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  • Foto del escritorLlamas, J.M.

3. Manos Largas


Un pájaro intentaba romper una nuez sobre el duro suelo del camino que se internaba en el túnel de la antigua vía del tren. El pico restallaba contra la dura cáscara, que no terminaba de abrirse. Dando un graznido, la cogió con una de las patas, se elevó en círculos en el aire matutino y, cuando le pareció que la altura era suficiente, lanzó el fruto seco, que dio un golpe en la tierra y se partió justo por la mitad. El pájaro se lanzó en picado a por el ansiado premio. Fue entonces cuando salieron desde dentro del túnel, a asombrosa velocidad, tres automóviles negros, redondeados, sin aristas, aberturas o neumáticos visibles. Pasaron levantando una nube de polvo, piedras y pedazos de nuez, ante el pasmo del ave que acababa de ver desaparecer su sustento. En el primer vehículo iban cuatro personajes asombrosamente idénticos: sombrero gris, gafas negras, pelo blanco, manos enguantadas, chaqueta y pantalón grises, camisa blanca, mocasines negros. El conductor habló en un tono absolutamente neutro: - Atención, agentes. Aquí Spiner-37. Hemos atravesado la brecha con éxito. Según la información recibida antes del inicio de la misión, en las coordenadas de este punto de llegada es necesario realizar camuflaje. Envío el modelo de vehículo -el agente Spiner-37 tocó con el dedo el dibujo de un sobre cerrado, que flotaba en el aire delante del parabrisas, y lo trasladó hasta dejarlo dentro del signo de un buzón de correos. Siguió un prolongado silencio. Después, continuó-. Camuflaje en 3, 2, 1. Camuflaje. El agente Spiner-37 colocó el pulgar encima de una pantalla a su derecha, y al momento el exterior del automóvil se transformó en el de un Renault 21 último modelo, igual que los otros dos. - Camuflaje realizado con éxito, agentes -siguió hablando-. El siguiente paso es perseguir, atrapar y llevar de regreso a la Sombra huida. Recuerden: es un ser peligroso y, a pesar del entrenamiento, ha adquirido una inusual capacidad de tomar decisiones propias y, por tanto, evolucionar de manera incontrolable. Es imprescindible recuperarlo. - Atención, agente Spiner-37 -se escuchó dentro del habitáculo. - Adelante, agente Spiner-23. - La ciudad está a nueve punto tres kilómetros de distancia. El camino que transitamos lleva a varias poblaciones y núcleos diseminados cercanos. Hemos perdido la capacidad de conectar con la red global. Comprobaremos si hay formas de conexión paralelas. - ¿Alguna novedad respecto al lugar donde se oculta la Sombra? -preguntó Spiner-37. - Ninguna. Analizamos toda la información acerca del punto de llegada con la mayor rapidez posible. - La Sombra lleva aquí varias jornadas. Debe haber huellas. Los bólidos siguieron avanzando. El silencio era absoluto en el interior, y solo se oía el ronroneo de los motores, un zumbido regular muy tenue. De repente, volvió la comunicación. - Atención, agentes. En el punto K-3864 se han rastreado restos que podrían pertenecer a la Sombra. Comenzamos la búsqueda en esa localización. Dos kilómetros al noreste. Ruta en pantalla. En el cristal oscurecido del parabrisas apareció el mapa de la zona y, dentro, el punto al que se dirigían y el itinerario que tomarían. Continuaron el mismo camino, que les llevó a la falda de la montaña. Desde allí llegaron hasta una carretera secundaria, que siguieron en línea recta. Se desviaron hacia la derecha, luego tomaron a la izquierda y entraron en otra vía, que les acercaba a la ciudad. Volvieron a coger un desvío, que los llevó hasta un puente sobre un arroyo. Lo cruzaron, se apartaron a la derecha y, con un exagerado frenazo, alcanzaron el destino. Pararon los motores. Se abrieron las puertas. Bajaron once agentes, todos vestido como los del primer vehículo. Cuatro de ellos se colocaron en el ojo derecho, bajo las gafas, unos monóculos con una extraña línea de luz azulada en continuo movimiento. - Rastreadores sincronizados -informó uno de ellos. - Hemos de ser rápidos y efectivos -dijo otro-. Peinemos la zona más amplia posible. Comenzaremos desde este mismo punto. ¡Adelante! Se empezaron a mover en círculo, analizando cuanto aparecía ante sus ojos y separándose con cada pasada. Mientras, dos agentes sacaron sendas armas cilíndricas de más de un metro de longitud, y se las cargaron sobre los hombros. Comprobaron los seguros, fijaron los puntos de mira y esperaron. - ¿Alguna novedad? -dijo una voz diferente, grave y hueca, a través del canal interno de los agentes. - Agente Spiner-37, aquí están -gritó el rastreador que se había acercado más al cauce del arroyo-. Restos bajo el puente. Tal y como sospechábamos, pertenecen a la estructura sintética del cinturón del sujeto. Debió arrancárselo al llegar. - Bien, agente Spiner-41 -dijo Spiner-37, acercándose al lugar-. Tome muestras. Recuerden que hay que evitar cualquier contacto no imprescindible con el punto de llegada. Aún no podemos calibrar las consecuencias, y nuestros sistemas de localización e información están todavía desconectados de cualquier red. - Agente Spiner-37, tengo un dato nuevo -dijo otro de los portadores de los localizadores-. Cerca de los restos hemos encontrado tres vehículos abandonados. Uno a motor. Restos de agua nocturna. Llevan aquí más de doce horas. - Compruebe identidad con el decodificador genómico -respondió Spiner-37-. Rastreen la zona. Uno de los agentes que había quedado cerca de los