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Tiene que terminarlo. Lleva días en ello. ¿He dicho días? ¡Días, válgame el cielo, qué va! ¡Meses!
Lo mira desde la izquierda, desde la derecha, desde arriba, desde abajo…, incluso a veces se pone a hacer el pino. Se lo digo a usted, que me está leyendo, de verdad de la buena. “Esta es, sin duda, mi obra maestra”, así lo ha hecho saber. Una vez, y otra, y otra, y otra más. A todos.
Yo estoy ya harta, lo reconozco. Comprendo perfectamente que pretenda ser un artistazo. Y quizás lo sea, ¿quién soy yo para negarlo? Una simple secretaria, nada más.
Aunque con eso me sobra, así entre usted y yo. Por ahí hay gente que, ¡ay!, va diciendo que si esto, y que si lo otro, y que si entre él y yo debe haber algo más, porque se nos ve muy unidos, pero que muy… ¡Qué va! ¡Muy unidos! ¡La única persona a la que puede estar muy unida este personaje es él mismo! Bueno, y su obra maestra, claro.
Y es mucho mejor así, lo digo en serio. De hecho, si algún día se diera cuenta de que necesita a alguien para toda la vida y me mirara a mí con esas intenciones, que Dios ni lo quiera ni lo permita nunca, lo mandaría a aquel lugar en el que fue a picar el pollo, o a cinco pinos más allá, porque no quiero ni imaginarme lo que tiene que ser convertirse en su compañera, si así tal y como está la cosa, por un sueldo de mie…
Bueno, tampoco hay que pasarse: el sueldo está bien. Otra cosa son las condiciones laborales, claro. Cualquiera podría decir que soy su esclava, y no iría muy desencaminado. Que sí, que es un artistazo, y quizás eso comporte este desorden tan desmesurado. Yo qué sé. Pero mire usted: no es plato de buen gusto ser un cero a la izquierda de quien pide todo y no da ni los buenos días.
En fin: que me pierdo en menudencias sin sentido. Concretando, creo que lo tengo decidido. De hecho, he de reconocer que me ha ayudado usted a tomar la decisión final, que no se vaya a creer que no es dura.
Así pues, esta mañana le voy a decir, después de haberlo pensado mucho, de haberlo mirado por la izquierda, por la derecha, por arriba, por abajo, e incluso llegado a hacer el pino, que lo dejo. Que no lo aguanto más, vamos. Que a partir de mañana mismo se busque otra secretaria.
Y, ya que estamos, le daré un último consejo. Por si le sirve, aunque lo veo muy difícil. Le voy a indicar que, si le parece, haga el favor de dejar de contemplar tan de cerca ese cuadrito, esa “obra maestra” que se supone que lleva meses pintando, y se aleje… no sé yo, unos quince pasos. Con quince o veinte pasos yo creo que puede tener suficiente. Al fin y al cabo, el taller es grande. Enorme.
Entonces, cuando se dé cuenta, si se da cuenta, por fin, de que ha estado dibujando solamente dos cuartas por otras dos cuartas, de ese descomunal lienzo vacío, con mis labios y uno de mis pómulos, porque, oiga usted, además de haber sido secretaria he tenido que estar posando para él cual modelo, quizás entonces, como digo, descubra, con horror, que esa bazofia minúscula no es una obra maestra, ni él un artistazo. Que, posiblemente, sea solo un simple secretario.
Yo, por mi parte, ya tengo comprador para el cuadro que terminé hace un par de días. Que no es el no va más en arte contemporáneo, es verdad, pero, oiga, no está nada mal, porque este tiempo me ha servido para aprender, no de él, desde luego, los secretos de la pintura. Además, no he dejado nada en blanco.
¿Quién sabe? A lo mejor mañana por la mañana contrato al artistazo. Por un buen sueldo. Unas condiciones laborales más dignas, claro está. Mucho menos desorden que adecentar, por supuesto. Y sin que tenga que hacer de modelo, porque yo soy más de pintar paisajes.