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(Cuento que mi abuelo, Manuel Fortes Bueno, me narraba cuando yo era niño, en esas tardes frías y lluviosas de invierno, junto al fuego de la chimenea de casa. A él le debo, sin duda, haber aprendido a relatar historias).
Érase que se era un hombre que iba caminando desde un pueblecito llamado Espino hasta una cortijada llamada La Loma. Y sucedió que, en el camino, justo cuando iba pasando por las ruinas del castillo de Zalia, le salió al paso una joven vendedora de higos.
- ¡Hola, buen hombre! -le dijo.
- Buenos días nos dé Dios, señorita. ¿Qué se le ofrece por estos andurriales? -contestó el caminante.
- Pues ya ve usted. Aquí estoy, vendiendo higos para poder salir adelante. ¿Quiere usted alguno?
- No, mujer. Llevo prisa, porque me está esperando mi familia en el cortijo, y hay tareílla. Ya sabe usted: el campo, que siempre hay cosas que hacer.
- Le comprendo. Pero por favor, ¡cómpreme este serete de higos secos! Sale barato. Y están muy buenos, de verdad.
- Pero vamos a ver, jovencita: ¿para qué quiero yo todos esos higos? Es mejor que no. Que después se pudren, y esta fruta, cuando se pudre una, hale, se pudren todas y hay que tirar el serete entero.
- ¡Pero hombre! ¡De verdad que están muy buenos! Ande, pruebe usted uno por lo menos -le insistió la joven.
- Bueno, vale, está bien -contestó el hombre, encogiendo los hombros-. Anda, cogeré uno -y se comió un higo seco, que le supo sabroso, muy sabroso.
- ¿Quiere el serete entero? -le preguntó la joven.
- No, de verdad que no. Gracias, pero no. Están muy buenos.
- Entonces, tome un puñado. Para el camino. Y vaya usted con Dios -dijo la joven, y, agarrando unos cuantos higos, se los metió al hombre en el bolsillo de la pelliza.
- Muchas gracias, señorita. Vaya usted con Dios.
El hombre siguió su camino, y la joven desapareció. Cuando llegó al cortijo, dio un beso a su mujer y le contó la historia:
- …Y mira, al final, para que no me fuera con las manos vacías, me dio unos pocos. Aquí los ten… -el hombre se metió la mano en el bolsillo y, extrañado, la volvió a sacar. Abrió la palma. En ella había un montón de monedas de oro.