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Foto del escritorLlamas, J.M.

Er quinto rey mago

Actualizado: 6 ene 2022


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A mis sobrinos, Victoria, Paula y Bruno: amar las propias raíces, en Málaga, ayuda a amar más a toda la humanidad.


Cuando Curro vio aquella estrella en el cielo, una estrella que brillaba más que las demás, no pudo seguir haciendo las cabañuelas, porque de repente descubrió que había pasado algo fuera de lo común en el mundo. Así que, sin más, se enfundó en su pelliza, se puso una gorra de paño, agarró su bastón y comenzó a andar, a pesar de que su vecinos de Malaca de decían que cómo se le ocurría irse sin haber terminado las cabañuelas. Recorrió a pie gran parte del Imperio Romano, descansando solo para dormir y canturrear algo por los bares del camino. En cada una de las ciudades y pueblos que atravesaba paraba en el mesón o la taberna que encontrara más a las afueras y pedía una copa del mejor vino que tuvieran. Y, después de bebérselo muy poco a poco, decía: - Quillo, ehte vino no eh er mehó que yo he probao, aunque ehtá gueno. Azín que zaca una cahita de maera o argo que ze puea tocá, que vamo a alegrá la cara de gahpashuelo cortao que tienen loh vecinoh. Y aquello acababa en una fiesta en la que el baile, el cante y la alegría rebosaban por los cuatro costados: todos los que habían ido a ahogar las penas en alcohol se encontraban al final disfrutando de un gozo que no comprendían, pero que era maravilloso. Después siempre se quedaban hablando hasta las tantas de la mañana, de las cosas de cada uno de ellos y de los problemas y las alegrías comunes, y salían diciendo que aquel día el garito parecía haberse convertido en una basílica, sin que supieran decir por qué. Curro, mientras tanto, había echado un sueñecito y, colocándose de nuevo su pelliza y su gorra, blandiendo su bastón, se dirigía a la siguiente población, donde se repetía la misma historia. Pasaron los meses, y Curro llegó a Galilea, bordeando el Mediterráneo, navegando y caminando, o en la parte de atrás de carromatos de mercancías, asombrado ante las impresionantes ciudades que encontraba y comparándolas con su Malaca, “tan mal hecha y tan chica”. Y he aquí que, caminando una noche a la luz de la luna llena y de aquella extraña estrella, encontró unos viajeros todavía más raros que él: se notaba que no eran de por allí, como él, y uno de ellos llevaba un animal que Curro no había visto nunca. Se arrimó al grupo y preguntó, acercándose a uno de aquellos estrafalarios animales con joroba: - Quillo: ¿me puéh decí qué claze de bisho eh éze en er que vah zubío? - Oh -respondió el personaje al que le dirigía la pregunta-, es un camello. Nos dirigimos al lugar que indica esa estrella que ves en el cielo, la más grande, que nos está guiando. O eso esperamos. Nosotros también nos hemos encontrado por el camino, extraño amigo. - ¿Eza ehtrella? Poh mira tú, yo vengo iguá, ziguiéndola. Ehtaba yo haciendo lah cabañuelah, cuando... Y Curro contó su historia. Se unió, pues, a aquellos sabios, y llegaron, como todo el mundo sabe, a Jerusalén, donde hablaron con Herodes, aquel “politicusho tan pamplinah y tan zimbergüenza, ze paece a loh ladroneh que tenemoh en mi tierra en er gobienno”, según palabras de nuestro protagonista, que no dudó en decírselas a la cara al rey, cosa que molestó bastante al mandatario, viniendo de un personaje de una región que él no sabía ni que existiera. Llegaron, pues, a Belén de Judea, donde Curro dijo a los sabios de tierras lejanas que, según lo que él había ido descubriendo en la vida, “pa goberná ar mundo entero hay que tené doh zentíoh principaleh: er común, y er del humó, porque, zi no, de momento ze pone uno a mandá con cara de haberze zentao en una pita; y me zupongo que er tío que dice eza ehtrella que ha nacío va a goberná a to er mundo, azín que tié que tené zu mihilla, zu montón o zu hartá de cashondeo”. Y, dicho esto, se fue al monte, donde había visto luz, a buscar “er mehó vino”. De allí llegó poco rato después, corriendo a grandes zancadas, y gritando: - ¡Maehtroh! ¡Ponerze en pie, que ya he encontrao al rey der mundo! ¡Zentío del humó, qué güenízimo! ¡Er tío con máh zentío del humó que yo he vihto! ¡Zi ha nacío en un corrá! Así que, amigos, ahora podéis comprender que aquellos sabios de tierras lejanas, más tarde llamados “Reyes Magos” por la tradición popular, llegaron al corral de Belén gracias a Curro; y también se entiende que, muchos siglos antes que el conde de Montecristo, Curro no encontrara un vino mejor que el de su tierra, Malaca, que había llevado todo el viaje en una escondida bota y ofreció como don, junto al oro, el incienso y la mirra, a María, a José, al niño, a los pastores y a todo el que quiso. Asimismo, queda claro el pequeño error histórico que se comete al decir que el primer apóstol que llegó a Hispania fue Santiago, cuando el primero que anunció el Evangelio en estas tierras sureñas no fue otro que Curro. Por último, no está de más recordar que aquel día, treinta años después, en las bodas de Caná, las seis tinajas de agua se convirtieron en vino de Malaca, el mismo que aquella noche, treinta años antes, había alegrado los corazones de las periferias de Belén.





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