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Pastores en la Patrística - 3. Gregorio de Nacianzo



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3. Gregorio de Nacianzo

Para conocer y comprender lo que nos dice Gregorio Nacianceno sobre el sacerdocio, antes debemos asomarnos, aunque sea levemente, a su experiencia vital, porque va a configurar de un modo muy claro su pensamiento y su forma de expresarse.

Vida.

Gregorio nació en Capadocia, la actual Turquía, de familia de clase alta. Su madre Nona era cristiana e influyó al marido, que se convirtió. Este era de la secta de los ipsistarios, y después de su conversión fue hecho obispo. Gregorio tuvo una educación profunda, perfeccionada en Alejandría con Dídimo, y en Atenas, donde conoció a Basilio. Regresó a la patria después que él, y fue a su monasterio.

La inestabilidad de su carácter le hizo darse a la fuga al ser obligado por su padre a ordenarse presbítero, contra su voluntad. Se retiró a la soledad del monasterio y escribió la Apología por la Fuga, que es el texto que nos va a servir de base para este ratito, regresando a Nacianzo. Unos años después, Basilio lo convenció para hacerse consagrar obispo de Sásima. Lo hizo, pero después renunció y se retiró primero a Nacianzo y después en soledad, a Seleucia. La familia de los dos amigos sufrió mucho con esta situación.

En el 379 Gregorio al fin acepta la propuesta de dirigir la pequeña comunidad antiarriana de Constantinopla. Gracias a su prestigio como hombre de letras y a la espléndida oratoria impuso su personalidad y mejoró las condiciones de la pequeña comunidad. No ayudó mucho a Basilio en sus planes políticos contra los arrianos, pero tuvo una reflexión doctrinal segura en argumentos trinitarios (Discursos teológicos) y cristológicos (Cartas a Cledonio, contra el apolinarismo). Es, de los tres, el que muestra más apertura con respecto a la retórica tradicional, y una sinceridad absoluta en su idea de unir en simbiosis las tradiciones cristianas y clásicas.

En el 380 Teodosio lo introdujo como obispo de Constantinopla. En el 381 participa en el Concilio. Quedando vacante la cátedra episcopal de la capital, porque el filoarriano Demófilo había sido retirado, se optó por poner a Gregorio, pero protestaron los obispos egipcios presentes, que, a causa del cisma de Antioquía, no tenían buena relación con Melecio. Golpeado en el alma por esta hostilidad, dimitió e hizo un inspirado y conmovedor Discurso de Adiós. Regresó a Nacianzo y sirvió a la diócesis hasta que en el 383 su primo Eulalio fue hecho obispo. Después se retiró a Arianzo, donde llevó una vida apartada hasta su muerte, sobre el 390.

Obras: 45 discursos, entre ellos los 5 discursos teológicos (27-31) son de una importancia extraordinaria para el desarrollo de la fe y la configuración del Credo. También escribió muchos poemas, y cartas.

Líneas esenciales de su pensamiento

El estilo literario del Nacianceno es difícil de interpretar por lo técnico, por la perfección de su lenguaje, de su oratoria y de sus recursos literarios, estilísticos, por los juegos de lenguaje y los cambios de ritmo, por sus referencias a autores clásicos, a la Sagrada Escritura, a la filosofía… Todo esto entra dentro de esta personalidad difícil, pero que tanto bueno ha dado a la Iglesia.

En él tenemos un importantísimo intento de armonización entre la cultura politeísta, o pagana, y la doctrina cristiana. Se hace algunas preguntas esenciales, que hoy también debemos plantearnos respecto a nuestra cultura, y que me parece que están pendientes, porque creo que nos hemos quedado al margen de este momento cultural de cambio de época que tiene cosas interesantísimas: ¿cómo pueden los maestros paganos de las obras clásicas ayudar a los cristianos a crecer en su fe, y qué provecho pueden sacar estos de la sabiduría mundana? ¿Qué modificaciones tienen que hacer los cristianos para poder usar las formas retóricas y poéticas griegas, para seguir siendo auténticos cristianos? ¿Qué es lo mejor para la educación cristiana de aquellas personas que intentaban influir en la cultura contemporánea?

