021-2024 sobre la Iglesia Sinodal.

13-J. L. Cuerda, Amanece, que no es poco, Compañía de Aventuras Comerciales, 1989.

14-Iba a poner “cierta cercanía”, pero me parece más realista cambiar el orden de las palabras aquí.

15-Cf. J. M. Llamas Fortes, El fin del mundo (tal y como lo conocemos) - Padres de la Iglesia y cambio de época, 79.

16-Pueblo mitológico, según Homero, que habitaba un país donde jamás salía el sol.

17-Clemente de Alejandría, El protréptico, traducido por Marcelo Merino Rodríguez, Madrid, Ciudad Nueva, 2008, IX, 88, 2-3; 263-265.

18-Ibid., XI, 112, 3. 113, 2; 311.

19-Cf. Tertuliano, El alma, traducido por Salvador Vicastillo, Madrid, Ciudad Nueva, 2016, 16-21.

20-Ibid., II, 1; 61.

21-Cristianos elitistas que creían ser naturalmente superiores a los demás porque tenían una chispa divina.

22-Orígenes de Alejandría, Sobre los Principios, traducido por Samuel Fernández, Madrid, Ciudad Nueva, 2015, 523-525.

23-«Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. Solo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús».

24-Gregorio de Nisa, Omelie sul Cantico dei Cantici, traducido por Claudio Moreschini, Roma, Città Nuova, 1996, Omelia XII, 254-255.

25-Cf. N. Cipriani, I dialogi di Agostino. Guida alla lettura, Roma, Institutum Patristicum Augustinianum, 2013, 15.

26-Agustín de Hipona, El orden, XI, 32-33, en https://www.augustinus.it/spagnolo/ordine/index2.htm.

27-Juan Crisóstomo, Omelie sul vangelo di Matteo/3 (62-90), traducido por Sergio Zincone, Roma, Città Nuova, 2003, Homilía 85, 3; 326-329.

28-Cf. Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, Santander, 2013, n.o 230-237.

29-Francisco, Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, Roma, 2013, n.o 122.

30-ROSALÍA, A NINGÚN HOMBRE, 2018.

31-ROSALÍA, El Redentor, 2018.

32-ROSALÍA, SAOKO, 2022.

33-ROSALÍA, G3 N15, 2022.

34-ROSALÍA, Fucking Money Man (Milionària + Dio$ No$ Libre Del Dinero), 2019.

35-U2, 40, 1985.

36-U2, I Still Haven’t Found What I’m Looking For, 1987.

37-U2, The Wanderer, 1993.

38-U2, I Will Follow, 1980.

39-U2, Yahweh, 2004.

40-Björk, New World, 2000.

41-Björk, Aurora, 2001.

42-Björk, Anchor song, 1993.

43-Björk, Sun In, 2001.

44-Björk, Hyper-Ballad, 1995.

45-Shinova, Solo ruido, 2021.

46-Shinova, Qué casualidad, 2016.

47-Shinova, Ídolos (Los mejores momentos están por llegar), 2021.

48-Shinova, Qué casualidad.

49-Shinova, Los días que vendrán, 2024.

50-Viva Suecia, A Dónde Ir, 2017.

51-Viva Suecia, Algunos Tenemos Fe, 2019.

52-Viva Suecia, El Milagro, 2019.

53-Viva Suecia, Justo Cuando El Mundo Apriete [feat. Leiva], 2022.

54-Viva Suecia, Gracias, 2022.

55-Steven Spielberg, en Wikipedia, la enciclopedia libre, 2024.

56-Alfonso Cuarón, en Wikipedia, la enciclopedia libre, 2024.

57-Lars von Trier, en Wikipedia, la enciclopedia libre, 2024.

58-Martin Scorsese, en Wikipedia, la enciclopedia libre, 2024.

59-Francis Ford Coppola, en Wikipedia, la enciclopedia libre, 2024.

60-Frank Capra, en Wikipedia, 2024.

61-M. Ende, La historia interminable, Madrid, Alfaguara, 1982.

62-V. Hugo, Los miserables, vol. I, traducido por Aurora Alemany, Madrid, 1999; V. Hugo, Los miserables, vol. II, traducido por Aurora Alemany, Madrid, 1999.

63-E. A. Poe, Cuentos, vol. I, traducido por Julio Cortázar, Madrid, 1990; E. A. Poe, Cuentos, vol. II, traducido por Julio Cortázar, Madrid, 1991.

64-F. Dostoievski, Los hermanos Karamazov, Alianza Editorial, 2011.

65-M. W. Shelley, Frankenstein, Barcelona, 1991.



Bibliografía

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