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  • Foto del escritorLlamas, J.M.

Blancanieves y la Bruja de la Almijara

Actualizado: 1 may 2021


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A los niños de las Afueras de la vida.

Había una vez, en medio de lo más profundo del Bosque de Río Verde, una niña perdida que, después de una peligrosa huida, a punto de morir, fue encontrada por la Bruja de la Sierra de la Almijara, que la curó, la cuidó y la alimentó. La pequeña solamente había conocido el espanto y la tristeza, y aquella anciana era algo nuevo y desconocido para ella.

Una tarde, Manuela, así se llamaba la niña, charlaba animadamente con la Bruja en la cabaña del bosque.

– Señora, es usted tan buena… No sé por qué está haciendo todo esto por mí.

– Primera cosa, niña: no me llames “Señora”. Yo nunca podría ser una “Señora”. ¡Vivo en mitad del paraje más oscuro del bosque, en lo más profundo de estas montañas, por el amor de Dios! En todo caso, llámame “madre”, porque soy lo más parecido a una madre que vas a conocer nunca. Ya sé: es triste. Pero es la verdad.

– Sí, madre.

– Segunda cosa, niña: no me des la razón como a los tontos. Voy a ser sincera contigo: tú, y yo, somos solamente personajes de un cuento de hadas. Personajes oscuros, debo añadir.

– No, madre. Yo soy real.

– ¡Ya lo sé, niña! Pero mírate, y mírame: no podemos vivir en una ciudad, o en un pueblo. La gente nunca nos aceptaría: tú ya lo sabes, llegaste hasta aquí huyendo de ellos. Somos extraños, y la gente tiene miedo de lo extraño y lo desconocido. Quizás un día hasta lleguen a disfrazarse de nosotros, para conjurar el terror que provocamos. Este es nuestro lugar: las afueras. La gente nos necesita, ¿sabes? Somos la línea que nunca deben cruzar. Aunque a lo mejor estas cosas son solo tonterías de vieja, qué sé yo. De todas formas, si tienes esto claro serás mucho más feliz. Mírate: una canija niña albina que durante el día ve menos que un topo. ¡Madre del Amor hermoso! Y mírame a mí: una vieja tuerta y maldita viviendo en un bosque oscuro. No tenemos arreglo, niña.

– Bueno. Yo estoy bien aquí, madre.

– Pero, eso sí, no pienses que somos malas, o que no podemos enseñarle al mundo lo mal que lo hace cuando nos echa fuera. En fin: ponte el camisón de dormir, que te voy a contar un cuento.

– ¿Un cuento? -preguntó Manuela, levantando la cabeza.

– Un cuento. Se lo escuché hace tiempo a un hombre que pasó por aquí: no sé, era un extranjero que decía que lo había oído muy lejos, de boca de un par de hermanos cuentacuentos, en las tierras del imperio Austro-Húngaro o más allá. Anda, levanta, canija.

Manuela se puso en pie, se colocó el camisón gris que le había hecho la anciana y, antes de meterse entre las sábanas, le dio un beso en la frente.

– Y otra cosa antes del cuento -dijo la Bruja-: no vayas por ahí diciendo que soy buena, porque a lo mejor soy más mala que un dolor de muelas. Si te digo la verdad, ni yo lo sé. Total, lo único que podemos hacer es confiar. Venga, allá voy:

» Había una vez un rey que se quería solamente a sí mismo. Y resulta que tuvo una hija, pero creía que aquella niña le iba a robar el trono, así que, antes de que naciera, desterró a su mujer a lo más alto de la torre más alta del castillo, con la intención de matar al bebé justo después del parto. Sin embargo, uno de los bufones de palacio, que era novio de una de las sirvientas, consiguió hacer desaparecer a la niña llevándola al bosque: la sirvienta tuvo lástima de la reina prisionera y de su hija, se ofreció a cumplir el negro deseo del rey y, cuando la princesa nació, la metió en una cesta y la descolgó por la ventana de la torre, utilizando una hebra de su propio vestido. El vestido se fue deshaciendo y, cuando la cesta llegó a manos del bufón, que estaba esperando abajo, al otro lado del muro, el hilo se acabó. Así que la sirvienta bajó en enaguas, le dijo al rey que todo estaba cumplido y que había tenido que luchar con la madre para quitarle de las manos a la niña y matarla, y le enseñó un cuchillo que había manchado la noche anterior con la sangre de uno de los cerdos de las corraletas del castillo. Y mientras el rey subía a comprobar que todo había salido según su plan, la sirvienta escapó en enaguas al bosque.