En primer lugar, Gregorio de Nacianzo tiene contactos con maestros de gramática, con la literatura, con la sofística y con la oratoria profana. Todo esto influye sobre él, y él también va a influir, por tanto, en la inclusión de estas artes dentro de la teología y la literatura creyente. Tiene una fe intrépida de cristiano convencido y de apóstol militante, un sentimiento muy vivo y muy personal de la belleza plástica, heredado de su educación, y todo esto está arraigado de raíz en su ser, y se plasma, por tanto, en sus obras. Él anatematiza a los filósofos paganos, pero afirma que tienen su lugar junto a la civilización cristiana y, por tanto, estima y estimula el estudio filosófico, alabando lo bueno que aportan estos, aunque también critique lo negativo. Las letras paganas son para él servidoras o mediadoras ante la verdad, que está en Cristo.1

Gregorio de Nacianzo no desprecia la cultura; al contrario, para él son groseros y maleducados quienes piensan así, quienes querrían que todos fueran como ellos, porque lo único que hacen es esconder su propia ignorancia entre la de todos, y escapar a las contradicciones de su falta de cultura.2

En nuestro momento histórico también nos encontramos, en muchas ocasiones, esto: cristianos que añoran la “cultura católica” de una sociedad anterior. Esto, además de ser mentira, muestra la absoluta incultura de los que consideran cultura solo lo propio. En los últimos siglos han convivido, en nuestra historia, ejemplos geniales de santos que han puesto a Cristo en el centro de sus vidas con vergonzosas vidas eclesiásticas que, encima, dejan sus sellos en templos y edificios religiosos variados. Y hemos llegado a un momento, este cambio de época, en el que mientras que a veces nosotros seguimos refugiados en unas formas y un fondo que nada tienen que ver con lo que está pasando, algunos ejemplos culturales postmodernos, por ejemplo, de la música y el cine, como (que yo sepa) Rosalía, C-Tangana, U2, The Killers, Simple Minds, Arcade Fire, Viva Suecia, Loquillo, Frank Capra, Clint Eastwood, Martin Scorsese, Alfonso Cuarón… hablan más de Dios que cualquier pregón cofrade random de nuestras Hermandades. Y esto lo digo en verdad con dolor. Nos hemos quedado encerrados en nuestras culturetas maneras de entender la cultura, y nos están adelantando por todas las esquinas.

En cuanto a su relación con la filosofía, se puede decir algo muy parecido: Gregorio se sirve de la filosofía griega, en particular de la corriente platónica, para elaborar una doctrina cristiana. Claro está: para él la doctrina pagana es insuficiente a la hora de exponer la fe, y sus críticas a la filosofía griega son duras; pero la influencia del pensamiento platónico es clara en sus obras, en determinados temas, y trata de vaciar las verdades de fe en los moldes filosóficos que ha aprendido dentro de su cultura, sin renegar de ellos. Así, el Fedón platónico está como clave de su contraposición entre lo caduco de la apariencia terrena y la inmutable realidad divina, si bien todo está reelaborado en sentido cristiano. Lo mismo se puede decir del sentido de la vida, que en Platón es la preparación para la muerte, y en Gregorio se convierte en preparación para el encuentro con Dios; o de la doctrina ascética, basada en el recogimiento en sí mismo para poder contemplar la realidad verdadera; o la purificación, que se convierte en la práctica de la virtud, como paso previo para alcanzar la contemplación y el conocimiento de Dios, aunque en Platón esto conlleva la desencarnación del ser humano, y en Gregorio se requiere la encarnación de Dios. Asimismo, la doctrina del apofatismo de Dios tiene su clave platónica, que se basa en otros autores cristianos, como Clemente y Orígenes, pero que también tiene una base bíblica importantísima. Su platonismo, podemos decir, está mezclado o entramado con la doctrina de San Pablo, como dos pilares que se conectan y se alimentan mutuamente en su pensamiento.3

Ahora bien: lo mismo podemos decir de nuestra doctrina eclesial actual. ¿Hemos incorporado la filosofía de nuestra época como una clave interpretativa de la teología, siempre teniendo en cuenta que el depósito de la fe no debe cambiar? Porque a veces parece que el platonismo o el aristotelismo siguen siendo los moldes fundamentales en los que seguimos estancados. Y así es muy difícil el diálogo con nuestra cultura, claro está. En fin: esto son opiniones, muy discutibles, pero creo que nos pueden ayudar a abrir vías.