coches fue hasta donde estaban las dos bicicletas y el ciclomotor, con una pantalla y un foco que pasó sobre los tres vehículos. Al cabo de poco más de un minuto se escuchó un extraño sonido agudo. - El decodificador es inútil sin la descarga de una base de datos fiable del punto de llegada -informó-. Hay varios sujetos genómicos, pero es imposible determinar las identidades. La única opción es comparar las huellas con otras próximas o con bases de datos de la zona. Los restos indican que los sujetos han estado aquí alrededor de la medianoche de ayer. No han vuelto a por sus vehículos. - Es un punto de comienzo -dijo Spiner-37-. Agentes, alerta 5. Busquen en los alrededores a estos individuos. Envíen el mapa genómico en cuanto esté listo. Si vuelven a por sus vehículos debemos atraparlos y averiguar si tienen alguna relación con la Sombra. Uno de los agentes que rastreaba los alrededores comenzó a subir el camino que rodeaba el cañaveral, moviendo la cabeza a izquierda y derecha. Al poco tiempo, gritó: - Atención. Creo que recibo signos humanos desde esa colina. Aún no puedo determinar el lugar exacto. ¡Adelante! Los agentes dejaron lo que hacían y siguieron al que había dado la señal. Unos momentos después se oyó un murmullo en medio del frondoso ramaje salvaje que los rodeaba, seguido de unos gritos. - ¿Qué es exactamente eso que estamos escuchando, agente Spiner-24? El agente Spiner-24, que había dado la voz de alarma, creyó reconocer en la pantalla del rastreador, durante un momento, a uno de los sujetos genómicos que buscaban. Fijó la mirada para poder concretar la identidad, pero la imagen desapareció sin más. - Acaba de ocurrir una anomalía en el rastreador, agente Spiner-37. He localizado a uno de los sujetos que aparecen en el mapa genómico. Concretamente uno femenino. Pero ya no lo veo. La puerta del copiloto del tercer vehículo, aún cerrada, se abrió de golpe, y salió una mujer alta, muy delgada, de pelo rubio platino, mejillas extrañamente estiradas y manos esqueléticas, con las mismas gafas oscuras que todos los demás agentes. Vestía camisa blanca y falda gris, y un largo chaquetón negro. Calzaba tacones, también negros. Murmurando entre dientes, se colocó unos guantes de cuero. - ¿Cómo que ya no la ves? -preguntó. Era la voz hueca y grave que se había escuchado antes. - Mire usted misma, agente Nyma. Ha desaparecido. Se ha desvanecido en el aire. - No ha podido desaparecer. ¡Estamos hablando de una adolescente, probablemente habitante de uno de estos barrios de las afueras! -atronó la agente Nyma, quitándose las gafas y dejando ver unos ojos de pupilas blanquecinas rodeados de profundas arrugas- ¡No ha podido esfumarse, agente Spiner-37! ¡Busquen! -y se colocó de nuevo las gafas. Los agentes se introdujeron entre las cañas formando un perfecto semicírculo. Al cabo de diez minutos, uno de ellos habló por el canal interno: - ¡Atención, agentes! Hay huellas de tres de los sujetos. Han estado aquí hace muy poco tiempo, pero han desaparecido. Repito: no están. Sin duda es una anomalía inexplicable. - ¡Seguid ampliando la zona de búsqueda! -ordenó la agente Nyma, fuera de sí- ¡No han podido ir muy lejos! Tiene que haber una explicación racional. ¡Deben haberse escondido al oíros! ¡Buscad más arriba, llegad hasta el otro extremo del cañaveral! Mientras los demás continuaban la búsqueda, la agente Nyma, con los brazos cruzados, se paseaba entre coche y coche. - ¿A qué estáis jugando, niños? Ya sabemos que sois tres. Tenéis suerte de que no podamos acceder a vuestros datos… todavía. ¿Qué hacíais aquí? ¿Por qué no recogisteis las bicis anoche? ¿Quizás os asustó algo? Habéis venido a por ellas hoy, claro. Muy bien. ¿O tenéis otros planes? ¿Quizás sabíais que veníamos? ¿Cómo ibais a saberlo? No podéis, solo sois tres niños buscando aventuras en un descampado, al lado de un gran… Paró en seco, volvió a quitarse las gafas y miró al cortijo, enarcando una ceja. La voz de uno de los agentes la sorprendió. - Aquí no hay nada, agente Nyma. Hemos llegado hasta el otro extremo. La única posibilidad es… - Ya sé la única posibilidad que hay. ¡Volved aquí ahora mismo! Unos minutos después estaban todos de nuevo en la cuneta, junto a los automóviles. - Está bien. Vamos a entrar en el edificio que vemos a mitad de la colina -dijo la agente Nyma-. Quizás los tres niños hayan huido hasta allí. - Pero, agente Nyma -respondió el agente Spiner-24-, habría huellas del rastro que han seguido. Sin embargo, está muy claro que estas se pierden en un tramo muy determinado, en medio de la vegetación. - Quizás los rastreadores estén cometiendo algún fallo. Recordad que estamos en un lugar extraño, y trabajamos únicamente a partir de la información que traíamos. Así que escuchad bien: iremos a pie hasta la entrada de la casa, que parece abandonada. Si los tres niños se encuentran allí, o bien la Sombra, actuaremos en consecuencia. Nuestro objetivo es prioridad absoluta. No podemos distraernos con situaciones o sujetos que no nos incumben. Además: estoy completamente segura de que nuestra sola presencia es causa de suficiente terror para ellos. Adelante. Así pues, los doce agentes subieron el camino hasta el cortijo formando tres líneas de cuatro. Delante iban los que tenían los rastreadores. Cuando estaban a poco menos de diez metros del portón del muro, les salió al paso al otro lado de los barrotes, sonriendo, walkman prendido al cinturón y cascos sobre las orejas, Ani.

