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Foto del escritorLlamas, J.M.

La semilla del amanecer

Actualizado: 27 dic 2021


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- … Yo sé que tú estarás en el punto vertical

más distante del Infierno,

donde está el vértigo.

Second, Donde vive el vértigo.

Érase una vez una cordillera. En la cordillera había una enorme montaña cuya vertiente oriental era un inmenso precipicio que caía a pico sobre un frondoso bosque alrededor de un lago, del que nacían varios ríos cantarines.

Los árboles del bosque estaban orgullosos de la fuerza de sus ramas, de la belleza de sus grandiosas copas, de la pureza del paisaje que formaban. Cada año, en la misma fecha, puntualmente, lanzaban al aire miles de semillas que, aterrizando muy cerca, daban lugar a nuevos retoños que renovaban aquel majestuoso reino.

Pero hete aquí que un vez, de forma inesperada, surgió una semilla que, al despertar, se preguntó qué pasaría si, en vez de subirse en una de las brisas que la debían llevar junto a la orilla del lago, se agarraba a un extraño viento que, por entre las finas hojas, subía hacia lo desconocido.

Muchas semillas alrededor, mientras aterrizaban en los lugares tradicionales, se reían de ella, tomándola por loca. Muchos árboles le aconsejaron que no se moviera un ápice de aquello que estaba establecido. Pero ella, sintiendo que algo más allá de todas esas voces la llamaba, saltó justo cuando el extraño torbellino pasaba a su lado. Este la llevó, volando el círculos, subiendo por encima de las más altas copas de los más altos árboles del bosque, hasta casi rozar la cima de la imponente montaña. Entonces la semilla salió despedida, y quedó prendida en un saliente rocoso del precipicio.

Llegó la noche, y el minúsculo embrión, envuelto en soledad y miedo, no podía descansar. A un lado estaba la interminable caída libre que acababa en el valle recién abandonado; a otro, la piedra blanca y fría. Estuvo a punto de dejarse vencer, rodar y terminar volviendo donde los demás, pero resistió. Cuando parecía que todo iba a acabar en la nada, que se consumiría sin haber podido siquiera abrir la cáscara, sintió, de repente, una cálida luz.

El sol acarició la semilla con su primer rayo. Antes incluso de que allá abajo hubieran empezado a ver el clarear del amanecer, el Astro Rey la había saludado, y aquel primer beso de luz y calor lo cambió todo. Una pequeña grieta que había junto al lugar donde se encontraba la semilla se dejó ver, y con ella llegó la esperanza. Allí había tierra, y un diminuto hueco donde poder echar raíces. Se preguntó si acaso aquella cavidad no terminaría poco más adentro en piedra viva, y su esfuerzo no sería en vano, pero, a pesar de eso, se arriesgó. Abrió su cáscara, extendió la pequeña raíz y la introdujo en la grieta de la piedra. Y ahondó y ahondó, días y noches, alimentada por el rocío y por el calor de la luz matutina, hasta que alcanzó el corazón de la montaña.

Conoció así las preocupaciones, las alegrías, las penas, las esperanzas de aquel mundo, conectó con las vidas de todos los que poblaban las entrañas de la tierra, y al fin, solo después de escuchar, aprender y comprender durante mucho tiempo, comenzó a echar un pequeño tallo que se extendió sobre el abismo, y una primera hoja, con la que saludó, como había hecho cada amanecer, al sol.

Entonces se escuchó el graznido de un águila, que voló en círculos y se posó después, sutilmente, sobre el tallo.

- Eres muy valiente -le dijo-. ¡Echar raíces aquí!

- Oh, no lo creo -contestó la semilla del amanecer-. Solo hago lo que humildemente puedo. Y me han ayudado todos: los gusanos, las hormigas, los escarabajos, los topos… Cada pequeño latido bajo la montaña me ha enseñado lo que somos. Ahora me toca ser lo que estoy llamada a ser, para que todos sigamos siendo.

- Deberías decírselo a los árboles que siguen allí abajo -le propuso el águila, mirando fijamente al fondo del abismo-, en el valle oscuro. Siguen pensando que son el centro de todo y no hay nada como ellos.

- He intentado gritarles -reconoció el pequeño tallo-, llamar su atención de alguna manera, pero no quieren escuchar: ni siquiera miran hacia arriba.

- Eso es porque se están pudriendo, amiga -afirmó, con tristeza, el águila-. Se han olvidado de todo lo demás, y su abandono está convirtiendo el valle en un pantano. Pero tú sigue creciendo y aprendiendo, poco a poco. Quizás cuando alguno te vea, dentro de un tiempo, se dé cuenta de lo que está pasando, se anime a extender sus raíces y se salve. ¡Ánimo, pequeño árbol del amanecer!

- ¡Gracias, hermana águila!

Y aquel tallo, con su hoja y sus profundas raíces, terminó convirtiéndose en un majestuoso árbol, agarrado al barranco. Él, saludando cada mañana puntualmente al sol, custodió la memoria de la montaña, y animó a otras pequeñas semillas rebeldes a volver a convertir el pantano bajo la pared de piedra en un valle que latiera de nuevo al ritmo de la creación.




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