Crítica al clericalismo

No podemos repasar aquí todo el pensamiento de nuestro autor, así que nos vamos a remitir a lo que dice en el Discurso II, que nos ocupa. Que no es poco, desde luego. En los dos autores haremos lo mismo: primero desarrollaremos la crítica al clericalismo, y en segundo lugar recorreremos con brevedad su radiografía del buen pastor. Teniendo en cuenta el contexto, que ya hemos visto, para no universalizar algunas actitudes o vicios que debemos interpretar de manera diversa en nuestra época, pero en los que hay una verdad de fondo que intentaremos desentrañar.

La vocación como búsqueda propia

Ya en el capítulo 8 tenemos una feroz crítica a algunas actitudes que dan vergüenza a Gregorio, y que también nos deben dar vergüenza a nosotros.

He sentido vergüenza de aquellos que, sin ser mejores que los demás, incluso sería gran cosa que tampoco fueran mucho peores, con manos sucias, como suele decirse, y con almas no iniciadas, se introducen ellos mismos en los misterios más santos. […] Tienen la pretensión de la tribuna, y se consumen y lanzan sobre la santa mesa, sin pensar que esa dignidad requiera un esbozo de virtud, sino que es para ellos un medio de vida; no un servicio responsable, sino un poder sin control. […] Despreciables por la piedad y desgraciados por la magnificencia que muestran, todos son maestros en vez de discípulos de Dios.4

Aquí hace referencia a la vocación como búsqueda propia en vez de como don, que se plasmaba en algunos candidatos que no estaban ni bautizados, y que, buscando ser elegidos para el episcopado o el presbiterado, recibían el bautismo como ocasión para ello. También habla de la utilización de la función de la administración de los sacramentos para convertirlos en una búsqueda de poder, o en un medio de vida, en vez de un ministerio, un servicio. El último párrafo es de una ironía fina e hiriente: gente que se cree grande, que ni estudia ni lo necesita porque lo sabe todo, y que tiene una piedad nula. Quitando la referencia concreta a los bautizados “de prisa”, que vemos, por ejemplo, en Ambrosio, que es parte de la configuración de aquellos años, pero que llegó a convertirse posteriormente en un escándalo, el fondo de la cuestión sigue siendo, me parece, de rabiosa actualidad: no se puede “querer ser cura” buscando algo propio, pretendiendo poseer de forma individualista este don del Señor, que, como veremos en el siguiente punto, es desde y para la Iglesia.

La doble vida

¿Qué quiere decir Gregorio con esto? Pasar por alto el pecado propio, ocultar las pasiones, de las que dice que se infectan y se pudren cuando se actúa así, para que no las vea Dios como no las ve la gente; o alegar pretextos, o cerrar los oídos y no escuchar a nadie. Es algo que está muy unido al clericalismo, y que se ve especialmente en los casos de pederastia que azotan a nuestra Iglesia, por desgracia, como a toda la sociedad.

De este servicio (la redención de Cristo) somos nosotros ejecutores y colaboradores, cuantos estamos colocados delante de los demás; y debemos conocer y curar nuestras grandes pasiones y enfermedades; y las no tan grandes. Me ha impulsado a hablaros de esto la maldad de muchos de los que se encuentran en este puesto.5

Enfermedades teológicas

Estas enfermedades del corazón del pastor también tienen su reflejo en el anuncio de la Buena Noticia, y Gregorio llega a lo que él llama «enfermedades teológicas»: el ateísmo, el judaísmo y el politeísmo. Es decir: la tendencia a no reconocer a Jesucristo y al Espíritu Santo como personas distintas de Dios Trinidad, sino como “modos” del único Dios (Sabelio), o no reconocer la divinidad ni la verdadera humanidad del Hijo (Arrio) o afirmar tan exageradamente las tres Personas, que se niega en la práctica la unidad de la Trinidad (Juan Filopono).6

La vanagloria

Esta es una crítica muy certera, porque este pecado va, muchas veces, inserto dentro de la vocación al sacerdocio de un modo hondo.