- Vaya, vaya, vaya. Así que aquí tenemos a los espectadores de hoy. ¡Bienvenidos -gritó con descontrolado énfasis- seáis todos al maravilloso programa Rockopop en el especial de hoy, Tu canción favorita! Empiezo yo. - ¿Qué…? -acertó a preguntar la agente Nyma. Los demás no abrieron la boca. Esperaban una orden para saber qué hacer, pero estaba claro que la agente se encontraba estupefacta. Ani, por su parte, comenzó a cantar a grito pelado:

- Get in, get out of the rain: I'm goin' to move on up to the Waterfront. Step in, step out of the rain: I'm goin' to walk on up to the Waterfront. Said, one million years from today, I'm goin' to step on up to the Water…1

Y, como por arte de magia, desapareció de la vista de los agentes, saludando con la mano. - ¿Qué… ha sido eso? -preguntó uno de ellos, paralizado ante la escena. No hubo tiempo para ninguna respuesta porque, casi de forma instantánea, se escuchó: - ¡Eh, gilivatios! A mí me gusta más la música en español, ¿sabéis? Así que ahí va eso: Los agentes miraban alrededor, buscando el origen de la voz, aturdidos. Sentado encima del muro, a la izquierda del portón, estaba Miguel, sonriendo. Sin más, y desentonando gravemente, vociferó:

- ¡Un día más me quedaré sentado aquí, en la penumbra de un jardín tan extraño! ¡Cae la tarde y me olvidé otra vez de tomar una determinació…! 2

Y, como Ani, se esfumó en el aire. - ¡Hay que atraparlos! ¡Atrapadlos! -gritó la agente Nyma. - Pero, agente Nyma, esto no entra dentro de lo posible. ¿Cómo podemos atrapar a…? -dijo el agente Spiner-37. - ¡Apuntad, disparad, y después vemos lo que es posible y lo que no! -cerró la discusión la agente. Mientras, desde lo alto del tejado llegó un silbido. Era Luis. - ¡Eh, a mí me va más el cine, así que… -se puso a bailar encima del tejado, procurando no caerse-:

Si yo fuera rico, yubi dubi dubi dubi dubi dubi dubi dú… Todo el día, bidi bidi bum…! 3

Y, antes de que ninguno tuviera tiempo siquiera de dirigir el arma hacia su puesto, se esfumó. Entre los agentes comenzó a cundir el pánico. Uno se atrevió a postular: - ¡Son fantasmas! Otro, sin embargo, corrigió: - ¡Los fantasmas no existen! Fue entonces cuando, desde atrás, les llegó de nuevo la voz de Ani: - ¿Que no existen? Oh, qué desilusión… Ahí lleváis eso -y contoneándose, moviendo el cuerpo entero al ritmo de lo que cantaba, entonó, con bastante tino-:

