Intro. Si uno dice “Fernando Meirelles”, quizás no pase nada. Si uno dice “Oscar de la Academia”, “Globo de Oro”, “Cannes”, Ciudad de Dios y El Jardinero Fiel la cosa cambia bastante. Nos encontramos ante un director de cine social, comprometido, virtuoso, experto en primeros planos y que no elude entrar en el barro de las preguntas sin respuesta o las vías abiertas.
Estamos ante una película exquisita cuya mejor baza es el reparto. Contar con Anthony Hopkins (El Silencio de los Corderos, Tierras de Penumbra) para interpretar a Joseph Ratzinger – Benedicto XVI y con Jonathan Pryce (Brazil, El hombre que mató a Don Quijote) como Jorge Bergoglio – Francisco es un milagro, mucho más si tenemos en cuenta que el trabajo de ambos como pareja cinematográfica está a la altura de Walter Matthau y Jack Lemon en La Extraña Pareja. Partiendo de aquí, la dirección de Meirelles, que no se quiere imponer a la historia, sino que deja fluir sus personajes resaltando con maestría, eso sí, los saltos en el tiempo y la memoria, y las escenas históricas en el Vaticano, es magistral.
Estamos viviendo un momento eclesial curioso, en el que aquel necesario cambio que se inició en el Concilio Vaticano II parece querer ser negado por una parte de la Iglesia, entre ellos bastantes sacerdotes, obispos e incluso algún cardenal. Y esto se nota también en los “juicios”, por llamarlos de alguna manera, acerca de esta impresionante parábola. Porque eso lo que es, y lo que, por cierto, no han sabido ver tantos “criticoncillos de cine” de tres al cuarto como abundan en los estamentos eclesiásticos. Pero vayamos por partes.
Lo que cuenta. El argumento es sencillo: Jorge Bergoglio, que fue el segundo en la elección como Papa de Benedicto XVI, envía varias cartas a este para que le conceda el retiro, pues está a punto de cumplir 75 años. Benedicto lo llama a Roma para hablar con él. En la conversación entre ambos, en el verano de 2012, queda claro que la llamada del Papa no ha sido una respuesta a la petición de Jorge, sino algo muy distinto.
La polémica. En primer lugar hay que aclarar dos aspectos que forman parte de las críticas más mordaces que ha recibido la cinta de parte de algunos clericales eclesiásticos.
Es una parábola. Hay por ahí alguno, incluso obispo, que afirma que “lo que cuenta la película no pasó así en realidad”. Quizás la frase con la que comienza esta, «inspirada en hechos reales», puede confundir. Pero vamos a ver: si yo digo que la parábola del buen samaritano está «inspirada en hechos reales» no quiero decir que Jesucristo estuviera hablando de algo que había visto la semana anterior, sino otra cosa: en el fondo de la parábola hay una realidad que esta narra, utilizando un género literario concreto. Resulta muy curioso que algunos de aquellos que dan palos a la “crítica histórica” bíblica sean los que dicen semejantes imbecilidades de una película que no pretende decirnos lo que pasó históricamente (ya que el mismo papa Benedicto afirma que, si bien tomó la decisión de dimitir en el verano de 2012, conocía a Bergoglio de las visitas ad limina pero no pensaba en él como en un candidato a sucederle), sino plasmar la relación (muy real e histórica, como han mostrado sobradamente ambos) entre los dos últimos papas con una parábola.
Otra de las críticas principales, esta mucho más malévola, es que “refleja de una forma muy manipuladora la lucha entre dos tipos contrapuestos de Iglesia, y opta por uno”. ¿De verdad alguien, incluso algún obispo, puede decir esto después de ver la película y pretender que no se le caiga, debido a la vergüenza, el solideo, el anillo y la cruz? La cinta refleja de una forma muy realista la crisis que vivió Benedicto XVI en su último año de papado, y lo que él mismo ha dicho acerca de la elección de Francisco:
«Lo que me ha tocado el corazón es que ya antes de salir al balcón haya querido llamarme por teléfono, pero no me encontró porque estábamos en ese momento delante del televisor. El modo en que ha rezado por mí, el momento de recogimiento, la cordialidad con la que ha saludado… ha golpeado inmediatamente». «Cuando he escuchado el nombre, primero estaba inseguro. Pero cuando he visto cómo hablaba primero con Dios, y después con la gente, me sentí verdaderamente contento. Y feliz». «Me gusta» (Ultime conversazioni, 42.43.45).
De la misma manera, se puede resaltar lo que este piensa sobre la diferencia entre ambos (de lo que habla profusamente en el mismo libro, 43-47; resulta curioso también que esta entrevista haya pasado tan de puntillas entre los “defensores de Benedicto”…). Por tanto, la película pone en imágenes lo que el mismo Benedicto ha expresado como pensamiento y con sus propias palabras.
Los valores. Partiendo de aquí, veamos algunos valores que merece la pena resaltar.
La unidad de la Iglesia. Creo que es algo que deja muy claro la película. Por encima de la manera de ser de cada uno de los dos personajes, de sus diferencias e incluso desacuerdos, hay un punto que sobresale: ambos se plantean el papado como un servicio, como respuesta a una vocación eclesial. Y sitúan la unidad de la Iglesia por encima de sus disparidades.
La vocación y la relación con Dios. La descripción de la vocación del papa Francisco es maravillosa, verdaderamente asombrosa. Y se puede decir que es uno de los ejes de la película, uno de los “acordes” que se repite a lo largo del metraje, así como la relación histórica de los dos hombres con Dios, expresada de una forma muy realista y a veces tormentosa.
El pecado y la humildad. Es verdad que la primera conversación entre Ratzinger y Bergoglio es muy dura. Pero es el punto de partida, no el de llegada. A partir de aquí se ve la historia de dos pastores que reconocen su pecado y sus debilidades, y piden perdón. No me imagino a ningún líder político mundial haciendo lo que hacen estos dos buenos pastores. Algo que no es ficción: hace muy poco lo volvimos a ver en Francisco, pidiendo perdón por su impaciencia con una persona en la Plaza San Pedro.
El buen humor. Hay algo que es muy curioso: al principio Bergoglio cuenta algunos chistes, que no le hacen la más mínima gracia a Benedicto. Conforma avanza la película se va produciendo un cambio, hasta que al final el que cuenta los chistes es Benedicto, con una ironía sublime. Ese «El inglés: horrible lenguaje. ¡Tantas excepciones para tantas reglas…! Recuerde: Silentium incarnatum» final es magistral.
Habría muchas más cosas que decir, pero aquí lo dejo. En definitiva: no hagas caso a tantos “eclesiásticos profetas clericales de calamidades” que dicen que la película es muy ideológica, que no refleja la verdad o que opta claramente por el papa Francisco. Todo eso es mentira: de hecho, al final el papa Benedicto resulta muy enternecedor.
Haz el favor de verla. Es una muy sorprendente parábola, realista y profunda, sobre la relación cordial entre dos Papas muy distintos, pero igualmente geniales: Benedicto XVI, y Francisco.
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