¡Oh, cuánto adorno de superioridad e inteligencia! […] Al momento somos nosotros sabios y maestros, sublimes en las cosas divinas, los primeros escribas y doctores de la ley, nosotros mismos habitamos los cielos y buscamos ser llamados maestros por la gente (cf. Mt 23, 7); y nos indignamos si no somos alabados en demasía.7

Por tanto, la vanidad y la chulería de “creerse maestros” es un pecado horrible, y, no cabe duda, muy clerical. Yo he estado seis años en Roma estudiando patrística, y me siento un auténtico inútil porque desde que he vuelto no he podido profundizar lo suficiente, y me veo muy pobre, no por falsa modestia, sino porque es así. Pero, como dijo Roy Batty en Blade Runner, he visto cosas que no creeríais: he visto compañeros a los que les costó tela aprobar asignaturas en el Seminario, y que han vuelto de Roma con un doctorado enmarcado y creyendo que son Orígenes de Alejandría o Jerónimo de Estridón. Eso es pura vanagloria: querer que mi nombre esté en la pared, bien ‘ponío’, o en una loza al inicio del templo, o en el suelo, para que quede claro que esta obra se hizo cuando yo estaba allí como cura, o como obispo. Yo me imagino estas escenas con una cola de pavo real que se expande, y el hermano sacerdote cacareando con el pecho a punto de salírsele. En estos casos se cumple lo que dice Gregorio:

Ni siquiera son sabios para conocer su propia ignorancia. Me parece que se refiere a ellos con toda razón lo que dijo Salomón: Hay un mal que he visto bajo el sol (cf. Qo 10, 5): un hombre que aparenta ser sabio ante sí mismo (Pr 26, 12); y lo que es peor que eso: confiar la educación de otros a quien ni siquiera se ha dado cuenta de su propia ignorancia.8

Pero el peligro es que cuando escuchamos esto solemos mirar siempre a los demás, “que hay que ver cómo son”. Por eso, nos dice seguidamente nuestro autor:

Esta desgracia, más que cualquier otra, es merecedora de lágrimas y lamentos. Yo mismo he caído en ella muchas veces, lo sé bien, pues pensar que uno es el mejor, la vanagloria humana, constituye el gran obstáculo para la virtud. Conocer y curar esa enfermedad sería propio de cierto Pedro o Pablo, los grandes discípulos de Cristo.9

Después de esto tenemos una impresionante descripción de las críticas que los profetas hacen a los jefes religiosos, a lo largo de la historia de la salvación, en los capítulos 57 al 68, que van desgranando estas y otras enfermedades. Oseas y su crítica a los que reinan para ellos mismos y a los falsos profetas; Miqueas y su queja ante la ausencia de los que obran rectamente, o la presencia de los que actúan por dinero; Joel y su lamento ante la vida regalada; Habacuc ante la injusticia de los jueces y la maldad de los que deberían ser ejemplo; Malaquías y sus acusaciones a los sacerdotes y a los que ultrajan el nombre divino; Zacarías y su testimonio contra los que tienen que cuidar al rebaño y no lo hacen; Daniel y su acusación contra los ancianos impíos y los sacerdotes que no quieren ver o se apacientan a sí mismos, que han arruinado la viña.

El marujeo

Pero nos queda lo mejor, o por lo menos lo muy bueno.

En el capítulo 79 tenemos otra de las claves de nuestro pecado como presbiterio, algo también muy clerical, porque a veces somos como marujas que hablamos de nuestras cosas poniendo verde a quien haga falta. Son las críticas, que según el papa Francisco se convierten en un cáncer horrible. Pues bien: veamos lo que nos dice nuestro autor.