- So I try to laugh about it, cover it all up with lies. I try to laugh about it, hiding the tears in my eyes because boys don't cry…4

Y desapareció justo antes de que una especie de red de haces de luz verdosa fuera lanzada por uno de los agentes armados hacia el lugar que acababa de ocupar. Al momento, en el centro de la plazuela de entrada al cortijo, apareció Miguel, que, para no dar oportunidades a los repuestos tiradores, simplemente chilló:

- ¡Y yo tengo que inventar, algo para poder hacer la caca de colores, ay, ay, ay, a…! 5

Desapareció como los anteriores. Un momento después, camino abajo, entre los agentes y la cuneta, se hizo visible Luis, que terminó la improvisada actuación diciendo:

- ¡Gracias por su atención, ha sido mucho divertido, Indy! 6 ¡Aaaaaaad…! Un nuevo rayo en red estuvo a punto de alcanzarlo, pero el chaval se evaporó justo antes. Los agentes se movían de un lado a otro esperando un ataque por parte de aquellos estrafalarios enemigos, en cualquier momento y desde el lugar más inesperado. Sin embargo, nada ocurrió. Nyma aprovechó el instante de tranquilidad para pensar, y ordenó rápidamente: - ¡Todos dentro de la casa! Hay que buscar la tecnología arcaica con la que logran eso. Es como si… Un momento. ¡La Sombra! ¡Les está ayudando la Sombra! - Según nuestros datos eso no es posible. Si la Sombra les ayuda según sus habilidades propias, debe portarlos consigo. Sin embargo, han aparecido y desaparecido solos -corrigió uno de los agentes. - ¡Ha evolucionado de alguna manera él, o ellos! -chilló Nyma- ¡Os digo que es la Sombra! ¡Asalto a la casa! ¡Ya! Todos a una echaron abajo el portón de hierro del muro, y entraron en tromba dispuestos a atrapar a la Sombra y sus tres fantasmas, si es que estaban allí. __________ Ni la Sombra ni ninguno de los tres adolescentes se encontraban ya en el cortijo. Manos Largas, como Ani había decidido llamar al monstruo de los ojos amarillos después de descubrir, tras un atropellado diálogo, que no quería hacerles daño, sino huir de los agentes, acababa de recoger a Luis con aquel extraño “poder”, según palabras del chico, que le permitía ir de un lugar a otro a una velocidad casi instantánea. Un momento después aparecieron todos juntos en la cuneta, al lado de bicis y moto, fuera del alcance de los ocupados enemigos. Ani se colocó el dedo índice sobre los labios, pidiendo silencio. Se moría por gritar de entusiasmo desatado, pero prefirió dejarlo hasta estar lo suficientemente lejos. Manos Largas cerró los ojos, extendió una de sus manos, que se volvió translúcida, la introdujo, a través del capó, en el motor del primer automóvil y arrancó una de las conexiones imprescindibles para poder ponerlo en marcha. Después hizo lo mismo con los otros dos. Luego, tocándose la cabeza y trastabillando, se dejó caer contra la tierra. - ¿Estás bien, Manos Largas? -preguntó Luis- Jo, estoy hablando con el monstruo. ¡Estoy hablando con el monstruo! -susurró a Miguel. - Can...sado -contestó este, con su áspera voz ronca. - Tranquilo, amigo -lo animó Ani-. Se acabó lo de volar, ¿eh? Bueno, yo te llevo en la moto. Vamos, levántate: tenemos que huir antes de que lleguen esos. Ya luego nos sigues explicando cosas, porque vaya tela. ¡Ponte en pie! - Sin mí. Id… sin mí -respondió Manos Largas, levantando uno de sus larguísimos dedos grises sin uñas. - Que te crees tú eso -le dijo Miguel, ofreciéndole el brazo-. Si hace falta te llevamos entre todos, pero sin ti no nos vamos. Nos has salvado la vida. Así que venga, arriba. Manos Largas se levantó con esfuerzo. Ani arrancó el Vespino; el monstruo se subió detrás, casi arrastrándose, y cruzó los dedos por delante de su cintura. Un escalofrío recorrió la espalda de la jovencita al sentir aquel roce sobre la camisa. Aceleró muy poco a poco, hasta que estaban lo bastante lejos; entonces apretó a fondo. Los dos chavales salieron en estampida con las bicis, y huyeron por el camino que se alejaba del cortijo en perpendicular, rumbo a la carretera general. Solo cuando se encontraban a varios kilómetros de distancia Ani, sintiéndose más segura, disminuyó la velocidad y paró en el aparcamiento de un mercado mayorista de frutas de uno