La presentación. He aquí, para mí, una de las mejores películas de este siglo: una obra maestra. Además, es un genial corte de mangas a la historia concebida como pura sucesión de hechos, y un canto a las historias, al símbolo y la alegoría como las expresiones más puras y genuinas de lo humano, a la magia de la narración que, sobre los cimientos de la realidad, ofrece sentidos y significados que la plenifican.
Sinceramente: si eres un acérrimo defensor de los métodos histórico-críticos que pretenden llegar al “hecho pelado” de cualquier acontecimiento de la historia, te aconsejo que no veas esta película. Y también, por supuesto, que no leas El Quijote, ni Los Miserables, ni La Historia Interminable, ni El Principito, ni La Isla del Tesoro, ni la Biblia, ni… prácticamente nada que merezca la pena. Así te quedarás tranquilito, petrificado en tu perfecto mundo de hechos pelados que, al final, tendrás que interpretar con una ideología presumiblemente materialista, que te dejará más seco que una mojama, más triste que un Ayayay y sin esperanza alguna.
Lo que cuenta. A lo que iba. Tim Burton nos ofrece una visión de la vida narrada como mito: Edward Bloom es un hombre que cuenta su propia historia como una narración extraordinaria en la que brujas, gigantes, pueblos perdidos, peces enormes o seres estrafalarios forman un entramado donde es imposible distinguir la realidad de la ficción. Su hijo es un hombre moderno, que busca la verdad de los hechos puros. Por eso ha terminado odiando a su padre: piensa que es un mentiroso que ha inventado una vida fantástica porque no le gusta el mundo real, del que él forma parte. Cuando se entera de que su padre tiene una enfermedad terminal, vuelve a casa, junto a su mujer, embarazada, para tratar de reconciliarse con él. Entonces descubrirá que la verdad no es lo que él creía, y que su padre no ha sido nunca un mentiroso.
Los valores. Nos encontramos ante una cinta repleta de escenas cargadas de simbolismo. Todo significa algo más: el gran pez, el agua, el río, el pueblo de Espectro, el gigante, el particular dueño del circo, el poeta, el tiempo, la llave, los zapatos, el árbol, el sendero, la mochila, las flores… Cada cosa que sucede apunta a un valor más allá de sí misma. Y todo ello está encuadrado en una historia de amor con el “para siempre” como lema inquebrantable. Algunos de los mejores valores que podemos encontrar: el amor y la fidelidad, la familia, la perseverancia, el diálogo, la entrega gratuita, la crítica a los especuladores financieros, el saber escuchar, la acogida de las periferias, la valentía, la sencillez…
Por último, tres cosas a destacar especialmente. Por un lado, el impresionante reparto, con unas actuaciones sobresalientes. También merece la pena escuchar atentamente la banda sonora, del maestro Danny Elfman, salpicada de canciones de época y con el emocionante remate de Pearl Jam y su Man of the Hour. Y no podemos dejarnos atrás las abundantes frases inolvidables y las escenas icónicas. Entre ellas, me quedo con el momento en que Edward Bloom conoce al amor de su vida, una chica cuyo nombre, Sandra Templeton, debe descubrir. Para mí es una de las mejores escenas de amor de la historia del cine. Con sus palabras terminamos: “Dicen que cuando conoces al amor de tu vida el tiempo se para, y es verdad”.