Todos somos piadosos por el único hecho de advertir la impiedad de los otros. Para nosotros es el mejor el que abiertamente ha dicho del vecino el peor mal o de una forma torticera; y lleva bajo su lengua queja y fatiga, o el veneno de las serpientes. Advertimos los pecados de los otros, no para lamentarnos, sino para acusarlos, y hacemos apología de nuestros males con las caídas de los vecinos.10
Y el pueblo ciertamente no es así, aunque de otra forma son los sacerdotes; y la mayoría tampoco es así, pero los grandes del pueblo y los principales actúan de una forma contraria.11
La fe se aplica a todo, y ese nombre respetable es arrastrado a sus propias disputas. Como es natural, de ello se deriva el que seamos odiados entre las naciones y, lo que es más molesto, no podemos decir que no sea justo. También estamos desacreditados entre los más virtuosos de los nuestros; ciertamente no es extraño que lo sea entre la mayoría, que apenas reconocería algo bueno en nosotros.12
Los pecadores traman a nuestras espaldas, y lo que discurrimos unos contra otros ellos lo retienen contra todos; también hemos pasado al medio de la escena, y casi lloro al decirlo, pues somos objeto de burla con los más insolentes, y nada hay que agrade tanto al auditorio y a los espectadores como un cristiano insultado.13
Estas cosas tiene la guerra de unos contra otros. […] Y quien luche a favor de Cristo, pero conforme a Cristo, ¿se alegra después en la paz, al luchar por ella de una forma que no es lícita? […] Escuchamos claramente que Él exclama también cada día: Por culpa vuestra es blasfemado mi nombre entre las naciones (Is 52, 5).14
La desobediencia

Por último, un punto no menos importante para los sacerdotes, y que a veces relativizamos haciéndolo flexible hasta límites poco éticos, aunque nos solemos justificar bastante: la obediencia.

No conozco a nadie que pueda ayudar estando en el peligro de la desobediencia, o qué palabra anime a confiar. En efecto, este es el miedo que tenemos al escuchar a quienes nos han sido confiados, que demandaré sus almas de vuestras manos (Ez 3, 18).15

Consejos para el sacerdocio en los Discursos I y II

El pueblo y la sinodalidad

En el Discurso I Gregorio nos habla de su huida y de su posterior incorporación. Y pone una razón que entonces estaba en el centro de la vocación al sacerdocio, y que se ha ido quedando al margen: la participación del pueblo. Como hemos visto, la participación del pueblo solía ser esencial en aquellos momentos, y así lo vemos en el Nacianceno.

Perdonémonos mutuamente: yo que he sido avasallado por una hermosa tiranía, pues ahora lo denomino así, y vosotros los que me habéis tiranizado honrosamente; si alguna negligencia me reprocháis, puede que ante Dios también esta sea mejor que la celeridad de otros. En efecto, también es bueno ceder ante Dios.16

Del mismo modo, también en este primer discurso nuestro autor nos habla de la sinodalidad. ¿Cómo? Pues sí, poco más o menos.

Debemos alejarnos de todo eso (de los extraños, que no son pastores, y que con palabras falsas saquean y dispersan al rebaño del verdadero y primer pastor, que es Jesús) nosotros, el pastor y el rebaño, como de una hierba que lleva a la enfermedad y a la muerte, tanto los que pastamos como los que llevamos al pasto, para ser todos una sola cosa en Cristo Jesús, ahora y en el descanso de allá; a Él la gloria y el poder por los siglos. Amén.17

Al inicio del Discurso II nos encontramos con un mensaje muy parecido, que refuerza esta misma idea, desde la visión paulina del cuerpo y los miembros, y desde el mismo Aristóteles.

De igual manera que en el cuerpo existe algo que guía e igualmente preside, también hay lo que es guiado y conducido. Así también Dios estableció en las iglesias que los pastoreados y mandados, para quienes esto es lo más ventajoso, fueran enderezados de palabra y de obra hacia lo conveniente: porque los pastores y maestros están para la perfección (Ef 4, 11s) de la Iglesia; estos son como el alma para el cuerpo o la mente respecto al alma, para que ambos elementos, el inferior y el superior, unidos y fortalecidos mutuamente, como miembros y en armonía de espíritu (Ef 4, 16), y fusionados estrechamente en una unidad proporcionada, muestren un cuerpo, digno en verdad del de Cristo, que es nuestra cabeza (cf. 1 Co 11, 3; Ef 1, 22; 4, 15).18

Y seguidamente hace una crítica velada a ese clericalismo del que hemos hablado, y que solo consigue que el pueblo de Dios ni sea pueblo ni sea posible la comunión.