de los polígonos industriales cercanos al barrio. Cuando llegaron Miguel y Luis, unos minutos después, se ocultaron del paso de la carretera detrás de una pared, y prorrumpieron en gritos. - ¡Increíble! ¡Madre mía, estoy empapada de sudor! ¡Quiero gritaaaaaaar! -chilló Ani, abrazándose a sus dos amigos. Manos Largas se acurrucó en el suelo y guardó silencio. - ¡Quillo, cuando te has arrancado cantando La caca de colores -dijo Luis, agarrándose a Miguel y riendo- pensé que me iba a dar algo! Solo imaginarme la cara que han debido poner los albinos esos…. - ¿Y lo que has dicho al final, Figura? ¿Qué era? -preguntó Miguel, secándose las lágrimas y los mocos con la manga de la camisa. - ¿Qué? No me digas que no has visto Indiana Jones y el templo maldito -preguntó, extrañado, Luis. - Pues no sé. Creo que he visto alguna por la tele y eso, pero no me acuerdo -respondió él, encogiendo los hombros. - Lopo, eso hay que arreglarlo. La semana que viene quedamos en mi casa, la alquilo en el videoclub y la vemos. No se hable más -le respondió Luis-. ¡Oye, y mira esta! -se dirigió a Ani- Ya sabemos quién nos va a ayudar con el inglés, porque yo lo llevo fatal. Qué nivelazo, te sabes las canciones de memoria. - Tampoco es que me sepa tantas -se excusó Ani-. Pero las que me gustan, me las aprendo. No sé por qué. - En fin -dijo Miguel-, teniendo en cuenta que hemos estado a punto de morir, no lo hemos pasado mal, ¿eh? Y eso que el principio ha sido de jiñarse vivo con el vuelo hasta el cortijo, y cuando aparecieron esos ojos amarillentos... - Esto… Me parece que nos hemos olvidado de Manos Largas. Y no lo veo yo con ganas de mucha celebración -advirtió Ani, fijándose en aquel ser oscuro, extremamente delgado, de piel suave y viscosa como la de un anfibio, sin pelo ni uñas y con las extremidades y la cabeza exageradamente alargadas, que seguía acurrucado-. Eh, Manos Largas. Manos Largas, ¿qué te pasa? -le preguntó, agachándose y tocándole la cabeza delicadamente. - Can… sado -volvió a repetir, casi susurrando, levantando la vista-. Vosotros… locos. - Eso se llama tener poco vocabulario -le dijo Miguel a Luis, al oído. Luego le respondió a Manos Largas: - Oye, monstruo, has sido tú el que has dicho que había que salir de allí dejando a los agentes esos de mierda con tres palmos de narices, ¿no? Pues es lo primero que se me ocurrió. Estaremos locos, pero, desde luego, ha funcionado, ¿eh? La Sombra no contestó. Simplemente volvió a agachar la cabeza. - Vale. Hay que pensar rápido. Se ha debido quedar sin pilas con eso de llevarnos volando de acá para allá -dijo Ani-. ¿Qué hacemos con él? Ya tendremos tiempo para el cachondeo más tarde. - Para empezar, os recuerdo que está en pelota picada, aunque nada más que hay que mirarlo -reflexionó Miguel en voz alta-. La verdad es que es raro con avaricia. Y… bueno, nos ha salvado la vida, es verdad, pero no sabemos nada de él. - Bueno, algo sí nos ha dicho. Lo del porqué de las motas grises, y que los albinos esos lo persiguen -le recordó Luis-. Mola tela eso de poder hacer lo mismo que él cuando está cerca: pim, pam, pum, y ya no me ves. - Hombre, Lopo, no seas así: nos ha contado lo que ha podido con la lengua esa de estropajo que tiene -replicó Ani-. Tampoco era plan de poner un vasito de leche y galletas María para echar un rato de cháchara. Pero fíjate en cómo está el pobre. Yo creo que lo mejor será seguir hasta el barrio y… ¡Ya lo tengo! Lo dejamos en la antigua fábrica de ladrillos. El guardia hace tiempo que dejó de ir por allí, y no creo que haya nadie a estas horas. Después vamos a nuestras casas, nos cambiamos de ropa, le buscamos algo para que se vista, que es verdad que parece una rana gigante y negra, pero así como Dios lo trajo al mundo está muy raro, y le llevamos algo de comer. - Y después que nos cuente qué hace aquí, cómo ha llegado, y quiénes son exactamente los del sombrero -dijo Luis-. Vale, no se le da bien hablar, pero algo nos tiene que decir. Que ya estoy más tranquilo porque sé que no tengo un alien dentro, pero quiero saber lo que está pasando, que esto es cada vez más lioso. - Qué está pasando, y qué va a pasar. Esos colgados de las armas raras, que parecía que