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Foto del escritorLlamas, J.M.

Epílogo. Feliz cumpleaños, Ani


- ¡Te deseamos todos cumpleaños feliz! ¡Porque es una chica excelente, porque es una chica excelente, porque es una chica excelenteeeeeeee… Y siempre lo será!

Ani apagó con un fuerte soplido las catorce velas de la tarta de galletas que, como todos los años, Mercedes se encargaba de preparar. Se encendieron las luces del salón. Su padre y su madre prorrumpieron en aplausos, a los que se unieron todos. Juan la abrazó por la espalda, y Pablo le pegó un lametón en la cara. - ¡Guarro! -gritó ella, limpiándose con la manga de la camisa. Luis y Miguel la miraban rebosantes de alegría. - Ya te lo prometí el otro día: te protegeré con mi vida -dijo Luis, con el puño izquierdo cerrado y alzado, y la mano derecha en el pecho-. Eres la más pequeña. Tus amigos mayores siempre pendientes. - Sois dos cielos. Gracias -dijo Ani, zampándole dos besos a él y otros dos a Miguel. Habían ido también a la fiesta de cumpleaños Nico, con el brazo en cabestrillo, Lucía, la Cari y el Liso; Susana, la madre de Luis, y Juana, la de Miguel, charlaban entre ellas animadamente, y la pequeña Marina intentaba darle un pedazo de salchichón a la gigantesca vieja muñeca Rosaura de Ani que, con un ojo cerrado y otro abierto, descansaba con las piernas extendidas en una silla de anea. - Ya nos contarás las aventuras de ayer tarde, Ani, que me han dicho que os lo habéis pasado en grande -dijo Nico, guiñando un ojo de forma poco disimulada. - Pero si hemos estado toooodo el fin de semana con el dichoso trabajo de Ciencias. Qué rollo. Menos mal que lo hemos terminado después de comer -contestó Miguel, devolviendo el guiño. - Por cierto, tengo un regalo para ti, niña -dijo Juan, dándole un sobre-. Las tres últimas son una auténtica obra de arte: tienes buena mano para esto. Espero que sirvan como broche final del trabajito. - ¡No me digas que… Qué bárbaro! ¡Eres un tío grande! -exclamó Ani, abriendo el sobre y enseñando las primeras fotos, en las que se veía la fachada del monumental cortijo abandonado-. En fin, las demás ya las vemos más tranquilamente, no vaya a ser que algún manos largas aparezca por una esquina. - Nico y yo también te hemos traído algo -dijo Lucía-. Esperamos que te guste. Le entregaron un pequeño paquete envuelto en papel de regalo. Ani lo agitó. - ¡No me lo puedo creer! -gritó emocionada, rompiendo el papel. - Lo hemos hecho nosotros -le dijo Nico-. Es una recopilación. Yo creo que las has escuchado todas, pero no sé si las tienes o no. Era una cinta de casete. En la portada habían escrito: “Disco Manos Largas. Feliz cumpleaños, Ani”. Sonriendo, fue hasta el aparato de música del salón, abrió la pletina, colocó la cinta y le dio al Play. Luego miró con mucho interés la parte de atrás del papel de la carcasa, donde estaban escritos los nombres de todas las canciones. - ¡Muchas gracias! -dijo, abrazando a los dos, mientras sonaban los primeros acordes de Insurrección, de El Último de la Fila- ¡Me encanta! - Hombre, por lo menos no salen cantando ese chunda chunda inglés que no lo entiende nadie y que tanto os gusta -exclamó Mercedes. Todos prorrumpieron en risas. - ¿Habéis escuchado lo del Cabeza? -le preguntó la Cari a Miguel. - ¿Lo del Cabeza? Algo hemos oído, no sé qué de un accidente -respondió él. - Vaya marronazo -informó el Liso-. Por lo visto estaba haciendo el loco cerca del Carlos Haya, y se ha pegado un piñazo. Pero un piñazo de los gordos. - Este Cabeza… -suspiró Nico, mirando a Luis, Miguel y Ani con rostro de inquietud- siempre haciendo el lila. A ver si voy a verlo mañana o pasado. - Pues no sé yo -le dijo la Cari-, porque he escuchado que los padres no quieren visitas. Cosas raras se dicen por ahí. - ¿Cosas raras? Niña, tú eres una lengüetona -le soltó Luis. - ¡De lengüetona nada, Figura! Pero he escuchado que alguien le ha escuchado decir que se le ha aparecido el demonio, fíjate tú -replicó ella. - El demonio vestido de gris, seguramente -apostilló Miguel. Entonces se escuchó un estruendo en el patio, se abrió la ventana de par en par y entró una ráfaga de aire que hizo volar la mitad de las servilletas que había en la mesa. - ¡Madre mía! ¿Pero qué es esto? ¡Menudo viento, parece que vamos a volar! -dijo Juan, el padre de Ani- Y este calor que sigue dale que te pego… ¡Que estamos ya como aquel que dice a catorce de noviembre! ¡A ver si llueve algo! - Pues el Telediario ha dicho este mediodía que mañana se esperan lluvias por aquí. Falta hace, desde luego -informó Susana-. Pero que no haga destrozos, que es lo único que nos faltaba ya. Siguieron un rato charlando: los adultos hablaban de sus cosas; Nico, Lucía, la Cari y el Liso jugaban con la pequeña Marina y con Pablo, y los tres aventureros amigos, un poco aparte, se pusieron a recordar, con Juan, algunas de las mejores escenas de sus horas al otro lado del espejo del tiempo. - A ver, a ver si se ve bien -decía Luis, nervioso. Ani sacó las últimas tres fotos. En una se atisbaban solo los grandes ojos