Me parece a mí que es malo y confuso el que todos quieran mandar y nadie quiera comprometerse; pues, si todos rechazaran eso que debería llamarse servicio, o gobierno, la totalidad de la Iglesia sufriría un grave defecto, y no tendría la hermosura que le es propia.19
El ministerio como servicio

Como vemos en estos bellos párrafos, de lo que se trata es que comprender que el ministerio es un “mandar” que se convierte en servicio a la totalidad de la Iglesia, y que está en comunión con el compromiso de todo el pueblo de Dios desde esta concepción del cuerpo, que remite siempre a Cristo como cabeza. De hecho, el ser buen pastor tiene una importancia esencial para Gregorio, que hace una comparación que nos puede servir a todos.

Ciertamente lo forzado está en la línea de lo tiránico y no es laudable ni duradero, pues lo sometido a violencia, una vez abandonada a sí misma, vuelve a su estado primitivo, lo mismo que una planta obligada a la fuerza por una mano. En cambio, lo que proviene de una elección libre es al mismo tiempo también lo más seguro, porque es retenido por una cadena de buenas disposiciones. Por lo cual nuestra ley y nuestro legislador ordenan sobre todo apacentar voluntariamente el rebaño, y no a la fuerza (cf. 1 Pe 5, 2).20
Cristo como medicina

¿Cuál es la medicina fundamental para curar el pecado que hemos ido analizando anteriormente? La medicina es Cristo, sin lugar a dudas, y Gregorio lo repite muchas veces a lo largo de este discurso, y en sus obras.

Yo tengo un único remedio contra todo eso, el único camino hacia la victoria. Yo me glorío en Cristo, la muerte por Cristo (cf. Flp 3, 3).21
Por eso la elevación contra la caída, la hiel contra el gusto, la corona de espinas contra el poder malvado, la muerte contra la muerte, las tinieblas contra la luz, el sepulcro contra la vuelta a la tierra y la resurrección contra la destrucción. Todo esto era una determinada educación divina para nosotros, y una medicina para nuestra debilidad.22
Conocer y curar nuestras enfermedades

En el capítulo 26 hay otro consejo (ya lo hemos visto antes) que es fundamental para el buen pastor, y que debemos tener muy en cuenta. Tenemos un montón de medios a nuestro alrededor para llevarlo a cabo: Ejercicios Espirituales, oración, confesión, acompañamiento espiritual… Pero es algo necesario si queremos después ayudar a otras personas.

De este servicio (de la redención de Cristo) somos nosotros ejecutores y colaboradores, cuantos estamos colocados delante de los demás; y debemos conocer y curar nuestras grandes pasiones y enfermedades […]. Porque es mucho mejor poder curar los males de otros y purificarlos con conocimiento (de los propios), y de manera que aproveche a ambos, a los que necesitan de cuidado y a los que se les ha confiado el ejercer la medicina.23
La caridad pastoral

Desde aquí, y tomando el ejemplo de los médicos del cuerpo, Gregorio va dando una serie de pinceladas de lo que nosotros llamamos “caridad pastoral”, que siempre debe tener en cuenta el bien de los demás, y nunca el bien propio. La vida del sacerdote es una existencia entregada en la misión de pastorear el rebaño, pero no desde la concepción de “rebaño” clerical, ovejas que balan y que son todas igualmente simples, sino desde la clave del cuerpo, de la libertad cristiana, del caminar juntos, que hemos visto hasta aquí.

También conviene enfadarse con algunos, sin irritarnos nosotros mismos; y hay que mostrar desprecio, sin despreciar; y mostrar falta de ilusión, sin estar desilusionados, y ello cuando su naturaleza (del que debe ser sanado) lo solicite. También a otros hay que curarlos con moderación y humildad y recomendándoles las mejores esperanzas. […] También hay que vencer a unos y dejarse vencer muchas veces por otros; y alabar la prosperidad y el poder de unos o abominar la penuria y la desgracia de otros. Porque no se obtiene lo mismo de la virtud y del vicio. […] Esta es la tarea del buen pastor, que debe conocer con garantía las almas de las ovejas y conducirlas según la razón del pastoreo, recta, justa y digna de nuestro verdadero pastor.24
La teología pastoral

¿Y en el tema de la teología? Porque los sacerdotes también debemos procurar que nuestro anuncio de la Buena Noticia sea, además de alegre, cierto, y que ayude a avanzar en la fe al pueblo de Dios. Esta es otra parte importante del discurso de Gregorio, en medio del camino hacia el concilio de Constantinopla, del que él mismo fue parte importante. No vamos aquí a profundizar en la parte teológica que tiene este discurso, pero hay una frase que nos puede venir muy bien a todos.