» A todo esto, la niña era de una belleza extraña y salvaje, con la piel y el pelo blancos como el marfil; la sirvienta y el bufón la llamaron Blancanieves. La llevaron dentro de la cesta de mimbre, y la dejaron en la entrada de una cueva donde un adivino del reino les había dicho que estaría a salvo, porque ellos tenían que volver al castillo e inventarse alguna historia que explicara la desaparición del cadáver de la princesa de lo más alto de la más alta torre. En la cueva vivía una manada de lobos y un grajo, y el grajo convenció a los lobos para que cuidaran de Blancanieves mientras él encontraba una persona que se quisiera hacer cargo de la niña.

» El pajarraco buscó, buscó y buscó, pero solamente encontró un grupo de niños perdidos que vivían en las copas de los árboles del Bosque de las Cascadas Rojas. Así que habló con los niños, que eran peligrosos y temidos por todos y se conocían en el Reino como los Oscuros Enanos, y ellos, después de mucho refunfuñar, aceptaron cuidar de Blancanieves, aunque los lobos y el grajo se comprometieron a enseñarle todo lo que sabían a la niña: la princesa aprendió del grajo a mirar desde las copas de los árboles, a saber distinguir la verdad de la mentira y a hacer emboscadas, y de los lobos a correr, a esconderse, a vivir en manada y a cazar. Los Oscuros Enanos enseñaron a la niña a hablar, a jugar y a robar a los señoritos del Reino.

» Blancanieves creció, y se convirtió en una hermosa joven salvaje con una cinta alrededor del pelo y tres plumas negras en la cabeza y un vestido de piel de oso y un cuchillo en el cinto, mientras los Oscuros Enanos seguían siendo niños, porque, como se habían perdido, no se acordaban de cómo era aquello de crecer. El grajo era ya un viejo pájaro sabio que, poco a poco, preguntando por aquí y por allá, había descubierto quién era Blancanieves, y se le ocurrió un plan para que entre todos pudieran llevarla al lugar que le correspondía, el trono, donde el Rey seguía gobernando con puño de hierro creyendo que no tenía hijos porque el bufón y la sirvienta, ayudados por el adivino, habían convencido al monarca de que los demonios se habían llevado a la niña al infierno justo después de morir a cuchillo. La tristeza había consumido la vida de la madre de Blancanieves hacía años, en lo más alto de la más alta torre.

» Una noche, mientras el Rey dormía después de una gran fiesta, el grajo y uno de los Oscuros Enanos fueron a los lugares donde vivían los más empobrecidos del Reino, y les contaron la historia de Blancanieves. Luego apareció la joven, con su cuchillo en el cinto y un arco en la mano, montada en un gran lobo y seguida por los demás Oscuros Enanos, que venían también cabalgando a lomos de lobos. Blancanieves había hecho un juramento: jamás viviría en el castillo, y mucho menos gobernaría con puño de hierro. Quería echar abajo a su padre, que no se merecía el poder, y ayudar a que todos pudieran vivir sin pasar hambre, sin tener que robar ni que morir trabajando como esclavos.

» Un día, mientras el Rey seguía pensando que tenía el poder y que nadie se lo podría quitar, el pueblo se levantó, entró en el castillo después de que el bufón y la sirvienta, que se habían casado y habían tenido niños que también se habían casado y habían tenido niños, abrieran las puertas desde dentro y, guiado por los Oscuros Enanos y los lobos, venció al Ejército Real. Blancanieves luchó contra su padre, que era un gran espadachín pero no había sido entrenado por lobos ni por un grajo ni por niños perdidos, y la hija quitó la espada al Rey y lo encerró en la mazmorra más alta de la más alta torre hasta que pidiera perdón a todas las personas a las que había hecho daño. Y el Rey no pidió perdón, y murió consumido por el egoísmo, la soberbia y el odio. La joven Blancanieves se fue a vivir al Bosque de las Cascadas Rojas y desde allí guió a la gente, acompañada por una manada de lobos, los Oscuros Enanos y un viejo grajo. Y vivieron felices para siempre.

– Vaya, madre… Nunca había escuchado una historia como esa…

– Ya te lo he dicho: me la contó hace muchos años un viajante extranjero que pasó por aquí rumbo a no sé dónde. El hombre venía cansado, eran otros tiempos, y, total, aquellas historias se convirtieron en un bonito recuerdo de un desconocido al que no he vuelto a ver. La verdad es que ese cuento a lo mejor no era del todo así, pero, querida niña, los cuentos cambian: y este ha cambiado porque tú lo estabas escuchando. Ahora, es tu historia.

– ¡Vaya! ¿Es esto magia, madre? -preguntó Manuela.

– Esto… Así es. ¡Es magia!

– Me encanta. ¡Es una historia muy bonita! -respondió Manuela, mirando más allá del techo de cañas.

– Me alegro de que te haya gustado. Venga, es hora de dormir. No te olvides de soñar con Blancanieves, los Oscuros Enanos y, por supuesto, el viejo grajo. Dulces sueños. ¡Que descanses, niña!

– ¡Gracias, madre!


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