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  • Foto del escritorLlamas, J.M.

El Peregrino y la señora Flores

Actualizado: 1 ene 2022


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I’ve liked you for a thousand years.

Plumtree, Scott Pilgrim.

“Toc, toc”. Alguien había pegado en la puerta de la habitación. La mujer sentada frente a la ventana no se movió. Mientras abrían, se escuchó:

– Señora Flores, el Peregrino ha venido a verla. ¿Señora Flores, me escucha? Ya le digo, hoy parece que no quiere saber nada del mundo. Tiene un mal día.

– No se preocupe usted, señorita. Ya que estoy aquí, me quedaré un rato -susurró el Peregrino.

– Está bien. Si necesita algo, pulse el botón.

La puerta se cerró, se escuchó un carraspeo y luego el “top, top, top” de un bastón, y el “rrraaasss” del arrastrarse de una silla. El Peregrino se sentó junto a la señora Flores. Pasó un tiempo, “tac, tac, tac”, en el que ninguno dijo nada. Al fin, la mujer alzó levemente la voz:

– ¿Qué hace aquí? ¿Quién es usted?

– Señora Flores, no hace falta que me llames de usted.

– Siempre llamo de usted a los desconocidos.

– Ya lo sé, pero yo soy la excepción que confirma la regla, señora Flores. A mí me puedes tutear.

“Tac, tac, tac”. Al cabo de otro rato, siguió la conversación.

– Vale, Peregrino. ¿Qué haces aquí, sentado a mi lado?

– ¿Te molesta, señora Flores?

– No he dicho que me moleste.

– Entonces seguiré aquí, a tu lado. ¿Qué haces tú aquí?

– Estoy esperando algo. Pero no sé lo que es. ¿Lo sabes tú, Peregrino?

– Puede ser. Aunque no te prometo nada.

– Vale.

“Tac, tac, tac”. El tiempo seguía pasando, y los dos ancianos, inmóviles, miraban más allá del cristal de la ventana, hacia algún lugar indeterminado.

– ¿Sabes una cosa, señora Flores?

– Si no me la dices, no.

– Muy buen golpe. Verás: esto me recuerda una historia. No sé si te la han contado alguna vez.

– Te lo diré cuando me la cuentes.

– Eso quiere decir que… te la puedo contar. ¿No?

– Prueba.

– Bueno, bueno, bueno. En realidad es algo que me pasó cuando era joven. Es una historia un poco rara. Muy rara. Pero creo que te va a gustar, señora Flores.

– No sé por qué me llamas “Señora Flores”. No recuerdo haberme casado.

– ¿Te parece mejor “Señorita Flores”?

– En realidad “Señorita Flores” suena peor.

– ¿Lo dejamos en “Flores”?

– Psé. Pasable.

– Está bien, Flores. Allá voy.

– Soy toda oídos. Aunque tendrás que hablar alto: me estoy quedando medio sorda.

– Soy todo voz. Aunque me estoy quedando medio ronco.

» Hace muchos años, muchísimos en realidad, en una época distinta a esta, yo era un tipo joven. Muy joven. Y una noche, mientras dormía, vi a una mujer de ojos negros y pelo enmarañado que pasaba junto a mí. La seguí a través de calles desiertas y atestadas, doblando esquinas, subiendo escaleras, bajando hasta el Metro, entrando y saliendo de edificios ruinosos… hasta que, en un cruce de caminos, la perdí. Entonces desperté, enamorado. Sabía que aquella joven del sueño era la mujer de mis sueños y, aunque probablemente no existiera en la realidad, hice el firme propósito de buscarla. Parecía como si la hubiera conocido siempre, y solamente la hubiera tenido que reconocer al pasar a mi lado.

» Así, cada día, durante un año, estuve atento a todo lo que ocurría a mi alrededor. Pero no la vi, ni volví a soñar con ella. Temí que su recuerdo se desvaneciera, pero, al contrario, cada vez era más resplandeciente, como si se hubiera aferrado a lo más profundo de mi memoria. Los amigos empezaron a pensar que me había vuelto loco, y tenían razón: había perdido la cabeza, y la única manera de recuperarla era que aquella mujer fuera real. ¿Te estoy aburriendo, Flores?

– ¿Qué? -preguntó la anciana, volviendo, por primera vez, el rostro hacia el Peregrino- No, el caso es que me gusta el comienzo de la historia. Sigue, anda, sigue.

– Pues eso. Damos un salto en el tiempo. Ha pasado un año desde el sueño. Seguramente dirás que es casualidad, o que la imaginación me jugó una mala pasada. Pero estoy esperando el autobús, con un frío que pela, y escucho unos pasos rápidos, a la carrera: “tap, tap, tap, tap, flish, ¡plaf!”. Alguien ha resbalado y se ha caído. Miro a la derecha, pero no veo a nadie. El sol ya se ha puesto, y las farolas todavía no están encendidas. Miro a la izquierda, y tampoco veo nada. Miro hacia atrás, y distingo una sombra que se levanta del suelo refunfuñando.

» En ese momento se enciende la farola que hay en lo alto de la sombra, y aparece ante mí una joven de pelo enmarañado, que acaba de mirar hacia atrás, y está volviendo la cabeza. Durante un momento, un instante infinito, cruza su mirada con la mía. Me pierdo en sus ojos negros y, mientras trato de volver a la realidad, ella sale a correr. Ella: la mujer de mi sueño. Desaparece doblando la primera esquina a la izquierda. Detrás, en su persecución, viene un hombre, también corriendo. Recupero el aliento y, sin pensar, me pongo a correr a mi vez, tras el tipo que acaba de doblar la esquina. Él sigue acelerando el paso, yo más, hasta que se para y me mira, preguntándose, imagino, quién soy y qué demonios estoy haciendo. ¿Y qué hago yo? Sigo a la carrera, le paso al lado como un vendaval, y continúo, sin saber dónde voy.