Especialmente ahora, pero siempre, se necesita del Espíritu, porque solo con Él puede ser Dios comprendido, explicado y escuchado.25

Por tanto, la oración es la base y la clave de la teología, aunque no solo: hay que formarse para poder formar, hay que estudiar para poder enseñar… No se trata aquí de un “espiritualismo desencarnado” de aquellos que dicen que preparan la homilía “con lo que les dice el Espíritu”, es decir, que no la preparan y dicen lo primero que se les viene a la mollera, o de aquellos que nunca salen del mismo discurso porque “tenemos tantas cosas” que no nos da tiempo a formarnos. Y esto lo digo por propia experiencia, porque a mí me pasa lo mismo, y me cuesta la misma vida encontrar tiempo en el día para la “formación permanente”.

Claro está: «formarse para formar» significa, como consecuencia, ser capaz de adaptarse al pueblo de Dios real que tenemos frente a nosotros. Pongo un ejemplo real: un pastor llega a una parroquia de un barrio marginal, de visita, y se encuentra un grupo de jóvenes, gente cofrade, gente sencilla, y les larga un discurso contra la ideología de género que deriva en casi una proclama de lo más ultra que pueda imaginarse. Todo el mundo con la boca abierta, cabreado, y el pastor se va creyendo que ha hecho lo que tenía que hacer, porque la gente «es que es mala». No ha hablado de ninguno de los problemas reales que tiene la gente real de allí, porque no los conoce, y no ha hablado, desde luego, del Evangelio. A este personaje, en cualquier colegio, le pondrían un Cero patatero.

Ciertamente, algunos necesitan ser alimentados con leche, con las enseñanzas más sencillas y elementales; en cambio, otros necesitan de la sabiduría que se habla entre los perfectos y de un alimento más elevado y sólido, para que los órganos de los sentidos puedan practicar con facilidad la distinción entre lo verdadero y lo falso. […] Para nosotros no hay límite entre educar y ser educados.26

Gregorio pone como ejemplo fundamental a Pablo, que es una de las claves para entender a este autor, como hemos visto. Y lo pone como ejemplo de esta caridad pastoral y teológica que tiene siempre al pueblo como clave de la propia vida.

Acompaña y apoya a los que caminan en rectitud, pero rechaza a los que caminan de mala manera. Ahora niega la caridad (cf. 1 Cor 5, 5), ahora la reafirma (cf. 2 Cor 2, 8); ahora llora; ahora se alegra; ahora da de beber leche (cf. 1 Cor 3, 2), ahora se alimenta de misterios (cf. 1 Cor 2, 1.7); ahora condescience, ahora se alza sobre sí mismo; ahora amenaza con la vara, ahora extiende el espíritu de la mansedumbre (cf. 1 Cor 4, 21); ahora es alabado por los ensalzados, ahora es humillado por los humildes; ahora mismo es el último de los apóstoles (cf. 1 Cor 15, 9), ahora da una prueba de que Cristo habla en él (cf. 2 Cor 13, 3); ahora desea la partida y se prepara; ahora considera de mayor utilidad para ellos el permanecer en la carne (cf. Flp 1, 23-24); ciertamente no busca su propio interés, sino que busca el de sus hijos, a quienes ha engendrado en Cristo por medio del Evangelio (cf. 1 Co 4, 15). Este es el límite de todo gobierno espiritual: olvidarse siempre de uno mismo en favor del provecho de los demás.27

Este texto me parece central, porque muestra una relación profunda con Dios, una cercanía con la Palabra de Dios y una forma de expresar lo que significa la caridad pastoral que a mí al menos me ayuda a vivir mi vocación de un modo más profundo y nuevo.