de Manos Largas, al fondo de la salita a la izquierda de la entrada del cortijo. En otra estaba casi de cuerpo entero, subiendo una pared. En la tercera su mano, como una aparición neblinosa, pasaba delante de la cámara y, en una esquina, se podía adivinar una parte del rostro. - ¡Increíble! -exclamó Miguel. - ¿Qué es increíble? -preguntó Pablo, que se había acercado a fisgar. - Nada, las fotos del cortijo. Buenas de verdad -dijo Juan. - Ah. Vale -respondió con desinterés, alejándose de nuevo, el niño. - Lo que más me gustó del otro lado del agujero fueron esas luces que se veían cuando pasamos cerca de la ciudad -dijo Luis-, como si Málaga de repente se hubiera convertido, yo qué sé, en Tokio. Estaría bien haber pasado allí un par de días por lo menos. - No estaba el horno para bollos -añadió Ani, pensativa-. En fin: ya iremos viendo cómo cambian las cosas poquito a poco y, cuando queramos acordar, será entonces y podremos decir que ya lo conocíamos. - A mí las casas del barrio del padre Gómez me gustaron tela -dijo Miguel-. Y esa pantalla que aparecía en el aire… ¡Qué flipe! Y… la Trini, no veas tú. - La Trini. ¡El Lopo se nos ha enamorado! -exclamó Luis- Aunque yo veo la cosa difícil, monstruo. Muy difícil. Imposible, a no ser que te conviertas en vampiro o te metas en formol. Anda, ponme otro vasito de Coca Cola y otro pedazo de tarta -le pidió a Ani. - Sírvase usted mismo. A ver si te has creído que soy tu esclava -le replicó ella. - Ay que ver cómo eres -le reprochó Juan, y fue a llenar el vaso y el plato. - Por cierto, Ani -dijo Miguel-, le he estado dando vueltas toda la tarde: ¿tú crees que estaremos vivos entonces todavía? ¿Cuántos años tendremos? ¡Ochenta y pico! - Pues no sé, Lopo -le respondió Ani, mirando por la ventana-, pero puede ser. ¿Por qué no? Eso sí: olvídate de la Trini. - Con amigos así, ¿quién quiere a la agente Nyma? -le dijo Miguel a Juan, que venía con el plato y el vaso de Luis llenos. Los cuatro se echaron a reír. Tras otro rato de conversación, bromas, juegos y alguna que otra canción, al fin se despidieron. Ani cerró la puerta después de decir adiós a Miguel, el último en irse, y entonces se dio cuenta de lo cansada que estaba. - Mamá, me voy a ir a la cama ya. Anoche no dormí bien. - Se te ve en la cara, hija. Bueno, acuéstate, que mañana hay que levantarse tempranito. Felicidades otra vez, Merche -le dijo su madre, dándole un beso en la frente. Ani llegó al dormitorio, cerró la puerta y se quitó la camisa. Se miró el círculo en la cintura, que todavía seguía ahí. - Vaya, vaya, Ani. Supongo que ayer tú también tenías la mota gris, ¿verdad? -le dijo a su imagen del espejo- Qué lío más grande. ¡Con el Figura! No te voy a decir que no me caiga bien, pero como para salir con él… ¡Y estar toda la vida juntos! ¡Con el Figura! Bueno, ya pasará lo que tenga que pasar, aunque eso de saberlo antes de que pase es un rollo. ¿Y seguro que le hago tilín? La verdad: reconoce, Ani, que eres una tía guapa, guapa -riendo, se guiñó un ojo-, ¿eh? Lo que no he comprendido es eso de que fuera cura. Tampoco es que entienda mucho de curas, pero yo creo que todavía no se pueden casar… ¡Ya está! Supongo que era parte del teatro que montaremos en el futuro para que no nos enteráramos en el pasado de que estábamos hablando con nosotros mismos… ¡Pero qué lío más grande! O a lo mejor no fue teatro: a lo mejor tuvimos que cambiarnos los nombres dentro de unos años, como los espías de las películas, y nadie sabe que somos nosotros, solamente nosotros, ¿eh? ¡Qué gente más lista! Ani suspiró, se puso el pijama y se metió entre las sábanas. El viento golpeaba con fuerza la persiana. “Bueno, una cosa está clara -pensó-: Manos Largas ha conseguido destruir el boquete del tiempo. Tuvimos que esperar un rato en esta parte, allí enfrente, hasta que desapareció, pero desapareció. Del todo. Se acabó el problema. ¡Buen trabajo, amigo! Y ahora, a vivir todo lo que nos queda de vida sabiendo que no moriremos por lo menos hasta el catorce de noviembre de dos mil sesenta. Tengo que apuntar lo que ha pasado. Punto por punto, para que no se me olvide. Mañana mismo empiezo, que por hoy ya está bien”. Se dio la vuelta, suspiró profundamente y miró hacia la ventana. Volvió a suspirar, se puso boca abajo, después se abrazó a la almohada: no había forma de que se quedara dormida. - ¡Joder! Se me olvidó recoger la cinta de los Cure del loro del Figura. Si la tuviera aquí, me la ponía para tranquilizarme un poco. Pero, claro… ¿Y si…? Ani se volvió hacia arriba, cerró los ojos y los apretó. Imaginó que tenía el poder de Manos Largas sin estar cerca de él, que desaparecía y navegaba a toda velocidad hacia el garaje de la casa de Luis. Por un momento, una extraña luz violácea iluminó débilmente su cuerpo. Luego, poco a poco, sus manos fueron perdiendo color, hasta que las sábanas, después de arremolinarse, cayeron lentamente sobre el colchón. La cama estaba vacía.

Publicada en Roma, el 13 de noviembre de 2016, 41º cumpleaños de Ani.

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