habían salido de la nave de los Visitantes de V, seguro que vuelven. ¿Y qué hacemos entonces? ¿Seguir cantando canciones y bailando encima del tejado? No creo que cuele -sugirió Miguel-. ¿Estás de acuerdo, Manos Largas? El monstruo no contestó. - A ver si se nos muere o algo -advirtió Luis. - Bien… bien -dijo al fin, alzándose y mirándolos con ojos vidriosos. - Vale, amigo -Ani se rascó la frente-. Pobretico. Aguanta cinco minutos, que estamos ya casi ahí. Siguiente parada: la fábrica de ladrillos. La fábrica de ladrillos, tal y como había predicho Ani, estaba vacía. Hacía tres años que el guarda había dejado su trabajo, y se encontraba entonces en un estado ruinoso, con la mitad de los cristales rotos, las puertas desvencijadas y los hornos agrietados. Escogieron una habitación de la parte trasera que parecía haberse conservado mejor, la despejaron, sacudieron un poco el polvo y se sentaron con Manos Largas, que casi no se tenía en pie. Almorzaron cada uno un bocadillo, le dieron los dos que quedaban al monstruo, que se los zampó en un momento masticando con sus afilados dientes grises, y regresaron a sus casas. Ani entró en el dormitorio de su hermano Juan, abrió el armario y le cogió unos viejos pantalones de pana que tenía guardados, unos calzoncillos y una camiseta arrugada que hacía tiempo que no se ponía. A media tarde se encontraron los tres en la puerta de la fábrica. No había ni rastro de los agentes. Manos Largas seguía en la misma habitación, pero estaba de pie, paseando, y parecía recuperado. Cuando entraron los miró con sus enormes ojos amarillentos y esbozó un gesto de saludo. Miguel había traído de su casa un par de mantas. Luis un saco de dormir, un jersey de rombos y comida en abundancia. Las miradas de desconfianza y las medias sonrisas se sucedían ante el desconocido engendro. La curiosidad se mezclaba con el miedo: los dos jovencitos tenían demasiadas preguntas sin respuesta. El caso de Ani, sin embargo, era muy distinto. Ella no mostraba temor. Desde el primer momento había estado cercana a la Sombra, aunque fue también la que abrió la navaja en la buhardilla y, de no ser por su poco tino al lanzar el tajo, le habría hecho un buen estropicio en la cara. - Vamos a ver, Manos Largas -le dijo Ani, dándole los calzoncillos, los pantalones y la camiseta-. Ya hemos visto que no tienes mucho que enseñar, por lo menos que se vea a simple vista -Miguel carraspeó-, pero haz el favor de taparte. Te he traído una ropa que he encontrado por casa. Yo creo que te estará bien. - Gra… cias -contestó él, y se puso la ropa sin protestar. - Aquí tienes también un jersey mío, y esto para pasar la noche. -le dijo Luis, alargándole el abrigo y poniendo en una esquina el saco de dormir, la bolsa de comida y las mantas que había traído Miguel. - Y ahora, tío, vamos a ir aclarando los agujeros de tu historia -le soltó, de un tirón, Luis-, porque, por más vueltas que le doy, no me entero de nada. Poquito a poco, sin bulla, haz el favor de decirnos quién eres, de dónde vienes, por qué estás aquí, quiénes son esos que te persiguen, cómo son de peligrosos, y todo lo que se te ocurra. Yo no tengo nada que hacer hasta que me acueste. Por favor. Y se sentó en el suelo, frente a la Sombra. Luis y Ani hicieron lo propio. Así fue como se enteraron de la historia de aquella criatura llegada desde más allá de cualquier lugar que pudieran haber imaginado. - Soy uno… como vosotros -comenzó a decir, con esfuerzo. » No recordaba cuántos años tenía. Solo conservaba algunos retazos de imágenes deslavazadas que no podía recomponer, y que no llegaban más allá de la edad de Ani, Miguel o Luis: sus padres, una anciana que sonreía, un árbol grande encima de un monte, la orilla del mar… No sabía cómo había ocurrido, pero un día se encontró dentro de una oscura habitación sin ventanas, junto a otros como él. Los primeros recuerdos claros que permanecían imborrables en su memoria eran horribles: todos los compañeros de prisión fueron objeto de experimentos espeluznantes un día tras otro. Poco a poco perdió el color de la piel, se le cayó el pelo, le crecieron las extremidades… hasta llegar a convertirse en aquel ser que tenían enfrente.

