Tenebrosa Clara
- Llamas, J.M.
- 6 sept
- 3 Min. de lectura

(Texto completo en formato de libro electrónico)
Te espero en el contorno de tus miedos;
no tengo una respuesta para todo,
pero al menos lo intento…
Second, El contorno de tus miedos, Flores Imposibles.
A Vicky y Paula,
por vuestras vitales sugerencias juveniles
sin las que Clara
nunca habría existido.
Clara y Duncan
He de reconocerlo: de pequeña me daba miedo la oscuridad. Entre otras muchas cosas que, vale, son objetivamente indiferentes, pero a mí me asustaban. Y mucho. De hecho, me acojonaban muchísimo, por ejemplo, los payasos, las arañas, los tábanos, las serpientes, las muñecas de porcelana con ojos que, en el fondo, están diciendo «¿Pero no te das cuenta de que estoy hecha para que te cagues encima?», las ratas de mirada rojiza, los cuervos que parecen gritar «Nunca más», los fuegos fatuos o los susurros leves y continuos que a veces llegan a los oídos cuando una está acostada y no se ha arropado lo suficiente.
Todo esto lo superé enfrentándome a mis terrores acumulados en los pozos más escondidos del alma. ¡Toma ya! No sé cómo se he me ha ocurrido escribir esa frase. Bueno, en realidad sí lo sé: me han ayudado. Pero no voy a adelantar acontecimientos, vamos paso a paso. La verdad es que después, es decir, ahora hay poco, vivo o muerto, que pueda hacerme pedir auxilio como esas princesitas encerradas en la celda más alta de la más alta torre del castillo random abandonado y custodiado por un dragón de tres al cuarto. Dicho lo cual, procuro mantener cierto equilibrio entre la prudencia y la audacia, porque ir a lo loco a meter la pezuña en el peligro es un deporte que, la verdad, no me llama demasiado la atención. Aunque, en fin, mirando lo que estoy contándole quizás llegue usted a una conclusión diferente. Bueno, piense lo que quiera, a mí en verdad me lo suda mucho.
En la era donde transcurrieron los hechos que me dispongo a narrarle había una paradójica moda que me hacía rechinar los dientes de rabia: en nombre del feminismo y el empoderamiento de las hembras se había procedido a nuestra infantilización, y señoritas, señoronas o machos alfa varios se agolpaban guardando cola en medios de comunicación y redes asociales para ordenarnos a las mujeres qué teníamos que decir, qué podíamos aceptar, cómo habíamos de responder o cuáles dichos y hechos estábamos en la obligación de denunciar, mientras en la bancada contraria adefesios ultracatólicos y demoníacos se relamían de placer gruñendo como gorrinos y esperando que, como pasó tiempo después, inevitablemente y por desgracia, la juventud cambiara el sentido de la andadura social y una ola de conservadurismo y tradicionalismo inundara los ríos, afluentes, arroyos y charcos del cambio de época que aún vadeamos. Le cuento esto aquí, como un chillido desolador, porque tiene mucho que ver con mi historia, y esa manía de repetir casi punto por punto los más indecentes vicios del pasado es algo que la humanidad dominamos asombrosamente bien. ¡Manda huevos!
Total, vamos a lo que vamos, que me caliento y, en el fondo, es para nada. Aquella antigua mansión abandonada era un dislate ya desde fuera, y no sé de quién fue la asombrosa idea de entrar. Que no digo que no fuera mía, porque entre tanta cháchara adolescente con ese «¿Que no tengo lo que hay que tener? ¿Que no?» de fondo, quién sabe, pero a mí me parece que la propuesta no salió de mis labios. Sabíamos que aquello tenía pocas posibilidades de acabar bien, porque cuando un lugar permanece cerrado tras numerosos intentos de reforma y compra por parte de empresas y particulares, y todos ellos salen disparados sin dar la más mínima explicación, es que algo huele, como mínimo, a susto de peli de terror chunga en su interior.
(Si quieres continuar leyendo, bájate el libro electrónico, o espera la edición impresa del volumen 8 de la Biblioteca Historias de las Afueras: Relatos de las Afueras II)
Comentarios