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Pastores en la Patrística - 2. Oriente y Occidente



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Ser pastor en Gregorio de Nacianzo y Juan Crisóstomo - Parte 2
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2. Oriente y Occidente, dos mundos diferentes

Vamos a ver dos autores de Oriente. Pero claro, primero tenemos que ver, a grandes rasgos, cómo la evolución de Oriente y Occidente es, en todos los aspectos, también en el clero, muy distinta. Y esto incluso nos ayudará a entender lo que está pasando ahora mismo en nuestro mundo.

Cuando estudiamos a los Padres, hemos de ser conscientes de que Oriente está por delante de Occidente, y evoluciona mucho antes. De hecho, el cristianismo nace en Oriente. Pero es que además la teología nace en Oriente, los primeros autores son orientales, el monaquismo nace en Oriente, y los primeros concilios ecuménicos son todos en Oriente, particularmente en la actual Turquía. Tendremos que esperar al siglo III para comenzar a ver autores occidentales, y los primeros provienen del mundo del Derecho, como por ejemplo Tertuliano. Ya en el siglo IV viviremos la gran evolución del pensamiento de Occidente, con algunos autores importantes como Ambrosio o Agustín, y otros que caminan entre los dos mundos, como Hilario o Jerónimo.

Inicios

En el Nuevo Testamento el término clerós indica, por un lado, la elección mediante sorteo, que se hizo con Matías para sustituir a Judas Iscariote; por otra parte, indica también la parte que se le concede a cada uno, a menudo con significado escatológico. Ya en las primeras comunidades los que tienen algún ministerio son señalados con el término colectivo de clerus, porque están al servicio de los demás, que son laicus.1

En concreto, el primer documento que habla de obispos y diáconos elegidos por la comunidad es la Didajé (15, 1-2), empleando la palabra jeirotonía, que hace referencia a la ordenación por la imposición de las manos. En estos primeros momentos todavía no hay una jerarquía definida en toda la Iglesia: en algunas comunidades «obispo» y «presbítero» hacen referencia a los mismos ministros (Ireneo de Lyon), y en otras hay ya una estructuración de la comunidad en obispos, presbíteros y diáconos (Ignacio de Antioquía). Se habla de una estructura proveniente del judaísmo, en la que los obispos son elegidos desde el colegio de presbíteros, pero no hay distinción cualitativa entre ambos, y de una forma procedente de las comunidades paulinas, en las que ya se distinguen los tres órdenes claramente. De hecho, las sucesivas confrontaciones dentro de la comunidad de Antioquía van a ser por estas dos formas de organización, que coincidirán y que harán difícil la convivencia dentro de la comunidad eclesial.2

A partir del siglo III

Tenemos ya testimonios más claros de la organización que al final acabará por hacerse común en toda la Iglesia, basada en San Pablo y en la estructura jerárquica del mundo clásico. La Didascalia siríaca o la Traditio Apostolica, atribuida a Hipólito de Roma, son muestras de esto, aunque en Roma todavía tendremos una configuración del presbiterio de origen judaico. Cipriano, por ejemplo, menciona la imposición de manos solo para la ordenación episcopal, y Clemente u Orígenes hablan aquí y allá de los ministerios ordenados, pero no de su estructuración como tal. Habrá que llegar al concilio de Nicea (un concilio principalmente oriental, aunque Roma estaba representada por Osio) para que haya una configuración en la que el ministerio del presbítero entra claramente como parte de la jerarquía eclesial.3

En esta época el obispo era designado, en general, por la comunidad, desde la convicción de la elección divina. Dice, por ejemplo, la Didajé 15: «elegíos obispos… dignos del Señor»; o la Traditio Apostolica 2: «sea ordenado obispo el que haya elegido todo el pueblo; se dará el nombre del elegido y, si se obtiene unanimidad de consentimiento…». En el nombramiento de los presbíteros intervenía también el pueblo, aunque no siempre; a veces la ordenación de un sacerdote se hacía por petición urgente del pueblo, como en los casos de Paulino de Nola, Agustín o Ambrosio. Esto será así en muchas diócesis hasta el siglo V, aunque a lo largo del IV la legislación eclesiástica y civil se complica mucho y, con el correr del tiempo, la intervención del pueblo en la elección de los ministros ordenados se convierte en motivo muchas veces de luchas, divisiones y abusos, por lo que, como afirman Agustín, Jerónimo o Juan Crisóstomo, los menos intrigantes y los más dignos se quedaban fuera. Con la menor intervención del pueblo se va haciendo mayor la del emperador, sobre todo en Oriente, camino del siglo V.4

El cambio de época

En evolución del sacerdocio tenemos que fijarnos en primer lugar en Oriente, y luego mirar a Occidente. Esta evolución tendrá un punto clave en el cambio de época que se vivió durante los siglos IV – V, y que llevará a la configuración del sacerdocio desde fundamentos del monaquismo, cuya imagen más concreta será Gregorio Magno, y que influirá en una estructura que, para bien y para mal, hemos venido cargando hasta hace muy poco tiempo: hasta la música religiosa era, y es, música de monjes. De hecho, durante la edad media los monjes, que era laicos anteriormente, serán ordenados sacerdotes, se tenderá a hablar de dos géneros de cristianos: el clero, compuesto por monjes y dedicado al culto, y el laicado.5 En ese punto entre dos épocas es donde encontramos a nuestros dos autores, Gregorio de Nacianzo y Juan Crisóstomo.

En el siglo IV tenemos, en Oriente, entre otros muchos, a Atanasio, en el que ya se ve una configuración clara desde el ministerio paulino; lo mismo podemos ver en Cirilo, también de Alejandría, y en los Padres Capadocios, sobre todo en Gregorio Nacianceno, en el que nos vamos a detener. En las Constituciones Apostólicas, también de este siglo, se va concretando más: solo los obispos, como sucesores de los apóstoles, pueden conferir la ordenación, y además de la imposición de las manos se impone el libro de los evangelios sobre la cabeza, símbolo del Espíritu Santo que desciende en Pentecostés.

En cuanto a los Padres occidentales de esta época, Hilario de Poitiers trata el tema solo de paso, pero Ambrosio de Milán tiene una doctrina amplia, esencialmente en su De officiis ministrorum. En esta época todavía el celibato no es condición para la ordenación, aunque poco a poco se va imponiendo en la práctica: así, por ejemplo, Hilario de Poitiers o Gregorio de Nisa estaban casados.

En Agustín, para terminar, tenemos ya una doctrina clara, profunda y esencial sobre el ministerio episcopal, que puede ser aplicada también, en distinta proporción, a los sacerdotes, diáconos y superiores religiosos, y él describe la vida común del obispo de Hipona con su clero, y manifiesta su preocupación por el buen nombre, en cuanto a la vida de oración y de pobreza, de sus clérigos.6



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1 Cf. A. di Berardino, Clero, en A. di Berardino (Ed.), Diccionario patrístico y de la antigüedad cristiana, vol. 1, 2 vols., Salamanca, Sígueme, 21998, 438-441: 439.

2 Cf. J. Lécuyer, Ministerios, ministros ordenados, en A. di Berardino (Ed.), Diccionario patrístico y de la antigüedad cristiana, vol. 2, 2 vols., Salamanca, Sígueme, 21998, 1444-1449: 1444-1445.

3 Cf. Ibid., 1445.

4 Cf. A. di Berardino, Clero, 439-440.

5 Cf. Ibid., 439.

6 Cf. J. Lécuyer, Ministerios, ministros ordenados, 1446-1448.








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