- Un momento -cortó Ani, enseñándole los arañazos que tenía en el hombro-. Con esos dedos que parecen salchichas gigantes, sin uñas, ¿cómo me hiciste esto? - Perdona. Uñas… Sí tengo uñas -contestó Manos Largas, levantando el brazo y dejando salir, como si fuera un gato, unas largas garras grises de la punta de los dedos. - Vaya. Freddy Krueger se queda mamando a tu lado, tío -exclamó, después de un largo silbido, Miguel. Manos Largas continuó narrando su historia, muy despacio.

» A base de extrañas terapias mentales, de las que prefirió no hablar, él y sus compañeros prisioneros olvidaron casi por completo la vida antes de que los encerraran. Tenían prohibido comunicarse si no era con el personal del laboratorio, y el que desobedecía era castigado severamente. Poco a poco dejaron de hablar entre ellos, y fueron quedando en silencio en medio de la soledad de aquel lugar apartado de todo. Un cinturón atornillado al cuerpo los mantenía controlados y evitaba que pudieran escapar: si se alejaban demasiado de los lugares permitidos recibían una descarga que los dejaba inmediatamente inconscientes. Manos Largas les enseñó los dos agujeros que tenía en la espalda, consecuencia de haberse arrancado la correa de seguridad después de escapar. » Tras meses, quizás años, de pruebas continuas en las que muchos compañeros murieron, fueron adquiriendo extrañas aptitudes. De algunas de ellas eran testigos los tres amigos: desplazarse a gran velocidad, atacar sin ser vistos, atravesar paredes y penetrar en la materia volviéndose casi invisibles… Su vista, su oído y su olfato habían evolucionado hasta lo imposible. » Los que controlaban los laboratorios les fueron explicando los fines de todo aquello: en su lugar de procedencia la guerra era una cuestión empresarial. Formaban parte de una industria militar, que aportaba sus descubrimientos en campos de batalla a los que estaban destinados: ellos eran armas prácticamente invencibles dispuestas para la lucha. El entrenamiento llegó a su última etapa, y comenzaron las prácticas, con las Sombras como puntales de ataque en batallas relámpago. Llegarían por sorpresa, masacrarían a los mejores soldados de la empresa enemiga y regresarían a la base. » Sin embargo, sus captores no habían contado con aquellas imágenes del pasado, que se resistían a desaparecer. Aún recordaban, de forma muy débil y fragmentaria, que en otro tiempo habían sido humanos. Manos Largas descubrió que se podía comunicar mentalmente con algunos de sus compañeros de cautiverio, y convenció a varios para escapar de los laboratorios. Prepararon el golpe durante meses, en el más absoluto anonimato. Dedicaban noches enteras a recordar palabras para poder comunicarse con cierta soltura, o a inventar las que no podían traer a la memoria.

- Había… gente… -la Sombra calló. - ¿Había gente? ¿Había gente que… no sé, os ayudaba? -preguntó, muy atento, Luis. - No. No -pareció desdecirse-. Llegó momento...