Como ya hemos visto, pone también el ejemplo de los profetas, y su crítica a los falsos profetas y a los líderes religiosos de cada época. Esto también me golpea a mí, porque también yo a veces tengo las actitudes de esos líderes religiosos falsos cuando me aparto del seguimiento del Señor.

La vocación según Gregorio

Desde este punto, llegamos a varios resúmenes de lo que es la vocación al sacerdocio y la respuesta a esta vocación, siempre con la misión en el primer paso, y nunca con traza alguna de ese individualismo vocacional que hoy día me parece que está muy de moda.

En primer lugar hay que purificarse, después purificar; ser sabio, y de esa manera enseñar; ser luz, e iluminar; acercarse a Dios, y acercar a los demás; ser santo, y santificar; llevar de la mano, y aconsejar con inteligencia. […] Sé de quién somos servidores, y dónde estamos y a dónde nos dirigimos; conozco la altura de Dios, la debilidad humana y también la capacidad.28

Y esto nos trae hasta el resumen de su vocación, que es una belleza y una sencillez impresionantes. Ya quisiera yo que mi acción de gracias el día de mi ordenación hubiera sido algo parecido.

Fui invitado desde la juventud y fui atraído hacia Él desde el seno materno, y fui ofrecido por una promesa materna, y después de esto, fui consolidado con los peligros; y el deseo se ensanchó, y el pensamiento ayudó a realizarlo, y he dado todo al que me ha ayudado y salvado, bienes, renombres, bienestar, estas mismas palabras, de las que solo esto he gozado: poder haberlas despreciado y haber tenido algo por lo que he preferido a Cristo.29

Después de explicar, a partir de todo esto, cuáles son las razones de su huida, termina de una forma que expresa la humildad de quien no se siente digno, pero quiere responder con toda su vida, y con obediencia.

Yo me encuentro de alguna manera en el medio de los muy atrevidos y de los demasiado cobardes: más cobarde que los que se lanzan sobre cualquier cosa, y más audaz que los que lo rehúyen todo. Así entiendo yo estas cosas. […] Y ayuda en esto también la docilidad, pues Dios premia la fe mediante su bondad y hace perfecto para la presidencia a quien ha confiado en Él y ha puesto todas sus esperanzas en Él.30

Terminamos con la oración final del discurso, que muestra también esta caridad pastoral que está en el centro de la vida y el corazón de Gregorio.

Él dé fuerza y poder a su pueblo; y Él en persona acerque a sí mismo un rebaño espléndido y sin mancha, digno de la majada de arriba, en la morada de los que se alegran, en el esplendor de los santos, para que todos cantemos la gloria en su templo, el rebaño junto también con los pastores, en Jesucristo, nuestro Señor, para quien es toda la gloria por los siglos de los siglos. Amén.31


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1 Cf. Gregorio de Nacianzo, Discursos I-XV, traducido por Marcelo Merino Rodríguez, Madrid, Ciudad Nueva, 2015, 51-53.

2 Cf. Ibid., 54.

3 Cf. Ibid., 55-61.

4 Ibid., II, 8; 143.

5 Ibid., II, 26; 163.

6 Cf. Ibid., II, 37-44; 173-181.

7 Ibid., II, 49; 187.

8 Ibid., II, 50; 189.

9 Ibid., II, 51; 189.

10 Ibid., II, 79-80; 217.219.

11 Ibid., II, 82; 221.

12 Ibid., II, 83; 221.

13 Ibid., II, 84; 221-223.

14 Ibid., II, 85-86; 223.

15 Ibid., II, 113; 247.

16 Ibid., I, 1; 123.

17 Ibid., I, 7; 131.

18 Ibid., II, 3; 136-137.

19 Ibid., II, 4; 137.

20 Ibid., II, 15; 151.

21 Ibid., II, 87; 225.

22 Ibid., II, 25; 161-163.

23 Ibid., II, 26; 163.

24 Ibid., II, 32-34; 167.169.

25 Ibid., II, 39; 175.

26 Ibid., II, 45.49; 183.185.

27 Ibid., II, 54; 193-195.

28 Ibid., II, 71.74; 211.213.

29 Ibid., II, 77; 217.

30 Ibid., II, 112; 247.

31 Ibid., II, 117; 251.





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