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Dedicado a Pepe, el de Cáritas.
La esquina de siempre. Luz miserable, parpadeante, amarillenta, de farola vencida por el tiempo y el abandono. Taconeo. Llega la Luisa, preparada para otra dura jornada. Un mosquito vuela en amplios círculos.
– Buenas noches, Luisa. ¿Cómo lo llevas? -pregunta Alfonsín, sentado en su portal, dejando el cartón de vino a un lado y secándose la barbilla con la manga de la desgastada camisa.
– Pues nada, hijo, ya lo ves. A ver quién aparece hoy. Estas últimas semanas ha estado la cosa demasiado tranquila -responde la Luisa, encendiendo un cigarrillo.
– ¿Sabes? Algunas veces, cuando duermo y me pongo a soñar -dice Alfonsín, acomodándose entre los cartones que le hacen de cama-, nos imagino a los dos en una casita, con su jardín en la parte de atrás, tomando un café a media tarde, nuestros tres hijos jugando al “un-dos-tres, pollito inglés”…
– Pues sí que tienes tú imaginación, Alfonsín -replica la Luisa, soltando una carcajada-. Un enganchado sin techo y una puta sin futuro. Qué cosas tienes.
– En fin, es solo un sueño -asiente Alfonsín, bajando la mirada-. Pero te voy a decir una cosa: eres la mejor persona que conozco, Luisa. Eres tela de buena gente. En serio.
– Qué triste, ¿verdad? Que lo mejor que conoces sea algo como yo. Aunque, mira tú por dónde, lo que se me acaba de ocurrir, Alfonsín -dice la Luisa, chasqueando los dedos y señalando a su compañero de charla-. ¡Te invito a cenar! Mañana por la noche.
– ¿Te estás cachondeando de mí? -pregunta Alfonsín, enarcando las cejas.
– No, hombre, te lo digo en serio -afirma la Luisa, con los brazos en jarras-. Vamos a reírnos de todos los cabrones que pasan por aquí perdonándonos la vida o escupiéndonos a la cara. Te voy a llevar a un rincón que conozco. Una puta maravilla. Sus árboles, sus pájaros cantando, y una fuente que… Ya verás.
– ¿Me estás invitando a cenar? ¿En serio? -dice Alfonsín, incorporándose.
– Eso sí: solamente cenar, ¿eh? Si quieres un polvo, te va a costar lo mismo que a los demás -advierte la Luisa.
– Joder, Luisa, mira que eres bestia: ¿alguna vez te he preguntado yo cuánto cuestas? -pregunta él, enfadado.
– Ya lo sé, pero más vale prevenir que curar. Total, que… Vaya por Dios: ahí viene el primer capullo de esta noche -suelta ella, señalando un coche que se acerca con el intermitente puesto-. En fin: mañana a las ocho. Pásate por el Hogar de Cáritas, te afeitas, te lavas un poco y te pones ropita limpia, ¿eh? Y no vayas a aparecer fumado ni ciego como un piojo. Aquí mismo te espero.
– Y tú, ponte algo decente, no me vayas a aparecer con esos trapos enseñando el culo -le replica Alfonsín, con una amplia sonrisa, señalando el minúsculo vestido de su compañera de calle.
– Bueno, pues eso. ¡Hasta mañana por la noche, Alfonsín!
– ¡Hasta mañana, Luisa! -exclama él, saludando, mientras ella se monta en el coche- En fin, a lo mejor la vida no es tan… así. Verás tú cuando se lo cuente mañana a Pepe el de Cáritas. Del tirón que no se lo cree.
El mosquito sigue volando en círculos. La farola intermitente continúa iluminando con miserable tristeza la esquina de siempre que, sin embargo, parece brillar con un pequeño destello de esperanza.