» El momento propicio llegó cuando los sacaron a la superficie para probar, en conexión con una máquina nueva, una forma de desplazamiento que les habían insertado tras varias semanas de experimentos. Las Sombras dispuestas a huir unirían sus fuerzas y las usarían contra los agentes que controlaban el ensayo. » El resultado fue desastroso: al intentar actuar todos a una en torno a la máquina experimental, abrieron un agujero en el espacio-tiempo. - Perdón, ¿qué has dicho? -preguntó, abriendo mucho los ojos, Luis. - Ha dicho un agujero. ¿En el tiempo? -dudó Ani. - Eso -contestó Manos Largas. - ¿Un tiempo… futuro? -siguió preguntando ella. - Sí. - Un momento, un momento -pidió paso Miguel-. Eso quiere decir que… ¿todo lo que estás contando pasará en el futuro? ¿Y tú vienes del puto futuro? ¿Pero qué mierda…? - Sí -volvió a afirmar Manos Largas. - ¡Joder! ¡Yo he visto una peli muy parecida, te lo juro! -le gritó Luis a Ani- ¡De un niño y unos enanos que viajan en el tiempo! ¡Y se encuentran con Robin Hood! ¡Me cago en la leche! - Bueno, sigue, anda, Manos Largas, que esto cada vez es más… estrafalario -dijo tranquilamente Ani, sonriendo ante las ocurrencias del Figura. » Antes de que los agentes pudieran conectar la descarga del cinturón, él huyó y se lanzó a través del agujero sin saber siquiera qué era aquello o a dónde llevaba. Simplemente quería escapar, aunque tuviera que enfrentarse a la muerte. Aterrizó en el túnel de la antigua vía del tren. Ninguna de las demás Sombras pudo seguirlo, y no sabía si continuaban con vida o no. Los agentes tampoco lo persiguieron, al menos durante los primeros días. Una vez comprobado que el viaje era seguro, suponía, se habían lanzado a su caza y captura. - ¿Entonces quieres decir que el agujero ese está todavía abierto? -preguntó Ani. - Puedo cerrarlo. Desde allí -contestó Manos Largas. - O sea, que sigue funcionando -dijo Miguel-. Pues eso sí que es un problema, tío. Pueden estar viniendo desde allí hijoputas albinos de esos cada vez que quieran. - ¿Y quiénes son? Parecen como clones -preguntó Luis. - Son falsos. Todos creados -dijo Manos Largas-. Mujer no. Ella es de verdad. - Vale. Robots del futuro. Qué divertido -dijo Luis-. Y hablando de la mujer esa, la de las malas pulgas: mientras estábamos escondidos entre las cañas dijeron que habían descubierto nuestro mapa de genes, o algo así, pero que no sabían quiénes éramos. ¿Qué pasa, que el aparatito que utilizan tiene fallos? - No fallo -respondió Manos Largas-. Allí hay red que… Todo conectado. Saben quién eres, con aparatos en el ojo. Aquí no red… No conectado. No saben. - Eso lo he leído en algún sitio: dicen que están haciendo una red para que todos estemos conectados. A mí me pareció una tontería, pero se ve que tiene su aquello -siguió Luis-. A lo que vamos: a ver si lo he entendido bien. Tienen nuestra mierda esa de información de genes en los aparatos del ojo, pero no saben quiénes somos, porque no hay ninguna red que se lo diga. Así que tendrán que buscarse la vida como puedan, que, chispa más o menos, es así: nos miran con esos aparatos a nosotros, o a cosas nuestras, comparan los mapas, y les saldrá en una pantalla o donde sea: “es el mismo: ¡correcto!”. ¿No? Si estuviéramos conectados a esa red rara que tú dices, el mapa les llevaría del tirón a donde vivimos o, yo qué sé, donde estamos ahora mismo. - Sí -contestó Manos Largas, mirando a Luis con atención. - Qué listo es mi Figura. Luego me lo repites para que me entere yo también -se burló Miguel, poniéndose en pie y dándole un beso en la frente. Luis se limpió con cara de asco. - ¿No te puedes tomar nada en serio, hombre? -le dijo Ani. - Vaaaale, bonita, ya me callo -replicó este, metiendo las manos en los bolsillos. - Recordadme en el futuro que no me conecte a esa porquería de red -pidió Luis, poniéndose también en pie y sacudiéndose el pantalón-. Una última cosa: si los albinos han analizado mi bici, la tuya, y la moto de tu hermano, no solamente tienen nuestra información: ahí está también la de Juan, y seguramente la de sus colegas que hacen caballitos en el Vespino: el Cabeza, Lucía, Nico… Y sabe Dios quiénes más: la Toñi y el Largo se han montado en tu bici un montón de veces, y… - ¡Eso es una putada, tío! -exclamó Miguel- Resulta que ahora hay un montón de gente en la lista. Imaginad que miran a tu hermano, por ejemplo, y les sale un cartelito que dice “ahí lo tienes”: ¿qué? ¿Lo secuestran hasta que les diga lo que quieran? Vaya tela, vaya tela. - Bueno, pues nada -dijo Ani, levantándose y poniendo una mano en un hombro de cada uno de sus dos amigos-. Entonces está claro: tenemos que terminar con esos… lo que sea que sean. No sé cómo, pero hay que mandarlos al carajo. Con la ayuda de Manos Largas, claro. Y de los poderes que nos dio cuando nos pilló anoche, que ni puñetera gracia, pero bueno, no lo hizo por fastidiarnos, sino porque no se le ocurrió otra cosa. Hay que ver, hombre: ¿para qué nos dejaste esas manchas tan feas? Manos Largas iba a contestar, pero de repente se quedó muy quieto. Luego levantó una mano y les pidió que guardaran silencio. Se puso en pie despacio, y desapareció. Un momento después se escuchó un grito fuera. Los tres salieron de la habitación, y vieron a la Sombra sosteniendo entre sus manos a un joven de melena despeinada. Comenzó a sacar las garras de los dedos, dispuesto a reducir a su presa.

- ¡No! ¡No le hagas daño, Manos Largas! ¡Es mi hermano! -dijo Ani. - ¡Ani! ¡Figura! ¡Lopo! ¿Qué es esto? -gritó, aterrorizado, Juan.

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1 - Simple Minds, Waterfront, Virgin 1984.

2 - Radio Futura, La estatua del jardín botánico, Hispavox 1982.

3 - Tevye, El violinista en el tejado, United Artist 1971.

4 - The Cure, Boys don’t cry, Fiction 1979.

5 - Siniestro Total, La caca de colores, DRO 1983.

6 - Tapón, Indiana Jones y el templo maldito, Lucasfilm 1984.

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