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Hola. Soy Alfredo, y estoy aquí para contarles que yo también descubrí al amor de mi vida en la Red. Fue un sábado, o un jueves, o un viernes... No sé, porque los días, para mí, cabalgan al trote, uno detrás de otro, frente a la pantalla. En fin: que una buena mañana, o una buena tarde, o una noche... o no sé, porque yo soy de tarifa plana veinticuatro horas trescientas sesenta y cinco jornadas al año excepto bisiestos, apareció en una de las redes sociales una mujer, Trinity144, que se presentó con estas palabras: ¿hay alguien ahí? Al momento comenzamos una conversación de lo más normal: qué te gusta, qué piensas de esto y de aquello, de dónde eres, qué edad tienes, cómo has aparecido por aquí, qué esperas de la vida...
Quedamos el día siguiente, a la misma hora, y estuvimos conversando por escrito durante un rato largo. Según me contó, tenía veintitantos años, el pelo moreno y los ojos oscuros; había descubierto aquel grupo por casualidad, como yo, y en modo alguno estaba enganchada, como yo. Hablamos de los problemas que afectan a nuestro mundo y de lo poco halagüeño de la situación actual, y coincidimos en que hace falta una nueva manera de comunicarse para poder solucionar la falta de moral que caracteriza a la gente de hoy día, sobre todo a la generación que sigue a la nuestra, cuya educación ha dejado tanto que desear.
Así estuvimos en contacto durante tres meses. Y llegó un momento, difícil de expresar con palabras, en el que decidimos que teníamos que conocernos en carne y hueso, pues espiritualmente habíamos compartido lo máximo posible. Es verdad que podríamos haber optado por una videollamada, pero, si íbamos a arriesgarnos, era mejor dar el todo por el todo. Quedamos un viernes a las diez de la noche, no sin antes advertirnos mutuamente de que nuestro aspecto podría no ser el esperado, aunque esto no nos hizo cejar en el empeño de ver la cara a la otra parte de la pareja.
Fue un encuentro extraño, como si, de repente, hubiéramos despertado de un sueño y nos encontráramos frente a frente con alguien que, de ser un príncipe encantador y encantado, o encantada, había pasado a formar parte del común de mortales. Tomamos un café, ciertamente impresionados, preguntándonos si habíamos sido sinceros en nuestras largas citas. Nos despedimos hasta otro día, por supuesto en la red.
Llevo cuatro años saliendo con Trinity144, y no hemos vuelto a vernos en persona: no hace falta, y más bien nos molesta. Por cierto: su verdadero nombre, que no he dicho hasta ahora después del encuentro de aquella noche, es Roberto, y tenía en aquella época veintitantos años, el pelo moreno y los ojos oscuros. Pero, qué demonios: nadie es perfecto.