» Sin embargo, en mis oídos retumban las zancadas lejanas de antes: “tap, tap, tap, tap”. Cuando ya estoy casi sin resuello, la veo, al fondo. Se mete por la boca de Metro. Yo entro detrás. Menos mal que llevo un billete. Sigo corriendo. Ya estoy en la parada. Ella se encuentra al otro extremo. El tren acaba de llegar. Ella se mete. Yo también. Entro en el último vagón. Ella en el primero. Apartando gente, sudando, ahogándome, con la vista fija en el frente, llego a su altura. Allí está. Se ha sentado, se seca el sudor y se intenta quitar el barro de las medias y la minifalda. Me siento junto a ella. Me mira, desconcertada. “¿Quién eres tú?”, me pregunta. “¿Y tú, quién eres?”, le contesto. “¿Por qué me persigues?”, me dice. “Yo no te persigo. El otro iba detrás de ti. Yo he venido a protegerte”, le respondo. “¿Te parece que necesito que me protejan?”, replica, enarcando una ceja. “No, la verdad”. “Entonces, puedes irte cuando quieras. Gracias”. “Verás, te conozco”, acierto a decirle. “¿Me conoces? ¿Eres poli?”. “No. Solamente te he visto, he salido a correr, y he llegado hasta aquí. Te va a sonar muy raro, pero hoy es la segunda vez que te veo: hace un año soñé contigo”. “No me digas. Lo siento por ti, machote”. “He estado todo este tiempo preguntándome si serías de verdad, o me había enamorado de un sueño”. “Espera, espera. ¿Me estás diciendo que estás enamorado de mí porque me viste hace un año en un sueño?”. “Eso es. Ahora no estamos soñando, ¿verdad?”. “Estás loco”. “Ya lo sé. ¿Quedamos mañana para dar un paseo?”. “¿Me estás pidiendo que quede contigo?”. “Total, no tienes nada que perder. ¿Te parezco un tío peligroso?”. “No, la verdad es que no. Loco, pero peligroso no”. “Mañana, a las ocho, en la puerta de la biblioteca. Seguro que tu novio perseguidor no estará allí”. Y me fui, sin darle tiempo a contestarme.

– ¿Te fuiste, así, sin más? ¿Y qué pasó? -preguntó Flores, con un extraño brillo en las pupilas.

– Al día siguiente fui a la biblioteca, y allí estaba ella, esperando. Estuvimos toda la noche hablando. Después tuve que pelearme con su novio, porque ella lo había dejado, pero él no la dejaba en paz. En fin, tampoco quiero aburrirte con una historia tan larga…

– No me estás aburriendo. Eso sí: te has equivocado.

– ¿Cómo? -preguntó el Peregrino, con una mirada de infinita sorpresa y una gran sonrisa en los labios.

– La primera vez que nos vimos no venía mi novio persiguiéndome; tú estabas bajando la escalera de la biblioteca, y te quedaste mirando como un tonto. Después vino lo del… ex-novio, pero todo eso del tren te lo has inventado.

– Ya lo sé. Y me alegro.

– ¿Por qué?

– Porque te has acordado. Porque has regresado. Porque estás aquí.

– Lo malo es que pronto dejaré de estar aquí, volveré a irme, volveré a olvidarte -respondió Flores, bajando la cabeza, con los ojos empañados en lágrimas.

– No te preocupes. Mañana, y pasado mañana, estaré otra vez aquí, como cada día durante los últimos tres años. Y te volveré a contar nuestra historia, de otra forma diferente, como cada día durante los últimos tres años. Y, siempre regreses, será como aquella primera mañana, en la biblioteca, y aquella primera noche, en la escalera del parque, nevando, y un poco después, cuando apareció esa extraña…

– Y… ¿Qué es eso, Peregrino? -dijo Flores, señalando justo delante, mientras el anciano la seguía mirando a los ojos.

– Esa extraña puerta… ¡Vaya! Hacía años que no la veía -contestó el Peregrino, después de fijar su vista en el lugar al que apuntaba el dedo de la anciana. Ante ellos había aparecido, justo delante de la ventana, una puerta blanca.

– Qué raro, ¿verdad? -dijo, riendo, Flores.

– Ahora te parece raro. En aquella época esto era lo más normal del mundo a nuestro alrededor. ¿Todavía estás aquí?

– Claro que sí.

– ¿Qué hacemos?

– ¿Quieres venirte conmigo, Peregrino? -dijo Flores, atusándose la enmarañada melena.

– Eso ni se pregunta. Volvamos a intentarlo. Aunque te advierto que ya no estoy para muchos trotes.

– Ni yo para pintarme el pelo de colores. Anda, agárrame la mano.

Y, muy poco a poco, el Peregrino y la señora Flores se pusieron de pie, juntos, se acercaron a la extraña puerta, juntos, la abrieron y desaparecieron al otro lado, juntos. La habitación quedó vacía, mientras el sonido de una batería, una guitarra eléctrica y un bajo se oía más allá, al ritmo de unos palillos y un “¡One, two, three, four!”.

(Basado en la película Scott Pilgrim contra el mundo)


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