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  • Foto del escritorLlamas, J.M.

El pastorcillo cojo

Actualizado: 1 may 2021


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Al fin, tras muchas horas de trabajo, el Nacimiento estaba listo. Ocupaba todo un testero de la casa, y tenía luces que se encendían y apagaban poco a poco, imitando el amanecer y el atardecer en aquella pequeña esquina del mundo, un molino con su agua que caía en pequeña cascada, un río, e incluso una estrella de Belén que brillaba con luz propia.

Lucía y Ramón, abrazándose sonrientes tras el día de trabajo, se dispusieron a abandonar la habitación. Lucía agarró la caja con todo lo que había sobrado, y la miró. Vio una figura, en lo alto de todas las demás, que le sorprendió. Era un pastorcillo, pero le faltaba una pierna. Quizás se le había roto el año anterior con los juegos de los niños, o después al desmontar el Belén. Una profunda tristeza inundaba la cara de aquella pequeña figura. Lucía soltó la caja, cogió el pastorcillo y lo colocó en una esquina, apoyado contra una palmera. Se acercó y le susurró:

– No te preocupes, pequeño. Ahí te dejo, para que puedas estar cerca del Niño tú también.

Ramón la miró, extrañado, se encogió de hombros y cargó con la caja. Lucía echó una última ojeada al Nacimiento, apagó la luz de la habitación y cerró la puerta mientras atardecía en el Belén.

– ¡Jesús, María y José! Tengo las rodillas hechas candela. ¡Y todo el año envuelta en papel de periódico amarillento, viendo el mismo titular: que no se puede fumar en ningún lado! ¡Como si fuera una noticia nueva! Me está entrando ahora mismo un mono increíble, quién pudiera echarse un cigarrito… –dijo la lavandera a la orilla del río, junto a una palmera de plástico.

– ¡Bueeeeeeeenas noches, Belén! ¿Cómo va la cosa por ahí abajo? Desde aquí se os ve muy bien. Por cierto, a ver si alguien me cambia el traje, que estoy ya un poquito harto de ir vestido de soldado. Eso de ser el malo de la película está bien para un añito o dos, pero habría que compartirlo, ¿no? –vociferó el soldado, encaramado en lo alto de la muralla del castillo.

– ¡Bueeeeeeeeeenos días, Belén! Habría que decirle a Lucía que, cuando se vayan de la habitación, le quiten el temporizador a la luz. Que acaba una como las locas con tanto hacerse de noche y de día. Y encima de todo, ni siquiera hay puesta de sol. Por cierto, me han dicho que este año el posadero está cabreado porque su hija se ha echado un novio que no le cae bien, y que el negocio está peor que otros años porque la gente ha preferido ocupar la plaza de Belén en vez de pasar la noche en la Posada. ¡Cómo está la juventud, Dios mío! Y con el mal vahído que tiene, no me extraña que otra vez le haya dicho a María y a Pepe que no hay entrada… ¡Buenas noches, Belén! –dijo, casi susurrando, la vieja del visillo de la segunda ventana de la tercera casa de la izquierda de la calle principal del pueblo.

– ¡Acaban de salir los molletes y los bollos de pan cateto! Hale, niño, echa candela en el fogón, que hay que meter más masa. ¡Eustaquio, vente, que como no compres pronto el pan le va a llegar frío al Niño! –dijo el panadero, agarrando la pala con la que sacaba las hogazas del horno.

– ¿Alguien tiene por ahí una pastilla para el resfriado? Es que el camello tiene unas mocarreras de no te menees, y como empiece a estornudar seguro que me tira de aquí arriba. ¡No está ya uno para estos viajes tan largos! Baltasar, ¿te has traído algo de la botica? ¿Baltasar? ¡Baltasar, aligera, que este año estás muy retrasado! –dijo Melchor, intentando colocarse bien la corona.

– ¿Qué culpa tengo yo de que este año hayan echado el camino por unos andurriales entre dos montañas? ¡Ya voy! Creo que me traje unas hierbas que vienen muy bien para la gripe. ¿Dónde las puse? –dijo Baltasar, metiendo prisa a su camello.

– ¡Eh, tú, soldado! ¡Ah del castillo! Si quieres, te cambio el puesto. Tengo el culo congelado. Al principio me resultaba gracioso, pero estoy ya frito con esta postura –dijo el cagón, que había sido colocado en un saliente rocoso cercano al castillo.

– ¿Cuánto tiempo llevamos cortando el mismo madero? A ver si este año lo terminamos ya, que hay que arrimar leña a la fogata del establo. Cualquier día de estos nos coge el Niño una pulmonía, y se acabó la historia. ¡Dale fuerte a la sierra, Curro! ¡No, para allá no, para acá! –dijo uno de los dos leñadores que cortaban un tronco junto al cartel que indicava “Bienvenidos a Belén”.

– ¡Psssst! –avisó la niña del canasto de ropa, que marchaba por el sendero, ya cerca del establo– Escuchadme: Rodrigo se ha partido una pierna, y está allí en la esquina, en el oasis del comienzo del desierto. ¿No creéis que habría que hacer algo? He visto por el rabillo del ojo que está muy triste. No sé si va a poder aguantar, el pobre. ¡A él siempre le ha hecho mucha ilusión estar cerca del recién nacido!

– Se me ha ocurrido algo. Supongo que es una locura. Pero seguro que a Rodrigo le gusta. Él siempre ha estado para todo, ha ayudado a cualquiera que necesitara algo. ¿Os acordáis de la señora mayor que no podía cruzar el río, hace tres años? Allí estaba Rodrigo, que cargó con ella una noche. Esto es lo que he pensado: … –comenzó a proponer el ángel que anunciaba a los pastores el nacimiento del Señor.

Llegó la mañana, la mañana de verdad, y se abrió la puerta. Lucía entró con una sonrisa de oreja a oreja, y detrás de ella llegaron muchos niños, los niños del barrio, a cantar villancicos en el Nacimiento, el más tradicional que había por aquel lugar a las Afueras. Lucía se sentó en el sillón, disfrutando de la escena, y se recogió el mechón canoso que le caía delante de los ojos, empañados por la emoción. Sus mejillas arrugadas enrojecían al ver a aquellos zagales de infancia dura disfrutar contemplando Belén, el pueblo del Niño que había compartido su miseria desde el primer llanto. Ramón le puso con delicadeza la mano en el hombro. De pronto, se escuchó a Mari, la niña de la Pepa, que gritó, sorprendida, cortando el cante:

– ¡Eh! ¡Cucha qué curiozo! Nunca en toa mi vía había vihto un pahtorcico tan graciozo delante der Niño Dió. ¡Mirá qué alegría tié en la cara er probe! Y ezo que le farta una pienna, pero ahí ehtá, arrodillao, er primero de tóh loh pahtore en llegá. ¡Increíble!


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