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Foto del escritorLlamas, J.M.

Retorno al mar

Actualizado: 27 dic 2021


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And side by side in silence

without a single word…

It’s the loudest sound I ever heard.

The Cure, The loudest sound.

El viejo Simón iba, bastón en mano, envuelto en el traqueteo de los últimos asientos del autobús, con la cabeza gacha bajo la gorra de paño, mirando al suelo. Después de toda una vida, tenía la seguridad de que había dejado algo en el camino y, sin perder un momento, decidió retornar y buscar. No sabía exactamente qué. No sabía exactamente cómo. No sabía exactamente cuándo, ni dónde. Pero allí estaba, en aquel vetusto autobús.

“Próxima parada: Peñón del Cuervo”.

El adulto Simón alzó la cabeza. Era su estación. Cogió el garrote, bajó del autobús y caminó. Su memoria volvió al traje y la corbata, la copa y el puro, los negocios y las firmas, los triunfos y las mujeres. Varias, bellas y ninguneadas, quizás inteligentes, habían compartido el objetivo de las cámaras con él. No recordaba siquiera sus nombres. Siempre había procurado guardar una regla de oro: no dejar descendencia. Lo suyo era suyo, y se lo merecía. Todo para él. Solo él. Solo. Muy solo.

El mismo añejo cartel: “Playa del Peñón del Cuervo”.

El joven Simón dejó a un lado el bastón y caminó por el sendero de tablas. Recordó la universidad, los ambiciosos proyectos y las ansias de comerse el mundo, el hambre de poder y de placer, el carpe diem y la imagen, el usar y tirar, el desprecio por los que perseguían sueños utópicos y creían en…

Llegó al final de las maderas. Hundió los zapatos en la arena. Un espasmo le recorrió la espalda.

La orilla. Brisa de Levante.

El niño Simón se quitó la gorra. Había alcanzado el Peñón, aquella mole de roca abandonada entre el mar y la tierra firme, testigo mudo de tiempos olvidados. Una risa de cascabel le hizo abrir los ojos con la sorpresa del que mira por primera vez. Olor a amanecer. Sabor a esperanza. Color de gozo inocente. Murmullo de nuevo mundo. Roce de fraternidad.

Allí, en lo alto del risco, estaba ella, la niña de la mirada infinita y los pies descalzos, sentada frente a las olas.

– Buenas tardes, Simón. Has vuelto, al fin.

– Demasiado tarde, supongo.

– Nunca es demasiado tarde, Simón. ¿Recuerdas?

– Ahora sí. Te he buscado en tantas cosas, sin hallarte…

– Y yo te he esperado más allá de todas, Simón. Pero aquí estamos. Descálzate, y siéntate a mi lado -le dijo, sin volverse, tocando la piedra con la palma de su mano.

El niño Simón se quitó los zapatos, metió los pies en el agua, escaló el Peñón y se acurrucó junto a la niña de mirada infinita, apoyando la cabeza en su hombro. Dos gruesas lágrimas rodaron por su cara, se deslizaron cuello abajo, cayeron entre los recovecos de la roca.

– Llora, Simón. Tranquilo -susurró la niña, abrazándolo-. Y ahora, vuelve a ser quien fuiste. Volvamos a soñar, amigo. Volvamos a soñar.


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